A ciento vente latidos

Capítulo 43 — "Recuerdos en Papel"

Cat estaba parada frente a mí, moviéndose nerviosamente de un pie al otro, con una carpeta abrazada contra su pecho.
Se mordía el labio. Sus mejillas estaban coloradas, y no por el frío.

—E-Esto es para ti... —balbuceó, estirando la mano como si entregara una bomba.

Fruncí el ceño, mirando la carpeta como si fuera un objeto extraño. Cat la seguía sujetando con ambas manos, dudando. Estaba a punto de retroceder cuando la tomé sin pensar demasiado.

—¿Qué es esto? —gruñí, más áspero de lo que pretendía.

Ella se estremeció, pero no retrocedió. Eso me molestó. No quería asustarla. Maldición.

—Es un dibujo —murmuró, bajando la mirada—. De la primera vez que te vi.

Abrí la carpeta.
El mundo alrededor se volvió más lento.

Era... yo.
Pero no era la imagen que cualquiera vería en una fotografía.
Cat me había dibujado en el podio, el día que gané aquella carrera, mucho antes de que ella formara parte de nuestro equipo.
La sonrisa en mi rostro era apenas perceptible, dura, orgullosa. Estaba de pie sobre el coche, la bandera ondeando detrás de mí, rodeado de luces y confeti.

Pero lo impresionante no era el escenario.
Era la forma en que ella me había mirado.

Como si yo fuera... más.

Más que un tipo que golpeaba a otros sin pensarlo dos veces. Más que un corredor con mal genio y poca paciencia.
Ella me había dibujado como si fuera alguien importante. Valioso.

Tragué saliva. Me sentí idiota, estúpidamente torpe.

—¿Por qué me darías esto? —pregunté en voz baja.

Cat levantó los ojos, esa mirada grande y limpia que a veces parecía atravesarme.

—Porque... ese día pensé que eras increíble —susurró—. Y aunque ahora sé que también eres gruñón y mandón... —se rió bajito—, sigo pensando que eres increíble.

Sentí que algo se rompía adentro mío.
Algo pequeño y jodidamente irreparable.

Me aclaré la garganta, buscando una excusa, cualquier excusa.

—Es un dibujo feo —mentí. Mal. Horriblemente mal.

Cat sonrió, sin creerme ni un poquito.

—Lo sé —dijo, encogiéndose de hombros.

No supe qué hacer. No sabía cómo sentirme.
Así que hice lo único que se me ocurrió:

—Voy a enmarcarlo —solté, sin mirarla.

El silencio se hizo espeso.
Cuando me atreví a levantar la vista, Cat estaba sonrojada hasta las orejas, con esa sonrisa pequeña, esa que me hacía querer cometer locuras.

Quise decir algo más. Algo que no sonara tan idiota.

Pero antes de que pudiera abrir la boca, ella se puso de puntitas, me dio un beso rápido en la mejilla —tan ligero que apenas lo sentí— y salió corriendo como si le hubieran prendido fuego a los zapatos.

Me quedé ahí, de pie, sujetando el dibujo con una mano y tocándome la mejilla con la otra, sintiéndome como el mayor imbécil de la historia.

Y, por primera vez en mucho, sonreí.

Sonreí de verdad.




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