Mis latidos van disminuyendo su ritmo hasta parecer un pequeño y vago golpe dentro de mi pecho. El aire pasa como el filo de una navaja por mis pulmones. Me cuesta trabajo mantenerlo.
No sé dónde estoy.
Ni si quiera puedo verme a mí misma ni reparar en las cosas a mi alrededor.
La oscuridad ha engullido todo a su paso. Desde las penas, las historias, la melancolía y hasta las más efímeras ganas de existir.
En medio de la soledad, mi cerebro proyecta su imagen. Él se posa frente a mí, con sus dulces ojos plagados de tristeza. Tan vivo y lúcido que una de mis manos sube hacia su rostro con intención de acariciarlo, dejándome llevar por mi irrealidad.
Sus facciones no han cambiado, pero algo en él no es igual.
Examina mi rostro con calma y luego mira a mi alrededor, fijando su vista en algo que no puedo ver. Un escalofrío recorre mi espalda y paraliza todo mi cuerpo. Sus ojos vuelven a encontrarme y siento sus delicadas manos posarse sobre las mías.
¿Se pueden juntar la frialdad y la calidez al mismo tiempo?
Mi cuerpo entero tiembla de frío. Algo me duele, pero no sé qué es. Sin embargo, está ahí. Palpitando. No debería estar ahí. No debería pasar. No tiene razón para estar pasando...
Los anhelos brotan de mi piel en el peor momento posible, cuando sus ojos parecen mirar directo a mi alma, escudriñar cada parte interna de mí. Sabía que su forma de mirar era así, pero se me había olvidado que lo hacía con la intensidad suficiente para revolverme.
Un zumbido crece en mis oídos al notar su mano subir para agarrar el collar en mi pecho. Es un agarre delicado, lento. Así era todo con él.
Había un abismo que nos separaba, pero cada vez que pasaban estas cosas se sentían tan íntimas. La distancia se reducía. Las sensaciones no aparecían, sino que explotaban con vigor.
¿Cómo podría explicarle eso? ¿Cómo puedo decirle que no quiero que esos momentos terminen?
Sin embargo, cuando sus dedos abandonaron la perla verde de mi collar y sus ojos no me miraron, otra extraña sensación apareció en mi pecho.
Es justamente esa sensación la razón de mi intranquilidad. La culpa y el error me abrazan desde hace ya días. El presentimiento de que no estoy en el camino correcto.
¿Por qué si amo todo esto siento como si estuviera haciendo algo que no debo? ¿Por qué haces estas cosas y luego las dejas y sigues como si no hubiesen pasado sabiendo que cada vez que pasan estoy deseando que no te detengas nunca?
En un acto impulsivo, tomo su rostro entre mis manos, obligándolo a mirarme y, sin darle tiempo a procesarlo y cerrando mis párpados, decido juntar mis labios con los suyos.
Siento que caigo en el descontrol al confirmar su suavidad. Cualquier frío que haya sentido antes es borrado por el calor que ahora atraviesa mi piel y me arranca un suspiro. La dulzura de sus labios es incomparable. No nos movemos, sólo estamos ahí. Sólo estoy tatuándome en mis recuerdos el sabor de su boca.
Al poco tiempo, decido apartarme. Jadeando y asimilando el tornado de emociones que acaba de pasar por mi cuerpo, intento buscar sus ojos. Al observar sus orbes cafés, me encuentro una mezcla entre melancolía y tristeza. Pasa saliva y, sin hacer ningún ruido, se levanta y desaparece entre la oscuridad.
Una brisa fría es lo que queda en su lugar, haciendo que cubra mi cuerpo con mis manos.
Lo supuse, pero aún así seguí. Algo dentro de mí sabía que me estaba aferrando a sentimientos que seguramente también fueron producto de mi irrealidad. Entonces, ¿si lo sabía por qué duele tanto...?
Tomo el collar entre mis manos y siento la frialdad de una lágrima estrellarse sobre él. No es agua lo que cae, es hielo. Mi barbilla tiembla ante el frío que sube desde los dedos de mis pies, cubriendo cada parte de mí con una velocidad abrumadora. No me muevo, no lucho, sólo dejo que se expanda hasta que el último vaho es expulsado de mi cuerpo.
Destinatario: Andry.
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poemas romanticos, escritos reflexivos , mini historias de suspenso
Editado: 01.10.2024