A ciento vente latidos

Capítulo 5 — "Demoliciones y Mentiras"

LEX

El taller estaba casi vacío cuando Cat se fue.

La vi alejarse, sus pasos pequeños y rápidos, abrazando su mochila contra el pecho como si fuera un escudo.
Vi cómo se encogía cuando alguien encendía una moto a lo lejos.
Vi todo.

Y todavía estaba allí, maldita sea, parado como un imbécil, mirando la entrada mucho después de que ella desapareció.

Me giré hacia la zona que le había conseguido.
Caminé hasta allí.

Y entonces lo vi con más claridad: las paredes rajadas, las lámparas que chispeaban como si fueran a explotar en cualquier momento, el suelo cubierto de polvo y aceite viejo.

—Mierda —gruñí.

Me pasé la mano por el cabello, frustrado.

No era un lugar para que alguien… como ella… trabajara.

Suspiré.
No era mi problema.

Pero ya estaba sacando el teléfono.
Ya estaba marcando.

Puto idiota, me dije mientras escuchaba los tonos.

—¿Qué quieres, Lex? —respondió Marcus, bostezando del otro lado.

—Necesito que vengas al taller —dije, cortante.

—¿Ahora? ¿Qué demonios?

—Ahora.

Corté antes de que pudiera seguir quejándose.

Cinco minutos después, llegaron Marcus, Ben y Troy, arrastrando los pies y soltando insultos a media voz.

Me crucé de brazos.

—Vamos a arreglar la zona este.

Me miraron como si les hubiera dicho que nos íbamos a lanzar de un puente.

—¿Estás enfermo? —preguntó Ben, ladeando la cabeza.

—¿Te golpeaste en una carrera y no nos contaste? —añadió Troy, riéndose.

Marcus me miró con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué, Lex? ¿Desde cuándo te importa si un rincón olvidado se cae a pedazos?

Encogí los hombros, frío como el hielo.

—Quiero un espacio tranquilo para mí.

El silencio fue inmediato.
Luego, estallaron las risas.

—¡Jajajaja! Claro, Lex, necesita su rincón zen para meditar —se burló Troy, agarrándose el estómago.

—¿Vas a hacer yoga también, hermano? —añadió Ben.

Rodé los ojos.

—¿Van a ayudar o no?

Marcus resopló, pero asintió.

Mientras empezábamos a mover cajas y tirar cosas viejas, Ben dejó caer una observación casual:

—Aunque… ahora que lo pienso… te vi entrar aquí antes.

Me tensé.

Demasiado tarde.

—Sí, sí —siguió, sonriendo como un maldito lobo—. Con una chica.

Troy se volvió hacia él, la mirada encendida.

—¿Una chica? ¿Aquí? ¿Con Lex?

Marcus soltó una carcajada.

—Debe haber estado perdido o la estaba secuestrando, porque Lex odia a las personas. Y a las mujeres aún más.

—¿Quién era? —preguntó Troy, curioso.

Ben se encogió de hombros.

—No la vi bien. Solo vi que era… bueno, era una chica gordita. Pequeña. De cabello suelto.

Las carcajadas retumbaron en todo el maldito taller.

—¡Lex! ¿Te gustan las abrazables ahora? —bromeó Troy, dándome un codazo.

—¡Sabía que en el fondo eras un blandito! —gritó Marcus, soltando otra carcajada.

No dije nada.

Solo apreté más fuerte la llave inglesa en la mano.
Hasta que mis nudillos se pusieron blancos.

—¡Vamos, hermano! —Troy seguía riéndose—. ¿Una gordita? Nunca te vi tan generoso.

—¿Sabes? Eso explica todo —dijo Marcus—. Está armando un nidito de amor.

—Va a poner velitas aromáticas y todo —añadió Ben.

El enojo me quemaba bajo la piel.
No hacia ellos.

Hacia mí mismo.

Por no saber por qué demonios me molestaban tanto esas palabras.
Por no saber por qué quería romperles la cara a los tres.

Les lancé una mirada que cortó la risa como un cuchillo.

—Una palabra más —dije, mi voz baja, cargada de amenaza—, y los dejo sin dientes.

Troy levantó las manos, fingiendo inocencia.

—¡Ey, ey! ¡Relájate, Lex!

Marcus soltó un bufido.

—Está bien, está bien. No hablamos más de la gordita misteriosa.

Ben todavía sonreía, pero se mordió la lengua.

El resto del día lo pasamos en silencio incómodo, trabajando en el rincón olvidado.
Limpiando. Arreglando. Cambiando las luces. Tapando las grietas.

Y mientras martillaba, lijaba y sudaba, sabía una cosa con absoluta certeza:

No era por mí.

Era por ella.

Aunque nunca, ni en mil años, lo admitiría en voz alta.




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