El rugido de los motores aún resonaba en mis oídos cuando crucé la línea de meta.
Primero. Como siempre.
Mis guantes crujieron mientras apretaba el volante con fuerza. No miré a nadie. No celebré. Simplemente bajé del auto, sintiendo la adrenalina corriendo por mis venas mientras los aplausos explotaban alrededor. No me importaban los aplausos. Ni los vítores. Solo tenía una cosa en mente.
Busqué a Cat entre la multitud, y la vi de pie, envuelta en su chaqueta, cojeando levemente pero sonriéndome de esa manera suya: tímida, tranquila, como si solo ella me viera de verdad.
Me acerqué al podio, donde el organizador me puso la corona plateada en las manos. Era más ligera de lo que parecía. Relucía, hecha de hojas unidas como una enredadera congelada en plata.
Me quedé mirándola unos segundos... y luego caminé directo hacia ella.
Sin pensar demasiado, sin ceremonias, le tendí la corona.
— Ten. —gruñí, como si fuera cualquier cosa. — No gané esto para ti ni nada... simplemente no sé qué carajos hacer con una corona.
Ella me miró con esos enormes ojos sorprendidos, parpadeando varias veces.
— ¿Para mí...? —susurró, como si no creyera que realmente le estaba dando eso.
Encogí los hombros.
— Haz lo que quieras. Úsala, cuélgala en tu cuarto, tírala al río. No me importa.
Cat sonrió, tímidamente, sosteniendo la corona con ambas manos como si fuera algo precioso. Sentí algo raro en el pecho, como si hubiese hecho algo mucho más grande de lo que entendía.
Pero entonces una voz chillona interrumpió el momento.
— ¡Lex! —Una de las chicas de los equipos rivales, una rubia de sonrisa falsa y demasiado maquillaje, se acercó corriendo hacia nosotros. — ¡Esa corona es hermosa! ¿Me la puedes dar a mí? ¡Seguro te luce más en mis manos que en las suyas!
Mi mandíbula se endureció. No podía creer lo que estaba escuchando.
La chica incluso se atrevió a estirar la mano hacia Cat, como si fuera a quitársela.
Me moví rápido, interponiéndome entre ellas.
La miré de arriba abajo con un desprecio helado y dije, con la voz baja y peligrosa:
— Ni en tus sueños más ridículos.
La rubia parpadeó, desconcertada, pero yo no había terminado.
— No tienes derecho a tocar algo que no es tuyo. —Espeté, eligiendo las palabras como si fueran cuchillos. — Y mucho menos si es de ella.
Señalé ligeramente hacia Cat con la cabeza, sin mirarla, porque si la miraba no iba a poder ocultar la maldita sonrisa que quería escaparse.
La chica hizo un puchero, ofendida.
— Solo era una corona tonta... —murmuró, retrocediendo.
— No para ella. —Respondí, tajante.
Y eso fue todo.
Sin darle más importancia, me volví hacia Cat, que seguía mirándome como si no supiera si reírse o llorar.
Me pasé una mano por el cabello, incómodo.
— ¿Qué? —gruñí. — ¿Vas a quedarte ahí parada todo el día?
Ella rió bajito, una risa suave que me revolvió el estómago de una manera incómodamente placentera.
— Gracias, Lex. —susurró, abrazando la corona contra su pecho.
No dije nada. Solo gruñí algo ininteligible y caminé delante de ella, sabiendo que igual iba a mirar hacia atrás cada dos pasos para asegurarme de que podía seguirme bien.
Porque así era ahora. Porque, aunque nunca lo admitiría en voz alta... todo esto sí había sido por ella.