Las gotas transparentes que abandonan las plomizas nubes caen como fragmentos de vidrios rotos sobre las hojas de los tupidos manzanos.
Partículas de agua perfuman excesivamente la tierra, haciéndola llorar a medida que se acentúan en ella. Las hormigas, buscando inútilmente esconderse de la tempestad, dirigen sus cuerpos hacia los matorrales.
No saben lo delirantes que son, puesto que, aunque intenten con toda su fuerza y gran voluntad protegerse del desastre, éste es inminente.
La tragedia ha vuelto de sus vacaciones y no está dispuesta a tener compasión de nadie. Viene equipada con su infaltable carnada: La esperanza.
En poco tiempo, el agua ultraja a la tierra, derriba de sus ramas a las delicadas frutas, dejando que se estrellen de lleno en el creciente río bajo éstas.
Las hormigas lo sabían y se equiparon para ello con la esperanza de que podrían soportar. Sin embargo, ahora sus pequeños cuerpos flotan en los riachuelos.
La esperanza es un camino sin salida. Una eterna oscuridad plagada por una ficticia luz. Se incrusta dentro de ti, como una vil sanguijuela, fabricando una ilusa realidad en tu mente. Te convence de que puedes cambiar lo inevitable, hace que te prepares para ello, que te ilusiones hasta el grado de desvelarte. Hace que desees lo imposible y que veas todo como algo alcanzable.
Ella juega sucio, sabe mover sus fichas. Hace su mayor esfuerzo por tenerte de su lado, sin importar cuan maniático te consideren. Es por eso que es la última en marcharse.
El agua lo destruye todo a su marcha y se engrandece con los fragmentos de algo que nunca fue sólido. Azota al cielo con látigos de luz y hace perder los estribos de las nubes, sirviéndole de cimiento al caos.
Las hormigas siempre se estuvieron preparando para su muerte. Pensaron que una gota transparente y engañozamente delicada no tenía el poder suficiente para dañar. Sin embargo, un conjunto de ellas pueden desarmar cualquier base mal construída.
La colisión entre la realidad con el jardín de nuestra esperanza tiene el mismo efecto que un millar de gotas sobre la tierra. Y, sin evitarlo, el dolor hace leves grietas, como si no fuese ya suficiente con el agresivo choque.
Hace su aparición sin ser esperado tan siquiera, tocando las fibras más débiles luego del desastre. Las retuerce, como si eso le causara gracia, como si encontrase la plena satisfacción en ello. Mientras tanto, el corazón se arrepiente de haber sido diseñado para sentir.
El corazón es débil, porque es el que se sigue aferrando cuando todo está perdido. Cultiva la esperanza dentro de ti, cuando ya todo tiene punto final. Es el perfecto artista de las más irreales oportunidades y es quien sigue rehusándose a tu decisión.
¿Sería nuestra mente capaz de olvidar, aún si el corazón hace protesta?
¿Cuánto daríamos por volver a sentir lo irrepetible?
¿Cuánto daríamos por quedarnos en el recuerdo feliz de lo que ya no nos pertenece...?
Tarde he comprendido que en la vida hay cosas que deben seguir su cause natural, aunque estemos en contra de ellas. Interponerse en su camino sólo deja destrucción.
Fantasear con que podemos cambiar algo que se sale de nuestras manos sólo nos condena al error, porque convierte al dolor en parte del proceso.
Me enseñaste a quererte y me dejaste con la ilusión intacta y la añoranza a punto de florecer. Entraste a mi vida y la revolcaste para luego marcharte de imprevisto. Sostuviste mi mano y la calentaste para luego soltarla y dejar que se enfriara. Me hiciste soñar con las posibilidades, aún si el riesgo era grande y la oportunidad de acertar fuese poca. Ahora veo que fuiste aquella delicada gota que dejé pasar y que en un abrir y cerrar de ojos destruyó mis bases por completo.
Necesito que le enseñes a este pobre corazón hinchado de dolor a cómo olvidarte, porque sólo eso se me escapa de las manos. Enséñame a soltarte y dejarte ir, aunque él no lo desee. Revélame una manera en la que, cuando el cansancio se apodere de mí y hunda mi cuerpo en sábanas de algodón, mi mente no decida divagar en ti. Enséñale, por favor, porque él aún te sigue buscando en cada canción, en cada cuadro y en cada par de iris que de seguro no serán los tuyos.
Mata su ilusión y libéralo, aunque con eso termines de deshacerme.
Una vez más la vida nos demuestra que somos seres inútiles jugando a cambiar el futuro, cuando éste se ríe frenéticamente en nuestras caras.
Si algo debemos soltar, es la carnada que nos mantiene presos en la irrealidad. No aferres tu alma a ilusiones, aunque en lo más profundo de tu mente tus recuerdos te traicionen. No persigas lo que ya te dejó atrás, sólo te conviertes en la sombra de una añoranza muerta. No sujetes una cuerda que ya ha sido cortada, porque sólo tú la estás sosteniendo. Y, sobretodo, no permanezcas en el calor del pasado, ya que esa llama ya se esfumó.
Al final del día, la tierra debe abrazar a sus caídos. Consciente de que todo por lo que alguna vez las hormigas trabajaron sin cesar y alabaron está destruído. Ellas mismas están muertas. Se fiaron de que podían con ello, de que no era mucha cosa. Se confiaron en exceso y la vida les envió una lección.
Nuevas hendiduras y enormes grietas son las que surcan la tierra ahora, indicando el arribo de la inexistencia.
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Editado: 01.10.2024