Dedicado a aquellas personas que les tocó dejar atrás una parte de sí mismos para poder salir del agujero y ser quienes son hoy en día.
Debo subir.
Sé que necesito subir.
Es la oportunidad perfecta para hacerlo. He esperado con ansias este momento. Lo he anhelado tanto que se convirtió en la única cosa que realmente me importa.
Los escalones se alzan ante mí y el viento amenaza con tumbarme para atrás si no aferro mis pies lo suficiente al suelo. Intento alargar una mano para sujetarme en la escalera, pero la retraigo por indecisión.
Un disparo atraviesa el aire. Esta vez sonó muy cerca de mí.
Debes avanzar.
¿Cómo lo hago si hay dagas en vez de peldaños?
La cima nos espera.
Todo este tiempo me convencí de que lo importante era subir aquellos peldaños que veía en la lejanía de mi cueva para poder salir de este infierno. Esperanzada, trazaba planes y me imaginaba lo que podría esperarme en una cima incapaz de determinar desde tierra.
Riqueza.
Gloria.
Paz…
La madera que sostiene la escalera está plagada de sangre seca. Su olor es putrefacto y revuelve mi estómago. Un recordatorio de lo que me espera al intentar subir.
Espesas nubes grises tapan parte de la enorme escalera, por lo que sólo se deja ver hasta cierto punto. De resto, el camino es completamente desconocido.
Ojeo mis alrededores y sólo encuentro la misma miseria en la que he vivido desde hace tiempo.
Quedarme sólo alargaría mi pena.
Quedarme sólo asegura mi muerte inmediata.
Aprieto con mayor determinación mi mano sobre la primera daga y cierro mis ojos ante el punzante dolor. Hago lo mismo con la otra y a duras penas logro avanzar cuatro peldaños.
No mires abajo.
Con los ojos nublados, me obligo a seguir subiendo. Mis manos escuecen y la sangre se resbala por mis antebrazos. Contengo la respiración al sentirme mareada por el olor fétido.
Sus lamentos llegan hasta mí como leves susurros arrastrados por el viento.
No mires abajo.
Otra daga perfora mi piel magullada y aprieto mis labios para no soltar un chillido. Saladas lágrimas recorren mis mejillas en contra de mi voluntad mientras que sus gritos se van perdiendo a medida que avanzo.
Por más que le rogué e insistí, ella no quiso venir conmigo.
A pesar de que fue la que me alentó a salir, ella no quiso abandonar este lugar. Había caído aquí primero que yo y me acogió en mis peores momentos, le dio esperanza a mi corazón sin importar que el suyo estuviese muerto.
Estaba rota cuando la conocí, pero no dejó que yo corriera con la misma suerte.
Todo ápice de esperanza había abandonado su cuerpo. Era como un ser vacío intentando aguantar hasta donde pudiese. La habían dañado tanto que sus ojos carecían de vida a pesar de que siguiese en pie.
Quería sacarme de allí a toda costa, aunque ella estuviese muriendo lentamente. No quería que presenciara su final.
Su fortaleza es la que me motiva a no caer.
Es su sonrisa rota la que me motiva a avanzar.
No sé cuántos peldaños he subido ni cuántos me faltan por escalar, pero estoy atravesando las nubes grises.
Acarician mis mejillas en consolación. Limpian mis lágrimas en silencio para que pueda ver mejor el camino. Me acobijan ante el intenso frío y me sostienen para que no pueda soltarme.
Exhalo con pesadez por la boca y un gemido de dolor abandona mis labios.
No siento mis dedos.
Sigue avanzando.
Las palmas de mis manos están completamente destrozadas.
Ya falta poco. No pares.
Pongo todo mi empeño en ignorar cada punzada de dolor que me generan las dagas afiladas. Ignoro cómo la hoja reluciente se empaña de aquel espeso líquido rojo al apoyar en ella mi mano temblorosa.
Intento apoyar mi pie sobre la hoja, pero éste resbala, haciéndome perder el equilibrio. Me sujeto como puedo a una de las dagas para no caer al vacío y un horrendo dolor me atraviesa por completo.
Miro hacia abajo por accidente y quedo completamente paralizada y suspendida en el aire. Cierro los ojos con fuerza mientras una oleada de viento amenaza con hacerme caer.
Estoy demasiado alto.
Puedes hacerlo.
Voy a resbalar.
No lo harás.
Evito mirar mi mano y la apoyo sobre un peldaño, al igual que mi pie. Me quedo sumamente quieta durante un largo rato, dejando que la tensión abandone mi cuerpo.
Ya no puedo sentir más dolor, sólo ganas de aferrarme para no caer de nuevo.
Justo cuando estoy por avanzar, una delicada mariposa roja desciende desde las alturas y se posa sobre mis manos ensangrentadas. Se sitúa en una de ellas con sumo cuidado y bate sus alas lentamente. No se inmuta por mis manos desastrosas ni se mueve de lugar. Sólo permanece allí.
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poemas romanticos, escritos reflexivos , mini historias de suspenso
Editado: 25.05.2025