CAT
El muro de la pista de práctica era enorme.
Frío y gris, como el cielo nublado que nos cubría.
Me paré frente a él, las manos dentro de los guantes, los pinceles ya listos a un costado, y el corazón latiendo rápido.
Era el mural más grande que me habían dejado pintar.
Sentí una mezcla de nervios y emoción agitándose en mi pecho.
Detrás de mí, el sonido de motores, gritos y risas se desvanecía poco a poco.
Me concentré.
Trazos largos. Líneas seguras.
El mural iba a ser un atardecer detrás de unas montañas nevadas, con autos y motos atravesándolas como destellos de luz.
Quería que se viera rápido, como un recuerdo fugaz.
Me agaché a escoger los colores.
Fue entonces que sentí que alguien se acercaba.
Al principio no lo miré.
Me costaba levantar la cabeza cuando alguien nuevo venía hacia mí.
—¡Hey! ¿Eres la artista? —una voz masculina, alegre.
Parpadeé.
Asentí una vez.
—Te está quedando increíble.
—hizo una pausa—. ¿Cómo te llamas?
Tomé aire, el pincel en la mano tembló un poco.
—C-Catalina. —susurré.
El chico sonrió.
Era uno de los corredores, no recordaba su nombre.
Alto, rubio, con una sonrisa fácil.
—Soy Jason. ¿Te gustaría que te ayudara a cargar las pinturas? Parece pesado.
Antes de que pudiera responder, escuché un gruñido bajo.
Un gruñido real.
Me giré un poco... y ahí estaba Lex.
De pie no muy lejos, con los brazos cruzados, la mandíbula tan apretada que parecía que iba a romperse.
Sus ojos estaban fijos en Jason, duros como piedras.
—No necesita ayuda. —escupió Lex, como si las palabras le dolieran en la lengua.
Jason levantó las manos, retrocediendo, aún sonriente pero incómodo.
—Tranquilo, hombre. Solo era ser amable.
—No hace falta. —Lex repitió, acercándose un paso más, como un lobo que defiende su territorio.
El chico, viendo la expresión de Lex —una que prometía puñetazos si no se iba—, murmuró un "buena suerte" y se marchó a toda prisa.
Me quedé congelada, el pincel aún en mi mano, sin saber qué hacer.
Lex se acercó, gruñendo algo por lo bajo que no entendí.
Se agachó junto a mis cosas, acomodándolas sin mirarme.
—Tienes que concentrarte en pintar, no en hablar con idiotas. —gruñó, aún de espaldas a mí.
Parpadeé.
¿Yo? ¿Hablando?
Solo había respondido porque era lo educado.
—Sólo... me preguntó mi nombre. —dije, en voz baja.
Lex no respondió de inmediato.
Finalmente, murmuró:
—No importa. Estás aquí para pintar, no para perder el tiempo.
Me mordí el labio, insegura.
¿Estaba enojado?
¿Había hecho algo mal?
No entendía qué estaba pasando.
Lo único que entendía era que Lex, por alguna razón que no comprendía, se había puesto tenso, molesto... diferente.
Pero no era conmigo.
No del todo.
Y mientras retomaba el pincel, sentí su mirada clavada en mi espalda como un escudo invisible.
Como si, mientras yo pintaba...
Él estuviera vigilando que nada malo me pasara.