LEX
Nunca me ha gustado la gente que se detiene demasiado a mirar.
Esas miradas como si quisieran descubrir algo en tu interior, desmenuzarte hasta que te deshagas. Como si pudieran ver más allá de lo que soy.
Y lo peor de todo es cuando no me doy cuenta de lo que buscan.
De lo que esperan encontrar.
La carrera terminó. De nuevo, primero. Como siempre.
Pero no me importó. La gente aplaudió, gritaron mi nombre, pero sus voces se fueron desdibujando en el aire. No me importaba. No hoy.
Lo que me importaba era esa… chica.
Cat, creo que la llamaban.
La vi por primera vez cuando llegué al garaje. Estaba cerca de su auto, pero lo que más me llamó la atención fue la forma en que se movía: lenta, como si estuviera en su propio mundo, más allá de las carreras y el ruido. Algo en ella me hizo detenerme. No me importaba si su arte era bueno o no. No me importaba nada de lo que hacía, pero…
la miré. Y seguí mirándola. Como si hubiera algo en ella que me descolocaba. Algo en su postura, en la forma en que parecía ignorarme mientras trabajaba en el auto.
Sus movimientos eran tranquilos. Con una calma que no encajaba con el caos que la rodeaba. Era como si no le importara el mundo en el que estaba. Como si estuviera completamente fuera de lugar, pero tan a gusto en ese desajuste que me desconcertaba.
Luego, cuando me acerqué, la vi de cerca por primera vez.
La manera en que miraba los detalles de mi auto, de esa pintura que no era más que un lienzo en blanco para ella… me hizo sentir algo que no sabía cómo definir.
Era como si estuviera mirando una obra maestra en lugar de un simple coche de carreras.
Me pareció estúpido.
Me acerqué a ella y le lancé la primera pregunta que se me ocurrió, la única que me salió con la naturalidad de siempre.
—¿Tú eres la artista?
Es difícil de explicar, pero vi algo en su rostro cuando me vio. Como si un pequeño destello de miedo, o tal vez curiosidad, apareciera en sus ojos. La manera en que se quedó callada un momento, como si sus palabras se atoraran en su garganta, me hizo pensar que no era tan diferente a mí.
Aunque en mi caso, el silencio nunca es incómodo.
Y luego, habló. Su voz era suave, titubeante. Me hizo pensar que probablemente no estaba acostumbrada a ser el centro de atención, que no buscaba eso.
En cuanto dijo que estaba pintando mi auto, una parte de mí se sintió extraña. No era solo porque me hubiera dado cuenta de lo nerviosa que estaba. Era algo más.
—No pareces encajar en este lugar.
Fue lo primero que dije. No lo pensé.
Y no sabía si estaba siendo cruel, si le estaba diciendo lo obvio o si, simplemente, no me importaba lo que pensara.
Es que lo cierto es que… no lo sé. Me sentí incomodado por la forma en que la veía. Su presencia era… ligera. No encajaba con todo el ruido, la rudeza, el sudor que se sentía en el aire de la pista. Ella era calma. Pero no como la calma que me gusta, la mía, que te arrastra y te consume. No. Ella era una calma silenciosa.
Como si su mundo estuviera en otro lugar.
Me dio la espalda casi de inmediato, y observé cómo se alejaba. Como si no le importara que acabara de hablarle de esa forma. Eso fue lo que me golpeó con más fuerza.
Porque, al final, nadie hace eso. Nadie se da la vuelta así, sin preocuparse por lo que puedas pensar o sentir. Nadie lo hace. Excepto ella.
Me quedé allí parado, mirando su figura pequeña en medio de un lugar lleno de ruido, y algo en mi pecho apretó. Un leve sentimiento que no me atrevía a clasificar, no quería admitir siquiera que existiera. Pero estaba ahí. Y no me gustaba.
El auto rugió a lo lejos. La gente gritaba. Y yo seguía viendo su silueta, como una sombra en medio de todo eso.
Sabía que no debía pensar en ella.
No tenía nada que ver con mi vida.
Era una pintora. Y yo… bueno, yo era un maldito corredor de carreras.
Solo que, por alguna razón, esa puta calma en su manera de ser me incomodaba más que cualquier ruido.
Nunca había sentido algo así antes. Y no estaba seguro de si quería seguir sintiéndolo.