CAT
Estaba tan concentrada en mi mural que por un rato olvidé el mundo.
Olvidé el ruido, el miedo, los rostros desconocidos.
Solo existían los colores y el latido constante de mi corazón.
Hasta que escuché pasos apresurados y una voz demasiado alta para mi gusto.
—¡Lex! —gritó Nate desde el pasillo, acercándose con su andar despreocupado—. Hey, hermano, tenemos que ver lo del motor del Dodge...
Se detuvo en seco al verme.
Parpadeó, como si necesitara unos segundos para entender la escena: yo, arrodillada frente al capó, pincel en mano.
Lex, de pie, observándome como si no existiera nada más.
La sonrisa burlona de Nate apareció enseguida.
—¿Qué tenemos aquí? —canturreó, cruzándose de brazos.
Lex gruñó, tenso como un resorte.
—Nada. Lárgate, Nate.
Pero Nate era como un perro que olía sangre en el agua.
—¿Nada, eh? —se rió—. Porque desde donde estoy parece que estás hipnotizado, hermano. ¿Qué pasó? ¿El corazón de piedra de Lex finalmente latió por alguien?
Sentí la sangre subirme a las mejillas.
Quise esconderme debajo del auto.
Lex dio un paso hacia Nate, los hombros rígidos.
—Cierra la boca —le advirtió en un tono tan frío que el ambiente bajó diez grados.
Nate soltó una carcajada, ignorándolo.
—¿Así que esta es la famosa Cat? —dijo, girándose hacia mí con una sonrisa amistosa, pero curiosa—. Ben me contó que te contrataron para el mural. Y también me dijo algo más…
Yo no sabía si debía seguir pintando, salir corriendo o fingir que me había vuelto invisible.
—Nate —gruñó Lex otra vez, la voz más baja, más amenazante.
Nate alzó las manos en señal de paz.
—Tranquilo, tranquilo. No dije nada malo. Solo... —Me miró de nuevo, esta vez con menos burla, como tratando de entender—. Se ve que tienes talento. Y... bueno, no todos se atreven a acercarse a Lex. Especialmente no chicas... normales.
La palabra quedó suspendida en el aire, torpe, incómoda.
Lex apretó los puños.
Yo bajé la mirada, el estómago retorcido.
No era la primera vez que alguien insinuaba que no encajaba.
Pero dolía igual.
Lex se acercó hasta quedar entre Nate y yo, su sombra cubriéndome como un escudo.
—Te doy diez segundos para desaparecer antes de que te parta la cara —dijo, la voz tan baja que apenas era un murmullo.
Nate levantó las cejas, impresionado.
—Guau, viejo... Tranquilo. Solo era una broma. —Retrocedió unos pasos—. Nos vemos luego, Cat.
—Y sin esperar respuesta, se fue riendo para sí mismo.
Cuando el silencio volvió, sentí las lágrimas arremolinándose en mis ojos.
Parpadeé rápido.
No iba a llorar.
No aquí.
Lex se quedó quieto unos segundos, como si no supiera qué hacer.
Luego, sin mirarme, murmuró:
—No lo escuches. Es un imbécil.
Asentí, sin confiar en mi voz.
Él se rascó la nuca, incómodo, como si quisiera decir algo más, pero no supiera cómo.
Finalmente, gruñó algo ininteligible y salió del cuarto, dejándome sola de nuevo.
Y aunque agradecí la privacidad para recuperar el control, una pequeña parte de mí sintió que él me había protegido.
Que, de alguna forma extraña, había elegido quedarse de mi lado.