CAT
Apenas había terminado de limpiar mis pinceles cuando escuché la voz grave del jefe, Don Arturo, resonando por todo el taller.
—¡Reúnanse, equipo! ¡Todos al frente!
Miré a mi alrededor, nerviosa. No me gustaban las sorpresas, especialmente en lugares llenos de ruido y movimiento, pero respiré hondo y me acerqué al grupo, mezclándome como pude. Lex estaba al otro lado, cruzado de brazos, con esa expresión que parecía tallada en piedra. No me miró. Bien.
Don Arturo tenía una gran sonrisa en el rostro, esa sonrisa de abuelo bonachón que desarmaba a cualquiera.
—Nos vamos de viaje, muchachos. —Su voz era alta y clara—. ¡A Colorado!
Hubo un murmullo emocionado entre los chicos, algunos silbidos y gritos de celebración.
—Este año, nos invitaron a la Carrera Invernal de Crested Butte. Es una competencia especial: esquí en autos y motos modificadas. Y, sí, vamos a competir.
Esquí en autos. El concepto solo hizo que mi cerebro se llenara de imágenes absurdas. Intenté no fruncir el ceño.
—¿Todos? —preguntó uno de los chicos.
Don Arturo sonrió aún más, señalándome directamente a mí.
—Todos. Incluida nuestra artista estrella.
Sentí que mi cara se encendía y me encogí ligeramente bajo mi sudadera. ¿Yo? ¿A un viaje? ¿Con ellos? El estómago me dio un vuelco.
Algunos chicos asintieron con entusiasmo. Otros, como Nate y Ben, parecían contentos... pero no todos. Algunos cruzaban los brazos, otros fruncían el ceño. Era obvio que no a todos les caía bien la idea de llevar a la "chica rarita" del taller.
Me mordí el labio, tratando de no dejar que me afectara.
Fue en ese momento que mis ojos buscaron, casi sin querer, a Lex.
Él me estaba mirando.
No con burla. No con fastidio.
Con algo más. Algo que no entendí, pero que me hizo apartar la mirada rápido.
—Saldremos en dos días. Abríguense, no quiero ni un resfriado. Y Cat… —me sonrió—, prepara esos pinceles, te conseguí un encargo especial en el evento.
Genial. Más exposición.
Sentí la ansiedad creciendo en mi pecho, pero asentí en silencio.
LEX
Cuando escuché que Cat también iría, mi primer impulso fue objetar. No porque no quisiera que viniera.
Sino porque me preocupaba.
Los viajes eran un caos. Ruido, cambios de ambiente, multitudes… todo lo que a ella claramente le afectaba.
Y, aunque no entendía bien su condición —Ben apenas me había explicado lo básico—, sabía que Cat necesitaba un tipo diferente de cuidado.
Miré al grupo. Varios idiotas cuchicheaban, lanzando miradas a Cat. Mis manos se cerraron en puños automáticos.
—¿Algún problema? —gruñí, mirando a los que murmuraban.
Se callaron de inmediato.
Don Arturo, siempre perceptivo, me lanzó una mirada rápida. Como si supiera lo que estaba pasando por mi mente.
No me importaba. Si Cat iba, yo iba a estar pendiente. Aunque ella no quisiera mi ayuda. Aunque no quisiera ni mirarme.
Porque, de alguna manera retorcida, sentía que era mi responsabilidad.
Y si alguien se atrevía a hacerla sentir incómoda…
Dios ayude al imbécil.