A destiempo

Capítulo 21: La línea del pasado.

La música vibraba con fuerza, retumbando en el pecho, mezclándose con las risas y murmullos que llenaban el aire. Vida y Miguel avanzaban entre el grupo, cada paso una batalla interna; la tensión entre ellos era como una corriente eléctrica, invisible para todos excepto para ellos mismos.

De repente, Valeria apareció, radiante y segura, acompañada por Luis y Mario, uno de los amigos más cercanos de Miguel. Se acercaron con una naturalidad ensayada, pero Valeria no pudo ocultar la efusividad de su saludo hacia Miguel.

—¡Miguel! —exclamó, su voz vibrando entre alegría y un matiz apenas disimulado—. ¡Cuánto tiempo sin verte!

Lo abrazó con una mezcla de calidez y una sutil posesión, su mano rozando la suya con un toque que quemaba. Miguel sintió ese roce como un disparo directo al pecho.

Con una sonrisa contenida, intentando mantener la calma, respondió:

—He estado ocupado, Valeria. El trabajo, el estudio... ya sabes.

Ella ladeó la cabeza, con una chispa pícara en los ojos, y replicó con un tono cargado de significado:

—Antes eso no era un impedimento, Miguel. Antes siempre encontrabas tiempo.

Sus palabras cayeron como una lluvia fría, despertando recuerdos y emociones que Miguel había tratado de enterrar. Vida, a su lado, sintió ese peso aplastante sobre su pecho, buscando en la mirada de Miguel una señal, una certeza.

Miguel apretó los labios, y aunque su expresión intentaba ser imperturbable, la tormenta interna era innegable. Sus ojos solo seguían a Vida, suplicándole en silencio que resistiera, que no se dejara atrapar por ese juego silencioso que Valeria comenzaba a tejer.

Luis y Mario, ajenos o quizá conscientes de la tensión, intercambiaban palabras y risas, pero para Vida y Miguel el mundo se había reducido a ese cruce de miradas, a esas palabras cargadas de promesas y fantasmas del pasado.

La música seguía sonando, pero para ellos era solo un eco lejano, mientras la chispa invisible entre Vida y Miguel crecía, lista para estallar.

Vida se alejó con Clara e Inés, sus risas mezclándose con el ritmo vibrante de la música mientras se entregaban al baile, libres y despreocupadas. Miguel, sin embargo, se quedó atrás junto a Luis y Mario en la barra, con un vaso en la mano pero la mente en otro lugar. Su mirada no se apartaba de Vida ni por un segundo, como si temiera perderse algún detalle.

Luis, percibiendo la intensidad de esa atención, lanzó una broma con una sonrisa pícara:
—¡Cuidado, Miguel! Si la sigues mirando así, la vais a gastar.

Miguel soltó una risa sin convicción, la sonrisa le costaba, atrapada entre la inquietud y la necesidad de mantenerla cerca aunque fuera con la mirada.

Entonces sonó un tema lento y sensual, envolviendo el ambiente en una atmósfera cargada de deseo. Miguel sintió cómo Vida parecía hipnotizarlo, cada movimiento suyo quedaba grabado en su memoria, como si el tiempo se hubiera ralentizado solo para ellos.

En ese instante, Javier y Franco aparecieron junto a las chicas. Javier, con esa confianza insolente, intentó deslizar su mano hacia la cintura de Vida. Ella, incómoda, dio un paso atrás, intentando mantener su espacio.

Pero Javier no se rindió, volvió a intentar acercarse con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Fue entonces cuando Miguel, sintiendo que algo dentro suyo estallaba, intervino sin dudarlo. Se acercó rápido, con esa mezcla de autoridad y celos que no podía ocultar, y tomó la mano de Vida, llevándola consigo.

—Vamos, te acompaño —le susurró Miguel, con la voz baja pero firme, un reclamo silencioso de lo que para él ya era suyo.
Miguel la había llevado a un rincón menos iluminado, lejos de la pista y del bullicio. El murmullo de la música se mezclaba con las risas lejanas, pero allí, en esa penumbra íntima, solo existían ellos dos.

—No tienes ni idea de lo que me haces sentir… —murmuró él, con esa voz baja y grave que parecía calar hasta los huesos.

Sus manos, cálidas y seguras, se posaron en su cintura. El roce de sus dedos contra la piel desnuda de su espalda le arrancó un escalofrío. Era un contacto mínimo, casi inocente… pero la encendía por dentro.

—Miguel… —su nombre se escapó de sus labios en un susurro tembloroso.

Él la miró como si quisiera memorizar cada detalle.
—No puedo dejar de mirarte. Ni cuando bailas, ni cuando hablas… ni ahora. Me tienes atrapado.

Su pulgar dibujó un círculo lento sobre su piel, y ella sintió que el tiempo se detenía.
—Si supieras lo que me cuesta no besarte… —susurró él, tan cerca que el aire se volvió denso.

Vida apenas alcanzó a abrir la boca para responder, cuando una voz interrumpió el instante.

—Vaya, Miguel… —la voz de Valeria, suave pero con filo, se coló entre ellos como un corte preciso—. Nunca te había visto tan… concentrado.

Miguel se enderezó ligeramente, aunque sus manos no abandonaron la cintura de Vida.

—Valeria… —respondió con una cordialidad tensa.

Ella sonrió, esa sonrisa que escondía más de lo que mostraba, y sus ojos hicieron un recorrido lento entre los dos.
—¿Todo bien por aquí? —preguntó, en un tono casi inocente.

Luego giró hacia Vida con una dulzura estudiada.
—¿Te encuentras bien? Pensé que Miguel te estaba acompañando porque no te sentías cómoda.

Vida mantuvo la calma.
—Estamos bien —contestó, notando cómo Miguel le apretaba un poco la cintura, como si quisiera anclarla a su lado.

Valeria ladeó la cabeza, y sonrió de verdad… pero había veneno bajo esa miel.
—Me alegro… Aunque, Miguel… —bajó la voz y se inclinó lo justo para que él la oyera—, ya sabes que estos juegos siempre acaban saliendo a la luz.

Él la miró fijo, sin pestañear, pero ella no se inmutó.
—Créeme, cariño —añadió, con una chispa maliciosa—, yo más que nadie sé lo fácil que es reconocerte cuando te gusta alguien. Algunas cosas nunca se olvidan!

La frase quedó flotando como una bomba sin detonar. Valeria se marchó entre la gente con un andar elegante, como si no hubiera dicho nada.




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