CAT
Me tomó más tiempo del normal llegar a la cocina.
Mi tobillo aún dolía, aunque ya podía apoyar un poco mejor el pie.
Cuando entré, la mesa estaba llena de ruido, charlas y platos llenos hasta el tope.
Nate contaba algo en voz alta, gesticulando exageradamente mientras los demás se reían.
Ben estaba peleando por un trozo de tocino.
Y el jefe... bueno, el jefe simplemente bebía su café en silencio, como si todo fuera normal.
Caminé despacio, buscando un lugar.
En la barra habían dejado un montón de platos servidos, y apenas miré uno me invadió una sensación fea en el estómago.
Panqueques empapados en miel.
Salchichas picantes.
Huevos revueltos nadando en mantequilla.
Jugos artificiales.
Nada de eso podía comerlo.
Mis manos comenzaron a sudar. Mi garganta se cerró un poco.
No quería armar una escena. No otra vez.
—Siéntate, Flores. —La voz de Lex sonó cerca, seca como siempre.
Me giré.
Él estaba apoyado en la barra, brazos cruzados, con su expresión de eterno fastidio.
Pero... había algo raro.
Porque antes de que pudiera decir nada, tomó un plato de la bandeja de su lado y lo puso frente a mí.
Me quedé mirando.
Fruta fresca.
Un trozo pequeño de pan integral sin mantequilla.
Un té verde sin azúcar.
Y un yogurt natural.
Todo perfectamente ordenado.
Todo lo que yo podía comer.
Parpadeé. Dos veces.
—¿Cómo supiste...? —alcancé a preguntar en voz baja.
Lex gruñó, mirando hacia otro lado como si le diera alergia hablarme.
—Lo que agarré al azar, no te emociones. —resopló—. Te ves como de esas que comen raro.
Un bufido indignado me subió por la garganta, pero no pude evitar sonreír un poquito.
Porque yo sabía que no había sido al azar.
Él había investigado.
Tal vez en su teléfono. Tal vez preguntando por ahí.
No sé cómo.
Pero lo había hecho.
Y no lo iba a admitir.
Jamás.
Me senté despacio, sintiendo cómo el corazón me latía raro en el pecho.
Mientras los demás seguían hablando y riendo, yo miraba de reojo a Lex.
Él estaba en su esquina, comiendo su plato absurdo lleno de grasa, como si no pasara nada.
Pero sus ojos, escondidos bajo su gorra, se desviaban hacia mí cada tanto.
Como si necesitara asegurarse de que comiera.
De que estuviera bien.
De que no me sintiera sola.
Y por primera vez en mucho tiempo... no me sentí así.