CAT
Todo estaba más tranquilo ahora.
El jefe había logrado calmar a todos —bueno, más o menos— y nos habían dado un rato libre para descansar antes de la premiación final.
Yo me había alejado un poco, buscando un rincón de nieve fresca, lejos del alboroto.
No quería molestar a nadie.
Solo quería sentir el frío.
El silencio.
La calma.
Me senté en una piedra, abrazando mis rodillas, viendo el vapor de mi aliento en el aire.
Me sentía… ligera.
Casi feliz.
—¿Qué haces aquí sola, bajita?
Casi salté del susto.
Lex estaba de pie a pocos metros, las manos en los bolsillos, con esa expresión que siempre era una mezcla de fastidio y… algo más que no sabía descifrar.
—Sólo... mirando la nieve. —susurré.
Él resopló, acercándose.
—¿Te vas a congelar o qué?
Negué, sintiéndome tonta.
—Estoy bien.
Lex frunció el ceño, como si no me creyera, pero no insistió.
En cambio, se paró a mi lado, en silencio.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada.
Hasta que, sin querer, intenté moverme para levantarme y resbalé en el hielo.
—¡Ah! —grité, sintiendo cómo perdía el equilibrio.
Antes de que pudiera caer de espaldas, Lex me agarró.
Literalmente me atrapó en el aire, con sus brazos firmes rodeándome la cintura.
Pero su impulso también lo hizo perder pie.
—¡Mierda! —murmuró.
Y entonces ambos caímos.
Juntos.
En la nieve.
Lex terminó encima mío, sus manos apoyadas a ambos lados de mi cabeza.
Sus rodillas en la nieve, atrapándome.
Su cara peligrosamente cerca de la mía.
Podía sentir su respiración en mis mejillas.
Su pecho subía y bajaba rápido.
Yo estaba completamente congelada... y no por el frío.
—¿Estás... bien? —preguntó él, su voz ronca.
Asentí torpemente, sin poder apartar la vista de sus ojos.
Nunca había estado tan cerca de él.
Nunca había notado las pequeñas motas doradas en su mirada oscura.
Nunca había sentido ese cosquilleo recorrerme la piel.
Lex tragó saliva.
Se movió un poco, como si fuera a levantarse... pero sus ojos bajaron a mis labios, sólo por un segundo.
Y fue suficiente para que mi corazón explotara en mi pecho.
—Deberías mirar por dónde caminas, artista. —murmuró, su tono más suave de lo normal.
Yo apenas podía respirar.
—Tú también. —me atreví a susurrar.
Él soltó una carcajada seca.
—Tienes razón.
Por un momento, pensé que iba a pasar algo más.
Que iba a acercarse.
Que iba a…
Pero entonces alguien gritó nuestro nombre desde lejos:
—¡¡LEX, CAT!! ¡¡VENGAN PARA LA ENTREGA!!
Lex parpadeó, como saliendo de un trance.
Se levantó de un salto y me ofreció la mano para ayudarme a ponerme de pie.
Yo la tomé, temblando como una hoja.
Cuando me sostuvo, lo hizo con una firmeza sorprendentemente cuidadosa.
Casi... tierna.
—Vamos, bajita. —dijo, soltándome antes de que pudiera acostumbrarme a su toque—. Antes de que el jefe venga a buscarnos con un cañón.
Lo seguí, en silencio, todavía sintiendo su calor en mi piel.
Y mientras caminábamos de regreso, no pude evitar preguntarme...
¿Había sentido él lo mismo que yo en esa caída?
O peor aún...
¿Estaba empezando a necesitar a Lex más de lo que estaba lista para admitir?