Mis manos presionan mis orejas, intentando inútilmente apaciguar el ruido de mi alrededor, que es tan molesto como el zumbido de una abeja en lo más profundo de tu oído.
Solo distingo a personas gritándose, bocas desprendiendo palabras y frases que se las lleva el aire, rostros a punto de estallar en la furia, a punto de ser llevados al colapso y tragarse todo a su paso.
En medio de ese caos, intento esconderme en mi único lugar seguro, en el único sitio en donde la calma reina sobre el desastre: Mi armario.
Soy testigo de cómo salen esas figuras de nuevo, tan oscuras como la noche, su vibra tan pesada y escalofriante inundando la habitación por completo. Parecen envolver a aquellas personas que les sirven de sustento para seguir creciendo, para ser cada vez más siniestras. Sus rostros perversos parecen disfrutar del caos y la desesperación de todo, mientras que mi cara no puede demostrar más que horror.
Todos los días, cada noche, luego de que el último rayo de sol se esconda en el horizonte, renacen de la tierra para alimentarse de la ira y descontrol de las personas. Están ahí, expectantes a conocer a su próxima víctima, para adueñarse de su locura y penetrar su cordura, buscando incrustar más descontrol en ellas.
Lastimosamente tengo que ver cómo mi propia madre se ve envuelta en una nube tan, pero tan oscura, que me es imposible seguir viéndola sin que algo dentro de mí duela. Agacho mi cabeza al mismo tiempo en que esa cosa oscura la engulle hasta los pies. Más gritos se escuchan, algo se quiebra con fuerza dentro del pequeño cuarto, haciendo que mi corazón lata desenfrenadamente en mi pecho.
Solo quiero que esto acabe.
De la nada, un largo silencio se cuela en mis oídos. No hay nada. No se escucha ni lo más mínimo.
Miro al frente y hay luz de nuevo. No hay rastro de aquellas cosas negras que hace segundos estaban allí. Un alivio enorme se esparce por mi cuerpo y me permito dar un gran suspiro. Vuelvo a levantar mi vista y...
Soy sacada a la fuerza del armario por unos brazos extraños. Mi cuerpo entero duele al impactar de lleno contra el frío suelo de baldosa. Retrocedo en cuanto la razón vuelve en mí e intento arrastrarme debajo de la cama, pero soy agarrada de nuevo, esta vez por mi ropa, con una fuerza descomunal.
Al mirar a la persona que me sostiene, veo a la que se supone es mi madre, pero yo sé que no es ella.
Ella no es así...
Sus ojos totalmente negros me observan y una rara sonrisa aparece en sus labios. Su piel es casi un gris plomizo. Como cada noche, está totalmente fuera de sí de nuevo. Sólo veo su cuerpo vacío siendo controlado por ellos.
— Mamá, por favor, bájame... — le ruego con la voz muy aguda y las lágrimas saliendo de mis ojos sin control alguno, guardando la esperanza de que pueda reconocerme en la penumbra de sus ojos.
Me ignora completamente y se gira caminando hacia el pasillo. Sé lo que va a pasar y mis músculos se tensan. Le ruego llorando que por favor se detenga, que tenga compasión de mí mientras me retuerzo en su agarre. Ella hace oídos sordos y sigue caminando como si estuviera poseída hasta que llega a la puerta de salida.
El frío me sube por la espalda y me llega a la nuca, erizando cada vello de mi piel, haciendo que mi temor aumente cada vez más a medida que me acerco al lago del patio trasero. Veo los cuerpos flotando en él, el olor a sangre se mete de intruso a mi nariz y me revuelve el estómago, generándome fuertes ganas de vomitar.
A veces no era consciente de la realidad que vivía, aveces no disfrutaba de los momentos "felices" que tenía junto a ella, porque siempre estaban empañados de esa oscuridad que tanto odio. Intenté mil veces escapar, buscar ayuda...pero no la conseguí, porque siempre me decía que iba a mejorar, que no tuviera miedo, que ella iba a protegerme. Ahora es ella misma quien me está enviando al desenlace que tanto quise evitar, ella juró protegerme, y nuevamente me falló.
Supongo que ya no hay un mañana para ver después de esto, ya no hay otra oportunidad...
Cierro mis ojos al ser sumergida al agua. Mis lagrimas saladas se mezclan con lo dulce del lago, como diciéndome entre líneas que ya no volveré a sufrir más. Me permito dejar que el agua ingrese en mi nariz e inunde mis pulmones, no lucho con el agua que ingresa, ya no me queda más fuerza, más voluntad, que la propia rendición.
Antes de perder totalmente la conciencia, siento cómo mi cuerpo va quedando vacío por dentro y algo que nunca sentí va tomando el control...
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Editado: 01.10.2024