LEX
Esa noche, el silencio del taller era espeso.
Normalmente me gustaba así: solo el eco lejano del viento golpeando la chapa, el olor a aceite y metal llenando mis pulmones.
Paz.
Pero esta vez, todo me molestaba.
Me senté en la silla desvencijada junto al escritorio de herramientas, moviendo el pie de manera nerviosa.
Frente a mí, la pantalla de mi celular brillaba.
Había escrito "¿qué es el autismo?" en el buscador.
Lo miraba como si fuera a explotar.
Resoplé, frustrado, pasándome una mano por la cara.
—Esto es estúpido —murmuré para mí mismo.
Apreté el celular entre mis manos como si pudiera aplastar la curiosidad que me carcomía.
Pero no pude.
Con un gruñido, abrí el primer enlace que apareció.
"El trastorno del espectro autista es una condición neurológica que afecta la comunicación, la conducta y la sensibilidad sensorial..."
Fruncí el ceño.
No entendía una mierda.
Pasé el dedo por la pantalla, bajando rápido.
Más palabras técnicas. Más mierda que no me servía.
Hasta que encontré una lista más simple:
Me quedé leyendo en silencio.
Mi mente volvió al primer día: Cat encogiéndose cuando alguien aceleró una moto, protegiéndose los oídos con las manos como si le hubieran disparado.
Y a la forma en que evitaba mirarme directo a los ojos.
O cómo parecía moverse siguiendo una especie de coreografía interna que nadie más podía ver.
Tragué saliva.
No estaba "loca".
No estaba "mal".
Era... diferente.
Y de alguna forma, eso me parecía jodidamente valiente.
Seguí leyendo:
"Las personas autistas no siempre expresan emociones de manera convencional, pero eso no significa que no las sientan profundamente."
Me recosté en la silla, exhalando un suspiro largo.
Nunca había pensado en eso.
Siempre había creído que si alguien no mostraba lo que sentía, era porque no le importaba.
Porque era frío.
Como yo.
Pero quizás, en su mundo, expresar lo que llevaba dentro era más difícil.
Miré la pantalla por un segundo más antes de bloquearla de un manotazo.
No quería pensar más.
No quería sentir más.
Y sin embargo, mientras apagaba las luces del taller y me arrastraba hasta mi habitación, una imagen se me pegó al cerebro como una maldita canción:
Cat.
Pintando.
Sonriendo, aunque nadie lo notara.