A. Alexa. Secretos de la corte (#1 Cortes perversas)

XLII & XLIII

La intrusión que estaban esperando no llegó hasta dos días más tarde. Alex no se había despegado de Alina en todo ese tiempo, preocupado por su seguridad. Si bien ella le había dejado claro, varias veces, que estaba perfectamente capaz de cuidarse sola, él no desistió.

– ¿Crees que son ellos? – le preguntó Anabelle cuando la llamó para informarle que alguien había hackeado el celular de la periodista.

La agente estaba en su búngalo, ese que había empezado a considerar su casa, disfrutando un momento de tranquilidad con su novio. Se le hacía raro llamarlo así, pero él había insistido en que era hora de que formalizarán su relación. Así que desde hacía un día, era oficialmente la novia del príncipe de Auland. Casi soltó una risa histérica al pensar en eso y se apresuró a concentrarse en la conversación con Alex.

– Hay solo una manera de saberlo. – musitó el informático, dándole una mirada a Alina que estaba sentada en la cocina, concentrada en sus papeles.

– Vamos a organizarlo todo para mañana por la noche. – le aseguró la rubia. – ¿Estás seguro de que ella está bien?

Alex volvió a mirar a la mujer, seguía en la misma postura que antes y asintió con la cabeza. Luego recordó que su jefa no podía verlo.

– Sí. Ella podrá hacerlo, sin problemas. Tú solo encárgate de tenerle las espaldas cubiertas.

Cortó poco después, luego de repasar los últimos detalles. El celular de Alina vibró y ella dio un pequeño respingo, la primera muestra de su nerviosismo desde que la conoció.

– Ya está hecho. – murmuró. Alex no respondió, ya que le pareció que la afirmación no iba para él. Se acercó en silencio y se sentó a su lado, dándole un poco de seguridad con su presencia, pero sin decirle nada. Ella repasó una última vez las notas que había preparado, pensando en que estaba lista para el trabajo de su vida.
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Al otro lado de la capital, en el palacio, la futura reina estaba inquieta. Su vida había dado un giro completo en los últimos meses y ya no estaba segura de nada. Cómo cada vez que se sentía así, salió a dar un paseo por los jardines. Desde que habían encontrado muerto a Nathan, su miedo a salir sola había menguado y ahora se sentía de nuevo segura detrás de los muros de su hogar.

Pero, no fue al jardín. De repente se encontró parada delante de la puerta de un búngalo, dando golpecitos suaves con los nudillos. Después de dos minutos de silencio se había resignado a volver a su habitación, pensando que no había nadie, pero justo en ese momento la puerta se abrió.

Pablo sonrió al verla y se movió un poco para dejarla pasar. La siguió hasta la sala de estar, donde ella se dejó caer sobre el sofá.

– ¿Estás solo? – preguntó, echando una ojeada a la habitación.

– Tengo escondida a mi amante debajo de la cama. – soltó una risita, pero el humor no le llegó a los ojos. El hombre lo notó y se dejó caer a su lado, tomándole las manos entre las suyas. Observó con deleite como estas, más grandes, engullían las de la princesa.

– No me refería a eso. – explicó.

– Lo sé. ¿Estás bien? – preguntó al ver que su semblante se ensombrecía por segundos; si le pareció abatida cuando llegó, ahora estaba desolada.

– Son muchas cosas en tan poco tiempo, me tienen ahogada. – confesó, sintiendo que con él podía ser ella misma, no la princesa de un reino al borde del desastre, menos la elegida para salvarlo.

– Debería decirte que si no te sientes preparada para esto, se lo dijeras a tu hermano. Él encontrará otra forma.

– Pero... – esperó a que prosiguiera, había sentido ese "pero" desde la primera palabra.

– Es normal que tengas miedo, que no te sientas preparada. Pero lo estás, eres la persona correcta para mejorar las cosas. Lo veo en ti cada vez que tenemos una reunión y no soy el único que lo hace. Créeme que no habrá alma en esta isla que no te seguirá cuando ocupes el trono. – ella asintió, meditando sobre sus palabras. Le hacía sentir un poco mejor que alguien además de su hermano le dijera que confiaba en ella, pero seguía sin liberarse de todas sus dudas.

– ¿Te voy a perder? – la pregunta escapó de sus labios, pero no se arrepintió de hacerla. Cuando Pablo desvío la mirada, se preparó para que su corazón se rompiera en miles de pedazos.

– Tu hermano me vio una noche saliendo de tu habitación... – empezó, confundiéndola con el cambio del tema. – Llegó a la conclusión de que teníamos algo, así que me contó sus planes. – confesó.

– Te dijo que...

– Me dijo que tu vida estaba a punto de cambiar de manera irrevocable y quería que tuviera ese conocimiento antes de empezar algo más serio contigo.

– No tenía ningún derecho a...

– Lo tenía, Clar. Lo tenía. Yo estaba lleno de dudas sobre nosotros desde antes, imagínate cómo me sentiría al descubrir todo esto. Marco simplemente me dio toda la historia.

– ¿Yo no tengo voz en esto, verdad?

Él negó con la cabeza.




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