CAT
Cuando el autobús finalmente se detuvo, el mundo era blanco.
La nieve caía en copos pesados, cubriendo los caminos, los techos, incluso los árboles, que parecían fantasmas gigantes dormidos.
Me levanté despacio, con la mochila al hombro y la libreta de bocetos firmemente apretada contra el pecho.
El dibujo de Lex estaba ahí, entre las hojas. Un pequeño secreto latiendo bajo mis dedos.
Pero en el apuro por bajar, alguien me empujó accidentalmente y la libreta se resbaló.
Cayó al piso, abriéndose justo en la página del dibujo.
Me agaché como un rayo, el corazón golpeándome las costillas.
Lex bajaba en ese momento, apenas unos pasos delante de mí, la chaqueta negra contrastando con la nieve.
Por suerte, no lo vio.
Guardé la libreta de nuevo, con manos temblorosas, como si escondiera algo sagrado.
Cuando pisé el suelo, el frío me golpeó de lleno. Mis mejillas, mis orejas, mis dedos… todo empezó a entumecerse.
Me abracé a mí misma, temblando.
Y entonces, algo voló en el aire hacia mí.
Una bufanda gruesa, de lana oscura, chocó contra mi pecho.
Levanté la vista, desconcertada.
Era Lex.
Sin decir una palabra, sin siquiera mirarme, me había lanzado la bufanda.
Se acomodó la mochila en el hombro y empezó a caminar hacia el grupo como si nada hubiera pasado.
Me quedé ahí, con la bufanda en las manos, el corazón desbordándome de algo que no entendía del todo.
Me la puse, envolviéndome el cuello. Olía a tela limpia, a algo vagamente masculino y cálido.
Era suya.
Lex me había dado su bufanda.
Porque sabía que me congelaría.
Porque, de algún modo, siempre estaba atento, incluso cuando fingía no mirar.
Unos minutos después, el jefe —un hombre robusto y de voz estruendosa— se paró frente al grupo.
—¡Atención, manada de inútiles! —gritó, y algunos rieron—. Aquí están los puntos importantes:
Primero, el hotel está a cinco minutos caminando. Nos movemos en grupo, ¡no quiero a nadie perdido en la nieve!
Segundo, esta noche se organiza el primer entrenamiento de prueba con las motos y los buggys. Quiero a todos listos después de la cena.
Tercero... —hizo una pausa y sonrió—. Cat, tú también estás incluida. No como piloto, pero vas a acompañar a los equipos oficiales para ir viendo los diseños de pintura para las competencias.
Me giré, sorprendida.
Varios me miraban. Algunos sonreían. Otros... no tanto.
Mis mejillas ardieron bajo la bufanda.
—Y último —continuó el jefe—: si alguien se mete en problemas, Lex es responsable de sacarlo del hoyo de nieve. —Soltó una carcajada mientras Lex, con cara de piedra, cruzaba los brazos.
El grupo se echó a reír.
Lex solo miró hacia adelante, como si ya estuviera planeando cómo matar a todos en sus sueños.
Pero en ese momento, mientras sentía su bufanda abrigándome el cuello, no me pareció peligroso.
Me pareció... seguro.