A ciento vente latidos

Capítulo 25 — "Estúpida canción"

LEX

No podía creer que me hubieran metido en esta mierda.

Un puto ascensor.
Pequeño. Viejo. Oxidado.
Y ahora, detenido entre dos pisos, en medio de la montaña.
Con Catalina Flores.

Catalina Flores que, en ese momento, estaba respirando como si acabara de correr un maldito maratón, su espalda pegada a la pared, las manos temblando mientras abrazaba su bufanda contra el pecho.

—Oye… —gruñí, dando un par de golpes a la puerta del ascensor. Nada. El puto aparato ni se movió—. Tranquila. Vamos a salir.

Ella no respondió.

Solo seguía jadeando, sus ojos abiertos como platos, fijos en un punto invisible.
Parecía a segundos de desmayarse.

Mierda.

Mi corazón, que pocas veces cambiaba de ritmo, se disparó.

No tenía idea de qué hacer.

Cualquier persona normal solo habría esperado y ya.
Pero Cat no era cualquier persona.
Ella estaba rompiéndose frente a mí, y por alguna razón que no entendía del todo, ver eso me hacía sentir como si me estuvieran arrancando algo dentro del pecho.

—C-Catalina… —murmuré, más bajo esta vez.

Nada.

Un sollozo ahogado escapó de su garganta.

Mis puños se apretaron a los lados.

Haz algo, imbécil.

Busqué en mi cabeza, desesperado, cualquier cosa que pudiera ayudar. Algo, lo que fuera.
Entonces recordé algo que había escuchado una vez: que la música calmaba la ansiedad.

¿Era estúpido?
Sí.

¿Me importaba?
No en ese momento.

Inspiré hondo.

Y, sintiéndome como el idiota más grande del universo, empecé a tararear la primera canción que se me vino a la cabeza.

Una de Taylor Swift.

Perfecto.

Mi voz sonaba grave, torpe, desafinada.

—‘Cause the players gonna play, play, play, play, play…

Cat parpadeó.

Yo seguí, apretando los dientes.

—And the haters gonna hate, hate, hate, hate, hate…

Me acerqué, con movimientos lentos, como si ella fuera un animal asustado.

Sin pensar demasiado —porque si lo pensaba no lo haría jamás—, la rodeé con mis brazos.

Cat se tensó al principio, su cuerpo rígido como una tabla.
Pero después de unos segundos, se dejó caer contra mi pecho, todavía sollozando bajito.

Seguí cantando, cada palabra saliendo más ridícula que la anterior, mientras mi mano subía y bajaba por su espalda de manera torpe, inútil.

Shake it off, shake it off…

La sentí llorar contra mi camiseta.
Sentí sus dedos agarrarse de mi chaqueta como si fuera su única ancla en el mundo.

Y juro que en ese instante, mientras la sostenía en mis brazos, mientras mi corazón latía demasiado rápido para mi gusto, supe algo con una claridad brutal:

Quien sea que nos haya encerrado aquí... estaba muerto.

Cuando saliéramos, no importaba quién fuera.

Iba a encontrarlo.
Iba a romperle la cara.

Porque nadie, nadie, tocaba a Catalina.
Nadie la lastimaba.
No mientras yo estuviera cerca.

Jamás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.