Narra Dante
Ya han transcurrido dos meses desde que conocí a Angelo. Debo admitir que se ha convertido en una persona especial en mi vida, alguien que ha llegado a mí como un verdadero regalo. Su presencia ha traído alegría y significado a mis días, y poco a poco, he llegado a valorar su compañía de una manera profunda. Cada momento compartido con él ha sido significativo y ha contribuido a la transformación de mi vida de formas que nunca imaginé.
En este capítulo de mi vida me encuentro pensando en la complejidad de la relación que he desarrollado con Angelo. A medida que los días pasan, me doy cuenta de que mis sentimientos por él han crecido de una manera que nunca imaginé. Los besos que compartimos no son simplemente gestos de afecto; se han convertido en una necesidad casi vital para mí, una forma de conexión que no puedo ni quiero ignorar.
A medida que interactuamos, surgen emociones y situaciones que complican nuestra conexión, lo que provoca que la dinámica entre nosotros sea un tanto intrincada. Cada conversación y cada encuentro aportan nuevas capas a esta complejidad, y me esfuerzo por entender a fondo lo que realmente significa compartir este vínculo con él.
Cada vez que nuestros labios se unen, experimento una intensa chispa que recorre toda mi piel, una combinación de emociones que van más allá la simple atracción física. Es como si cada beso que compartimos estuviera impregnado de una promesa de complicidad y un entendimiento que va mucho más allá de lo superficial. La manera en que Angelo me observa antes de acercarse, con una mirada cargada de sentimientos, mezcla de deseo y ternura, provoca en mí una sensación abrumadora. Cuando sus labios apenas rosan los míos, un escalofrío recorre mi cuerpo, despertando en mí una especie de adicción irresistible que no puedo ni quiero controlar. Cada encuentro es un retorno a un mundo donde solo existimos nosotros dos, donde el tiempo se detiene y cada beso se convierte en un pacto secreto entre almas.
Estoy aquí, en mi habitación, rodeado por estas paredes que parecen resonar con mis pensamientos. La ansiedad me consume mientras revivo cada uno de esos momentos compartidos, contando los días, las horas, los segundos hasta que pueda volver a estar a su lado. Su fragancia, esa risa que ilumina mis días, y la manera en que me acaricia suavemente al finalizar un beso son recuerdos que me atormentan en su ausencia; se han convertido en un deseo constante que no puedo ignorar.
He llegado a necesitar la dulzura de sus labios como un adicto que ansía su dosis, y esta necesidad me deja expuesto, vulnerable. A pesar de esta fragilidad, hay algo en este anhelo que me hace sentir intensamente vivo, como si cada latido de mi corazón estuviese marcando el ritmo de mi espera. Cada pensamiento, cada recuerdo y cada deseo se entrelazan en mi mente, a medida que la expectativa de su presencia me envuelve por completo.
A lo largo de estas páginas de capitulo de mi vida , hago una profunda reflexión sobre la evolución de nuestra relación. Recuerdo aquellos primeros besos, esos que eran tímidos y cautelosos, llenos de incertidumbre y descubrimiento. Con el tiempo, han pasado a transformarse en besos más apasionados y profundos, cada uno de ellos dejando una huella indeleble en mi corazón. A veces, me encuentro cuestionando si esta atracción intensa que siento es realmente saludable. Me pregunto si, al entregarme tanto a esta adicción por sus labios, estoy perdiendo el control sobre mí misma. Sin embargo, en el fondo de mi ser, tengo claro que no puedo resistirme a este sentimiento; cada beso de Angelo representa una chispa de felicidad que tiene el poder de iluminar incluso mis días más oscuros.
No se trata únicamente de un relato que refleja mi profunda adicción a los besos de Angelo, sino que también constituye una profunda exploración de los altibajos emocionales que implica el estado de estar enamorado. En este torbellino de sentimientos, la confusión, la alegría y el miedo se entrelazan en una danza caótica que, aunque en ocasiones me genera pánico, también me brinda un rayo de esperanza y un ardiente deseo. Mientras tecleo estas palabras, me percato de que esta historia apenas ha comenzado, y que mis labios seguirán anhelando los suyos, sin importar las posibles repercusiones que eso pueda acarrear.
Hace dos días, tomé la decisión de hacerme un tatuaje tribal. Por supuesto, Beatriz me ha dado su consentimiento para hacerlo, aunque todavía no he tenido la oportunidad de mostrárselo a Angelo.
En este momento, me encuentro en un parque, disfrutando de la belleza que me rodea. La luz del atardecer se filtra entre las hojas de los árboles, tiñendo todo con un cálido tono dorado. De repente, mis ojos se posan en Ángelo, así que me pongo de pie. Él está apoyado contra la barandilla del parque, mostrando una leve sonrisa en sus labios, con la camisa remangada que deja al descubierto su tatuaje tribal. La luz del sol juega con las sombras sobre su piel, haciendo que cada línea del tatuaje parezca moverse, como si tuviera vida propia.
Ángelo se detiene en seco, a solo unos pasos de mí.
En ese momento, me doy cuenta de que mi corazón, traicionero, dio un pequeño salto. Giro el rostro hacia él, y en ese instante —con esa mirada suave y esa media sonrisa que parece destinada solamente a mí—, Ángelo olvida cómo respirar.
—¿Qué pasa? —le pregunto, ladeando la cabeza curiosamente.
—Nada… —responde, aunque no logra esconder la sonrisa tonta que se le escapa de los labios—. Solo… te ves muy guapo así.
Arqueo una ceja, divertido por su halago.
—¿Así cómo? —pregunto, intrigado.
—Así… como tú. Pero con esa luz, y… —mira disimuladamente su brazo— ese tatuaje que asoma. Pareces sacado de una película.
No puedo evitar reírme en un susurro, con ese tono que solo utilizo cuando estamos a solas. Empiezo a caminar hacia Ángelo, despacio, como si fuese consciente del efecto que tengo sobre él.