LEX
Me recosté contra la pared, cruzando los brazos mientras fingía que no miraba a Cat comer su desayuno.
Ella comía lento, con pequeñas mordidas, concentrada en su plato.
Más tranquila. Más cómoda.
Bien.
Eso era bueno.
Eso era todo lo que quería.
Pero entonces, como una maldita pesadilla, escuché la voz de Ben detrás de mí:
—Oye, Lex... —canturreó—. ¿Desde cuándo preparas desayunos para tu novia?
Un cubierto cayó en la cocina.
Varios de los chicos soltaron risitas disimuladas.
Yo sentí que se me subía el calor a la cara, y eso era decir mucho, porque yo nunca me sonrojaba.
Me giré tan rápido que casi tumbo la silla donde estaba sentado.
—¿Qué carajo dijiste? —gruñí, mirándolo como si le fuera a romper la nariz.
Ben se encogió de hombros, sonriendo como el idiota que era.
—Nada, nada... solo digo... Se ve lindo. —miró hacia donde estaba Cat, aún ajena, mordiendo su pan como si no escuchara nada—. Te falta traerle flores y ya.
—¡No es mi novia, imbécil! —espeté, demasiado fuerte.
Varias cabezas se giraron.
Incluso Cat alzó la vista, sorprendida.
Me aclaré la garganta, mascullando:
—Sólo agarré un plato al azar. Pudo ser para cualquiera. No sean ridículos.
Ben soltó una carcajada.
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué agarraste yogurt natural, pan integral, té sin azúcar y evitaste todo lo demás? ¿Eso te gusta a ti, Lex?
Los demás ya estaban a punto de morirse de la risa.
—¡Me dio la gana, carajo! —rugí, queriendo desaparecer de ahí.
Me pasé una mano por el cabello, desesperado.
No los iba a matar.
Todavía no.
Pero estuve muy, muy cerca.
Me di media vuelta para no seguir escuchándolos y me topé con los ojos grandes de Cat.
Ella me miraba, medio confundida, medio divertida, como si no entendiera el alboroto.
Suspiré, derrotado.
—Come, Flores. Antes de que alguien más diga una estupidez.
Y me fui al rincón más lejano de la cocina, jurándome a mí mismo que la próxima vez, la iba a dejar morir de hambre.
(Mentira. No podría.)