A ciento vente latidos

Capítulo 50 “El dibujo prohibido"

Lex

El lápiz se movía rápido entre sus dedos.
Como si no pensara, como si su mano conociera secretos que su mente aún no había puesto en palabras.

Me quedé mirando sus dedos.
Pequeños. Ágiles.
El guante en su mano izquierda estaba un poco rasgado.

No quería interrumpirla.
No quería romper ese momento raro y tranquilo.

Pero no podía dejar de mirarla.

A veces fruncía el ceño, a veces apretaba un poco más el lápiz.
De vez en cuando, sus ojos se alzaban... y me miraban.

¿Me estaba usando de modelo?

Fruncí el ceño, incómodo.

—¿Qué dibujas? —pregunté, fingiendo indiferencia.

Ella se sobresaltó un poco, como si hubiera olvidado que yo estaba allí.

—Nada importante —murmuró, bajando la vista rápido.

Eso sólo despertó más mi maldita curiosidad.

Me incliné hacia adelante.

—Déjame ver.

—¡No! —casi gritó, cubriendo el cuaderno con sus brazos.

Parpadeé.

No esperaba que reaccionara así.

—¿Por qué no?

Ella se puso roja.
No un poco. Roja como un maldito tomate.

—Es… vergonzoso —susurró, casi inaudible.

Ahora necesitaba verlo.

Extendí la mano despacio, dándole tiempo para apartarse si quería.
Ella dudó... y finalmente, con manos temblorosas, me mostró la hoja.

Y ahí estaba.

Yo.

Sonriendo.

No una sonrisa sarcástica o arrogante.
No la sonrisa cínica que todos conocían.

Una sonrisa real.

Una que no sabía que tenía.
Una que ni siquiera sabía que podía existir en mi cara de piedra.

El dibujo era rápido, como un boceto a lápiz, pero capturaba algo que nunca había mostrado a propósito.

Algo que sólo ella, Cat, había logrado ver.

No supe qué decir.

Mi garganta se cerró un poco.
El frío ya no tenía nada que ver.

Ella bajó la cabeza, nerviosa.

—Lo siento… —murmuró—. Es que… me gusta cómo te ves cuando sonríes. No... no como cuando te enojas o gritas o miras mal a la gente. Sino… cuando te olvidas de hacerlo.

Me quedé viéndola.

Ese maldito nudo en el pecho se apretó más.

—No te disculpes —dije al final, la voz más baja de lo normal.

Ella alzó la vista, sorprendida.

Tomé el cuaderno con cuidado.
Como si fuera algo frágil.
Algo que no merecía romper.

Pasé el pulgar sobre el borde de la hoja, sin atreverme a tocar el dibujo directamente.

¿Así era yo para ella?

Una versión que ni yo sabía que existía.

—Gracias —dije, apenas un susurro.

Ella sonrió, tímida.

Y esa fue la segunda vez en el día que sentí que el maldito hielo dentro de mí se agrietaba un poco más.




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