POV Lex
¿Qué... demonios acababa de pasar?
Me quedé quieto.
El dibujo en una mano, mi mejilla ardiendo como si Cat hubiera dejado una marca con fuego.
Un beso.
En la mejilla.
Tan rápido, tan jodidamente inocente que me había dejado clavado al piso como un imbécil.
Parpadeé, mirando el pasillo por donde ella había desaparecido como una bala.
¿Era real? ¿Me había besado? ¿A mí?
Me aclaré la garganta, incómodo, como si de repente mi propia piel me quedara pequeña.
—No fue un beso —murmuré para mí mismo—. Fue... fue un agradecimiento.
Sí.
Eso.
Un maldito "gracias" en forma de... de contacto innecesario.
Fruncí el ceño, intentando ignorar la sonrisa estúpida que amenazaba con aparecer en mis labios.
Me odié un poco por eso.
No podía estar sonriendo como un idiota solo porque una chica, esa chica, me había rozado la mejilla.
Respiré hondo.
El dibujo seguía en mi mano, recordándome la otra cosa que me había dejado desarmado.
No solo había pensado en mí como alguien "increíble", también me había observado, me había recordado, me había dibujado.
Nadie hacía eso.
Nadie me miraba así.
Confié la carpeta bajo el brazo, mirando a todos lados para asegurarme de que nadie estuviera viéndome actuar como un completo estúpido.
No había nadie.
Me apoyé contra la pared y cerré los ojos por un segundo, dejando que esa sensación —el calor suave en mi pecho— me invadiera.
Cat
Mi pequeña y rara Cat.
Con sus dibujos, su torpeza, sus sonrisas tímidas, sus disculpas constantes.
Con su maldito beso robado.
Apreté los puños.
No sabía qué estaba pasando conmigo.
No entendía cómo, en qué momento, había dejado de verla solo como "la chica rara que pintaba bien" para empezar a verla como... algo mío.
Algo que tenía que proteger.
Algo que me hacía querer ser mejor.
Algo que me desarmaba sin que ella se diera cuenta.
Abrí los ojos, furioso conmigo mismo.
—Esto no es nada —gruñí entre dientes—. Nada.
Mentira.
Sabía que era todo.
Sabía que, jodidamente, ya estaba cayendo.
Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
Guardé el dibujo en mi chaqueta, como un secreto.
Un tesoro.
Y, mientras caminaba hacia la sala común, una sonrisa torpe —y completamente inútil— se escapó de mí.
Era oficial.
Estaba perdido.
Y todo por una condenada chica que no tenía idea del poder que tenía sobre mí.