Las gotas de lluvia caen sobre el vidrio. Observo como se deslizan hasta formar parte de una gota más grande. La gente corre presurosa tratándose de cubrir para no empaparse. El tráfico empieza a ser pesado y los caudales de agua corren cuesta abajo sobre la calle. Dentro de la cafetería todo parece ser una película. Observo como si esta no fuera mi vida, como si esto solo fuera un sueño. Siento que han pasado solamente algunas semanas desde aquella tarde en que te conocí. Pero me doy cuenta de que en realidad son diecisiete años ya.
Fue en el cambio de siglo, de década, de año y de ciudad en una tarde similar, lluviosa y alegre, cuando estaba a mitad del ciclo escolar. Apenas tenía trece años cuando nos mudamos a la ciudad. Esa tarde llovía y me empapaba. Esperé durante unos minutos frente a esta cafetería y, al igual que yo, te detuviste esperando a que la lluvia menguara. Tú estudiabas en una de las escuelas privadas más caras y yo en la escuela pública. Recuerdo como sonreíste y me invitaste a caminar bajo la lluvia hasta nuestras casas, que para mi sorpresa estaba en el mismo barrio. Éramos tan niños, tan traviesos, tan inocentes. ¡Cuánto tiempo ha pasado ya! Y aún tenemos esa manía de reunirnos a cada año en esta cafetería para jugar dominó.
─Quiero otra partida─ Dices moviendo de forma divertida tu mano. Me miras y sonríes.
─Sabes que perderás. ─ Muevo mi cabeza con cierta confianza.
─Quiero intentarlo una vez más. ─ Aun no entiendo por qué siempre intentas jugar al dominó y nunca ganas. Reparto las piezas y de nueva cuenta empezamos a jugar. Levanto la vista y te veo concentrado en las piezas, mueves de forma divertida tus dedos dando golpecitos sobre la mesa.
¿Tienes idea de lo mucho que te admiro? Por supuesto que sí. Siempre te lo he dicho y lo sabes. Nunca pensé que nuestra amistad de la niñez fuera a durar tanto tiempo. Ese día en que me dijiste que te mudarías a la capital por el trabajo de tu padre me sentí realmente triste, fue a los seis meses después de que te conocí. Luego de dos años sin saber nada de ti y de olvidarte, nos encontramos y fue gracioso. ¿Recuerdas? Venías a visitar a tu abuela y estaba lloviendo, te detuviste para resguardar la lluvia y nos encontramos, justo frente a esta cafetería. Reímos y gritamos como locos al encontrarnos. Era abril 2002 y la lluvia caía feroz. Caminamos bajo la lluvia hasta la casa de tu abuela quien nos reprendió al vernos empapados y al final nos consintió con galletas y chocolate caliente.
─ ¿De qué te ríes? ─ Preguntas curioso.
─Acabo de recordar algo. ─
─Espero que no sea nada sucio. Dicen que el que se ríe solo de sus maldades se acuerda. ─ Mueves de forma divertida las cejas.
─No tengo ninguna maldad que recordar. ─ Digo haciendo un puchero. Sonríes y te vuelves a concentrar, sosteniendo con tus dedos tu perfilado mentón, en ese gesto tan tuyo.
Después de ese día acordamos juntarnos de nuevo en ese mismo lugar, frente a la cafetería. Como tú tenías tus propios planes decidimos que fuese exactamente el siguiente abril, ósea un año después. Y así fue como nos volvimos a encontrar. Y eso se volvió una costumbre. Cada año tú volvías y me contabas todas tus aventuras, todos tus logros y todos tus planes. Mientras yo te escuchaba embelesada con admiración y algo de envidia. Estabas estudiando Administración y estabas de pasante en una gran empresa. Yo estudiaba Arquitectura y, aunque no me iba nada mal, no tenía ánimos de seguir en la universidad. Tú te graduaste y yo me rendí de los estudios. Tú estabas triunfando y yo me estaba estancando.
─Hoy estás rara. Dime que te pasa. ─ Me suplicas, bajando tus manos y poniéndolas sobre la mesa. Sonrió tontamente. Si supieras que me siento como una patética ante ti. No tengo nada que ofrecer y tú estás aquí, lleno de logros, famoso y hermoso. Pero no te digo nada. Sé que me regañarás por pensar eso. Eres mi amigo y cuidas de mí.
─Hay un reportero del otro lado de la calle que nos está fotografiando. ¿Quieres subir a la segunda planta? ─
─Mmnop. ─Niegas con la cabeza de forma divertida. ─Dejemos que gane su sueldo. ─
Reímos a carcajadas. Siempre ha sido así, reír por cualquier estupidez. Somos unos tontos. La cafetería está vacía y nuestra risa resuena en todo el local. Empiezas a quejarte de los periodistas y de lo cansado que es lidiar con ellos. En realidad, no te escucho. Algunas veces suelo no poner atención a lo que me dicen. Mi madre dice que eso me ha causado muchos problemas. La cuestión es que siempre escucho solo lo que es importante escuchar. Empiezas a contar anécdotas sobre los reporteros en tus viajes. Quisiera tener algo igual de emocionante que contar, pero mi vida es tan aburrida, tan simple, sin nada de brillo. Suspiro compadeciéndome nuevamente de mí.
─... Y bueno creo que eres afortunada. Tú puedes hacer lo que quieras y nadie te dice nada. ─ Levanto mi rostro y te observo. Suelto una carcajada que hace que frunzas el ceño.
─ ¿Es en serio lo que me dices? ─
─ ¿Qué cosa? ─
─ ¿Qué soy afortunada en mi vida? ─
─Claro que eres afortunada. Isa, tú no tienes a nadie que tenga tu día planeado. Puedes ir y venir. Si quieres puedes cerrar mañana la cafetería e irte de vacaciones. Aunque no entiendo por qué no lo haces. Se supone que por eso compraste este local... Lo cierto es que yo no tengo elección en mi vida. Todo está planeado y calculado de tal forma que sé hasta cuando voy a morir. Pero soy afortunado de tenerte. ─
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Editado: 25.04.2024