POV Lex
Ella entró en la sala común, arrastrando un poco el pie por el tobillo torcido, y con una sonrisa tímida.
Y yo...
Yo la vi.
No como antes.
No como "la nueva".
No como "la rara que pintaba".
La vi y sentí que me faltaba el aire.
Como un maldito adolescente en su primer enamoramiento.
—¿Todo bien con el pie? —pregunté, forzando mi voz a sonar normal, aunque mi garganta estaba seca como el maldito desierto.
Ella asintió con esa forma suya de hacerlo: pequeña, tranquila, casi escondiéndose en sí misma.
—Sí, gracias —dijo en voz baja.
Su voz era suave. Demasiado suave. Como si me acariciara el maldito oído.
Apreté los dientes.
Cálmate, imbécil.
Cat se sentó a unos pasos de mí, sacando una libreta de bocetos. Empezó a dibujar, concentrada, mordiéndose el labio inferior.
¿Siempre había tenido esa forma de concentrarse?
¿Siempre se le veían las pestañas tan largas?
Sentí que me ardían las orejas.
Aparté la mirada, incómodo.
Busqué algo, cualquier cosa para no mirarla.
La ventana.
La estufa.
Mi maldita mano.
No funcionó.
Mis ojos volvían solos a ella.
Como un imán.
Como un idiota.
—¿Qué dibujas? —pregunté, antes de pensar.
Ella levantó la cabeza, sorprendida de que yo hablara sin que me obligaran.
—Un atardecer... —susurró—. Pero... como si fuera en invierno. Con nieve.
Qué demonios, pensé.
Hasta su forma de imaginar las cosas era bonita.
Tragué saliva.
—Suena... bien —dije, sintiéndome el tipo más estúpido sobre la faz de la Tierra.
Ella sonrió.
Pequeñito.
Apenas una curvita en sus labios.
Pero suficiente para hacerme sentir como si me hubiera dado un golpe en el pecho.
Me levanté de golpe.
—Voy a... eh... a buscar algo de beber —mentí.
Me odié por la torpeza en mi voz, pero necesitaba alejarme.
Necesitaba espacio para pensar.
Para respirar.
Me sentí como si estuviera huyendo.
De ella.
De mí mismo.
Y mientras caminaba hacia la cocina, solo una cosa me repetía en la cabeza como un maldito eco:
Estoy jodido. Completamente jodido.