LEX
No debería estar ahí.
Tenía mil cosas mejores que hacer que quedarme recostado contra la pared, mirando cómo la chica —Cat— sacaba pinceles, tubos de pintura y bocetos.
Pero no podía evitarlo.
Había algo en ella…
En la forma meticulosa en la que alineaba los colores.
En cómo sus dedos —pequeños, manchados de pintura— temblaban apenas cuando destapaba un frasco.
Era como ver a alguien armar su propio universo.
Y aunque normalmente odiaba cualquier cosa que pareciera frágil o complicada, no podía arrancar los ojos de encima.
Ella se movía con una concentración absoluta, el ceño fruncido, mordiendo ligeramente su labio inferior.
Cuando agarró el primer pincel y lo deslizó sobre el capó del auto como si estuviera acariciándolo, algo en mi pecho dio un golpe seco.
La forma en que mezclaba los colores…
El cuidado de sus trazos…
La pasión que irradiaba, aunque ni siquiera levantara la mirada.
Era como ver música en movimiento.
Me aclaré la garganta, incómodo conmigo mismo.
Ella se sobresaltó un poco, como si recién recordara que había alguien más en el mundo.
—¿Todo bien? —pregunté, odiando lo áspero que sonó.
Cat bajó la mirada, jugueteando con el borde de su camiseta.
—Sí… Solo… me concentro mucho cuando pinto.
Asentí. No sabía qué decir. No sabía cómo hablarle sin arruinarlo.
Ella volvió a su tarea.
Yo debería haberme ido.
Debería haber dejado que trabajara en paz.
Pero mis pies no se movieron.
Me quedé ahí, en silencio.
Dejándola llenar el espacio vacío con color.
Cada pincelada suya era un latido.
Y aunque no podía entender por qué, su pequeño mundo de pintura y calma me anclaba de una forma que ninguna carrera, ninguna pelea, ningún motor rugiendo bajo mis pies había logrado nunca.
Maldita sea.
Estaba en problemas.