La suerte estaba de su parte y logró conseguir un trabajo como parte de su práctica universitaria. Era bien remunerado para ser simplemente un trabajo de medio tiempo. La paga incluso, le permitió contratar los servicios de una niñera para que se hiciera cargo de su hijo mientras él trabajaba y terminaba lo que le quedaba de su carrera.
Quería contarle a Rocío todo lo que le había pasado en las últimas semanas. Quería contarle que tenía un hijo, que éste se llamaba Martín y que, a pesar de que en un principio se negaba a tener contacto con él, de a poco supo ganarse su confianza al extremo de que ahora el pequeño corría a su encuentro cuando llegaba a casa del trabajo. Quería contarle que necesitaba su ayuda para que su hijo aprendiera a comunicarse o a mostrar expresiones y que esperaba con ansias el día en que lo llamara papá.
Lástima que su amiga no aparecía por ninguna parte.
Faruq seguía siendo doble cara. Ante las demás personas era un ángel que desplegaba sus alas repartiendo amor al mundo, en especial a su futura esposa, pero en privado, se convertía en un demonio capaz de enterrar sus garras en el frágil cuello de quien debiera ser la joya más apreciada para él.
Seguía ejerciendo un dominio poderoso sobre Rocío, llegando al punto de prohibirle seguir con sus estudios. Debía prepararse para convertirse al islam y eso requería su total concentración, concentración que había volado de su mente hacía mucho tiempo producto del miedo que le producía Faruq.
Tenía claro que ya no quería estar a su lado, pero no veía salida a su futuro. Se sentía atrapada por él y su familia que la presionaban a casarse lo antes posible. Le habían cortado toda comunicación con el mundo exterior, incluso con su familia, a quienes habían hecho creer que estaba estudiando de lleno para los exámenes finales referentes a su tesis y no debía distraerse en nimiedades. Ninguno de ellos sabía lo que estaba pasando puertas adentro en su vida.
Quería escaparse de esa relación tan dañina que solo le había causado sufrimiento, pero era demasiado cobarde para enfrentarse a ese hombre. Creía amarlo, pero el amor, luego del compromiso, se convirtió en miedo. Extrañaba a morir a Agustín. Quería hablarle, contarle el infierno que estaba padeciendo, pedirle que le ayudara a huir de ese suplicio, pero ni siquiera tenía cómo comunicarse con él. Faruq la había quitado el teléfono y su familia le había apostado “guardaespaldas” afuera de su edificio y departamento, supuestamente para protegerla, pero que no eran más que matones que la tenían vigilada para que no escapase.
Las únicas instancias en las que abandonaba su apartamento eran para salir con Faruq a comer o a casa de la familia de él en donde se le daba un trato no mejor que el que le daba Faruq. Allí era tratada como un objeto, como el instrumento que le daría a Faruq descendencia. La obligaban incluso a vestirse como una mujer musulmana usando el Hijab para cubrir su cabeza aunque ella no profesara aún el islam.
Fue en una de esas visitas a la casa de sus suegros en donde se enteró de toda la verdad tras el compromiso y el apuro por el matrimonio.
Como muchas veces, Rocío fue arrastrada por Faruq hacia la casa de sus padres, quienes ordenaban cada una de las acciones de su hijo de la misma manera en que Faruq le ordenaba a ella a obedecerle. Hubo un momento en que Rocío solicitó ir al sanitario. Necesitaba con urgencia ir para sacarse por un momento el Hijab que portaba, ya que le ahogaba y acaloraba el cuello y la cabeza. Fue de vuelta, que sin querer escuchó una conversación que estaban teniendo algunos sirvientes de la casa.
- Pobre señorita Rocío, no sé cómo aceptó casarse con el señor Faruq. Yo nunca hubiera aceptado ser la segunda esposa de nadie, por mucho que el señor sea tremendamente atractivo. Y más encima tener que abandonar todo e irse a vivir a Arabia Saudita, no creo que hubiera podido soportarlo -. El espanto se apoderó de Rocío. ¿Segunda esposa? ¿De qué iba todo eso?
- Es que aquí no es como allá. Aquí no se acepta la poligamia. Y según lo que tengo entendido, ese es el propósito de los señores. Claro que no era el deseo original del señor Faruq. Recuerda que aceptó tener una segunda esposa solo porque la primera no pudo darle hijos. Incluso la dejó allá mientras buscaba otra con la cual perpetuar su descendencia. Ahora que encontró una después de varios años, seguro se va cuanto antes a su país. Y roguemos que la pobre sea la última y el hombre no decida agregar más esposas a su matrimonio -. Rocío hervía. Se debatía entre salir corriendo y quedarse a oír. Ganó la necesidad de saber más.
- La señorita va a hacer infeliz toda su vida. Compartir a un hombre en todos los aspectos debe ser doloroso para una mujer que no creció con la mentalidad de una musulmana. Ellas desde siempre han sabido que ese es su destino por lo que no les es desconocido ni aberrante la situación, pero para alguien ajeno a esa cultura, sin duda será un martirio -.
Rocío tapó su boca para no gritar de rabia y contuvo sus lágrimas para no llorar. No quería que sospecharan que ella se había enterado por casualidad de lo que estaban a punto de hacerle. Desde ese momento en adelante, se propuso terminar su relación con Faruq aunque eso le llevara a tomar medidas drásticas. Ya no había vuelta atrás. La suerte ya estaba echada y esperaba que ésta actuara a su favor.
Hasta ese momento había estado “secuestrada”, aunque ellos la llamaban “protegida”, pero eso cambiaría. Buscaría cualquier indicio de corrupción o delito en su familia que le permitiera canjear a cambio de su libertad. No contaba con mucho tiempo por delante. La boda se celebraría en poco tiempo y ella tendría que mover sus fichas si quería que la dejaran salir voluntariamente de ese maquiavélico arreglo en que la tenían cautiva.