A destiempo

Capítulo 18 : El lenguaje de lo oculto.

Vida salió de su habitación con el corazón un poco acelerado, pero esta vez no era solo por la incertidumbre, sino por una chispa de alegría que le calentaba el pecho. Había pasado una noche llena de dudas, sí, pero también de una sensación nueva y poderosa: la certeza de que Miguel la quería, que no era una sombra ni un estorbo para él. Ese pensamiento le dibujaba una sonrisa tímida en los labios, casi imperceptible, que luchaba por asomarse entre sus miedos.

Mientras avanzaba por el pasillo, sus pasos eran más firmes, aunque el miedo a lo desconocido seguía rondando su mente. ¿Qué pasaría ahora? No lo sabía, pero por primera vez sentía que podía enfrentarlo. Que no estaba sola en esa lucha interna.

Miguel apareció al otro lado, justo saliendo de su cuarto. Al verla, sus ojos se iluminaron y su pecho se llenó de una esperanza silenciosa. Para él, ese momento era más que un simple encuentro; era la posibilidad de empezar a reconstruir lo que parecía perdido. Y al mirarla, supo que ella también estaba cambiando.

Vida levantó la mirada y encontró en Miguel esa mezcla de ternura y amor que tanto necesitaba. En su pecho, una oleada de felicidad la envolvió, dulce y cálida, acompañada de un ligero temblor de nervios que no le impedía sonreír por dentro.

Miguel dio un paso adelante con cuidado, acercándose sin prisa pero con la firmeza de quien sabe que no quiere dejar escapar ese instante. Sus manos se posaron suavemente en la cintura de Vida, y ella respondió con un pequeño suspiro que escapó como un alivio contenido.

Cuando sus labios se encontraron, el beso fue tierno y lleno de promesas. Vida cerró los ojos, entregándose a esa caricia que le decía que había esperanza, que el amor no era solo una ilusión, sino una realidad palpable. Al corresponder tímidamente, permitió que esa felicidad contenida se expandiera, mezclándose con el miedo y la duda, pero sin dejar que estos la vencieran.

Al separarse, sus frentes se apoyaron suavemente, compartiendo el mismo aliento. Miguel, con voz baja y cargada de emoción, susurró:

—Te necesito.

Vida sonrió con la mirada baja, dejando que esas palabras calaran hondo en su alma. Era un momento lleno de ternura, un refugio donde el miedo se mezclaba con la alegría de ser querida de verdad.

En ese silencio compartido, supieron que, aunque el camino fuera incierto, podrían recorrerlo juntos.

Después de ese instante cargado de silencios y promesas, Vida y Miguel se separaron apenas un poco, pero la conexión seguía intacta, invisible y fuerte. Vida sintió que podía respirar más tranquila, aunque aún con esa mezcla dulce de nervios y felicidad latiendo en su pecho.

Cuando bajaron juntos hacia la cocina, el abuelo Paco ya estaba sentado en la mesa, con sus manos arrugadas apoyadas sobre el mantel. Al verlos llegar, esbozó una sonrisa amplia y cómplice, como si supiera exactamente lo que había pasado entre ellos, aunque nadie hubiera dicho una palabra más que las justas.

—Buenos días, tortolitos —bromeó con esa voz suave y pausada que transmitía años de sabiduría—. Hoy la casa parece que tiene otro aire, ¿no os parece?

Vida sintió un calorcito especial al escuchar al abuelo, una especie de bendición silenciosa que la llenó de fuerza.

—Buenos días, abuelo —respondió ella, tímida, pero con una sonrisa auténtica.

Miguel asintió y le devolvió la sonrisa, agradecido por esa calma que el viejo impartía sin esfuerzo.

El tiempo pasó rápido preparando la mesa y ultimando los detalles para el almuerzo familiar. Poco después, se escuchó el ruido de la puerta principal y las voces de los demás, anunciando la llegada de Valeria, Luis y Clara.

La sonrisa del abuelo se endureció un poco cuando Valeria entró en la cocina, con esa mirada que parecía guardar secretos y reproches. Vida notó cómo su corazón se apretaba por un momento, pero esta vez supo que no estaba sola. Miguel estaba a su lado, firme y dispuesto.

Valeria saludó con un “hola” que sonó más frío que cordial. Luis, despreocupado, lanzó una broma para romper la tensión, pero el ambiente seguía cargado.

Miguel se acercó a Vida con una ligera presión en la mano, un gesto apenas visible, pero que para ella era un ancla en medio del torbellino.

La comida estaba servida y el murmullo de las conversaciones llenaba el comedor, pero Miguel solo tenía ojos para Vida, que se sentó a su lado, esperando en silencio.

Con la intención de acercarse, Miguel se movió para sentarse junto a ella, pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, Valeria apareció a su lado con una sonrisa dulce, pero calculadora.

—¡Miguel, tú aquí conmigo, que hace más de un siglo que no compartimos mesa! —dijo, tomando suavemente su brazo y guiándolo hacia el otro extremo de la mesa.

Él intentó protestar con un gesto leve, pero Valeria ya lo había llevado, dejando un pequeño espacio frío donde Vida esperaba.

Durante todo el almuerzo, Valeria no dejó de lanzar miradas cómplices a Miguel, hablando con él con esa familiaridad que sabía inquietar, mientras todos parecían estar pendientes de cada gesto suyo.

Pero Miguel, aunque estaba sentado lejos, no quitaba los ojos de Vida, que se mantenía tranquila pero visible, casi como un ancla que necesitaba.

Para no delatarse, evitaba mirar directamente a Valeria y a los demás, concentrándose en el plato o en la ventana, pero siempre volviendo a ella con esa mirada que no podía esconder.

La comida se alargó entre sobremesa y café. Valeria no cedía terreno, y cada vez que alguien cambiaba de tema, ella encontraba la forma de volver a hablar de algún recuerdo con Miguel, como si la mesa entera necesitara escuchar la historia de su amistad.

Vida sonreía cuando correspondía, asentía a lo justo y, de vez en cuando, ayudaba a la abuela María a repartir más pan o llenar las copas. No quería que nadie notara el nudo que llevaba en el estómago, ni el peso de cada carcajada exagerada de Valeria en el oído de Miguel.




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