Siempre ha sido propio de mi callar mis palabras, no dar objeto a lo que me disgusta sin importar cuan banal me parezca, a decir verdad, pienso que el silencio es la máxima expresión de complicidad ante las situaciones que plantean nuestra existencia, el ser un observador nos hace seres inertes, sin vida propia, sin objeto circunstancial en esta vida pasajera, el hecho es que muchas veces nos preguntamos qué tan importante es lo que pensamos, lo cual cesa con la recriminación de la sociedad, además de sus ideales que indican una supuesta perfección, una real alegoría, una máscara del vacío del ser humano, para lo cual busca cada cuestión ajena con el fin de llenarlo, no importa si las razones son las correctas solo le importa que allí emerja algo por medio de sus juicios.
Pero ahí nace la raíz de todo problema social, en una frecuente lucha contra la ignorancia, no podemos aceptar lo erróneo que es creer que no hay verdad absoluta, no podemos aceptar que nuestros propósitos son forjados a través de las acciones que determinamos correctas en un fin propio, el sentir del ser humano.
Es por esto inadmisible que nos regulemos con costumbrismo y abordemos toda libertad plena como un atentado a nuestra humanidad, en realidad esto es ir en contra de aquello que nos representa, una fuerte relación con nuestra esencia que no es más que somos animales con una percepción ultra sensorial fuera de lo común de nuestra reino, producto de nuestra evolución, planteamos al ser humano, como algo mínimo, lo definimos como algo microscópico ante la inmensidad de un universo o al punto de creer sin ninguna prueba factible la superioridad de otros seres, a tal grado de establecer directrices que limitan nuestra vida con el objeto de lo que denominamos puro o sacro, hemos creado desde tiempo inmemorables la figura de la divinidad para dar sentido a nuestras vidas, cuando en realidad nosotros mismos somos quien debemos determinar en el transcurrir de la misma, la respuesta al porqué de nuestra existencia.
Porque para el ser humano es tan difícil valorar su vida, que anhela un más allá de su propia muerte, este temor tiene algo más oscuro que es el propio sentimiento del olvido.
Pasar una larga vida y prospera pero no dejar huella alguna, es el verdadero temor del cual todos compartimos, pero pocos aceptamos, se nos es imposible ver a plenitud el mundo físico que nos rodea, así mismo hacer de nuestra corta existencia un goce de la libertad, siempre ponemos ataduras, para ser más específicos, religiones que subyugan nuestra moral y determinan un sentido de culpabilidad absurdo en nuestras vidas a fin de enriquecerse a costa del dolor ajeno, el poder gubernamental que supone ser protector y benefactor del pueblo pero no es más que el verdugo, que sin importar cuan limitados sean los recursos de una determinada región, solo tienen interés en satisfacer sus necesidades a comodidad, de aplastar inclusive la vida a aquellos que les otorgan el poder, la sociedad cómplice del poder no en su ignorancia sino en sostenerse orgullosos en su pensamiento sin importar que tan equivocados estén, o los señalamientos a dedo, juicios planteados de forma superficial, inclusive el lugar que debería ser refugio que son los hogares e instituciones muchas veces limitan el potencial de mentes brillantes, esto es lo que todos y cada uno de nosotros solemos callar y solo entre las sombras y sin que nadie nos escuche hacemos murmuraciones, pero de acciones poco, es por ello que sin importar que tan fuerte y crudo pueda sonar mi pensamiento deseo compartirlo para forjar un análisis crítico de nuestra realidad.