Los vientos frescos de fin de año hacen mecer las alamandas que cubren los alrededores de la piscina. Las eléctricas luces del recinto se cuelan entre la oscura y movida noche para iluminar el espacio y dejar a la luz pública aquello que antes solía ser reservado.
El cielo está completamente despejado y la Luna resplandece con vigor y emoción en lo más alto. Ansiosa, espera el momento adecuado mientras que sus diminutas, pero igual de resplandecientes compañeras, la animan a aguardar con paciencia.
Notas musicales animan el ambiente, haciendo que la multitud baile al unísono y se deje llevar por la agradable sensación de dejar de lado la aflicción y concentrarse en las melodías que inundan sus sentidos.
En medio de la euforia y sentados en el césped en un espacio levemente privado, la calidez que genera su mano sobre mi pierna hace que me concentre en sus ojos cafés. A los que siempre había deseado mirar sin ocultar mi admiración y a los que siempre he añorado en secreto. Y, los cuales, me devuelven la mirada con la misma intensidad y con una chispa de emoción inusual.
Reparo en cada una de sus facciones mientras sostengo sus manos entre las mías en una distracción absurda por no dejarle notar lo alterada que me encuentro por su estrecha cercanía y por las palabras que he luchado por contener durante tanto tiempo.
Las mismas que, cada noche, confesaba a la Luna con el corazón tamborileando sin cesar en mi pecho de solo pensar en declararlas. Ella me escuchaba sin reproches y era testigo de cada uno de mis descabellados deseos. Porque, si decidía guardarlos en el interior de este enloquecido corazón, terminaría colapsada y ebria de amor.
Respiro lo más hondo que puedo bajo su inquieta mirada a escasos centímetros de mí. Entonces, en un arrebato de valentía, simplemente lo suelto y tiemblo internamente por ello.
Me encantaba de tal manera que me descontrolaba internamente, porque era capaz de eclipsar todo a mi alrededor cada vez que lo veía. Me fascinaba a tal nivel que era capaz de alterar mis nervios cada vez que me sonreía justamente como lo está haciendo ahora. Tenía el poder de hacerme olvidar cualquier cosa. Era capaz de arrancarme una sonrisa en cualquier momento, sin importar la situación o lugar. Tenía el poder de hacer que mi corazón y alma vibraran con cada mirada, cercanía e interacción, deseando que jamás se fuera. Deseando sentir su piel con la mía. Deseando ver su sonrisa a diario porque, sobre todas sus características, esa era la que me hacía sentir en otro mundo.
Y tenía que decírselo, porque ya no podía ocultarlo más. Porque yo era demasiado evidente y poco disimulada.
Y porque me encantaba.
Simplemente me encantaba.
Sobre sus atrayentes labios se dibujó una sonrisa pícara y cómplice.
Mi piel ardía en temor por lo que pudiera salir de su boca. El zumbido de mis oídos se agudizaba con cada segundo que pasaba. Sin embargo, mi mente se desconectó por completo cuando, de imprevisto, decidió juntar sus labios con los míos.
En ese momento supe que esa sería mi nueva adicción.
Mi nueva perdición.
Una obsesión que garantizaría mi perdida de cordura.
Cualquier otra cosa quedó reducida a cero. Los nervios se esfumaron y le abrieron paso a una llama de emociones en cuestión de segundos, la cual se extendió sin límites por todo mi cuerpo, haciendo trizas mi autocontrol y cualquier pensamiento negativo que entes inundaba mi cabeza.
Me concentré en sus labios bailando sobre los míos, en su mano sobre mi barbilla de una forma determinante y en su respiración acelerada sobre mis mejillas. Y, cuando decidió separarse, su sonrisa me embaucó de nuevo.
Las estrellas quedaron satisfechas con la situación, porque brillaron como nunca lo habían hecho sobre nosotros. La Luna no pudo esconder su dicha e iluminó más el firmamento, haciendo que la noche se volviera inigualable, pero efímera.
El tiempo decide afanarse cuando más se le necesita. A veces ni si quiera se siente su paso, porque avanza tan fugazmente que no da tiempo a asimilar que estuvo allí. Sin embargo, los recuerdos quedan tatuados en la mente y en la piel para jamás ser olvidados.
A mi regreso, las alamandas se veían más vívidas. Como si el sol las hubiese besado para resaltar en medio de la oscuridad. Ni si quiera podía percibir el frío de la madrugada, porque mis emociones estaban tan alocadas y ansiadas de mucho más que solo inundaban mi cuerpo de una dulce calidez.
De tu calidez y aroma.
Firmé mi condena cuando, entre tantas personas presentes, mis ojos siempre te buscaban a ti.
Firmé mi condena cuando, sin pensarlo, te empecé a querer mucho más de lo que quería admitir.
Firmé mi condena al besarte, porque se sintió como si estuviese entrando a un perfecto paraíso del que no querría salir jamás.
Firmé mi condena porque sabía que quererte iba a ser un desafío y aun así nunca desistí. Decidí dejarme llevar de lo que sentía por ti, porque era tan ardiente que no podía apagarlo con cualquier cosa. Decidí dejar que tus ojos me robaran cientos de suspiros, que mi mente siempre vagara en ti al anochecer y que, a pesar de las circunstancias, te otorgara el poder de ver más allá de lo que soy.
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Editado: 19.12.2024