Vida despertó con la sensación de no haber dormido realmente. Se había acostado tarde, pero no por la fiesta, sino por las palabras que le seguían resonando en la cabeza.
Eres muy chica aún.
No habían sido dichas con dureza, pero dolían igual.
Se incorporó en la cama, mirando el techo.
Se vistió en silencio y bajó descalza a la planta baja. La casa estaba tranquila, bañada por una luz suave que entraba por las ventanas. Desde la cocina llegaba el olor del pan tostado.
Al asomarse, vio a Miguel solo, de pie junto a la cafetera. Llevaba una sudadera gris y el pelo revuelto, como si tampoco hubiera dormido bien.
—Buenos días —saludó ella, intentando sonar normal.
Él levantó la vista y le devolvió una sonrisa breve.
—Buenos días.
Vida dudó un instante antes de entrar. Se sentó a la mesa, observando cómo Miguel vertía el café en su taza.
—¿Dormiste bien? —preguntó ella.
—Lo suficiente —respondió, encogiéndose de hombros. Luego, tras un silencio breve—. ¿Y tú?
—Sí… —mintió.
El teléfono de Miguel vibró sobre la encimera. Él lo miró rápido y lo tomó antes de que ella pudiera ver la pantalla.
—Tengo que salir un rato —dijo, casi sin mirarla—. Vuelvo antes de comer.
—Claro —respondió Vida, bajando la vista.
Cuando él se fue, el silencio volvió a llenarlo todo. Vida se quedó un rato sentada
No sabía qué era peor: que Miguel la viera como una niña… o que tal vez Valeria tuviera un lugar en su vida que ella nunca podría ocupar.
Subió a su habitación y se dejó caer en la cama, mirando el techo. Sentía que no podría cerrar los ojos sin que esas dos frases se mezclaran una y otra vez:
Eres muy chica aún.
Algunas cosas nunca se olvidan.
Después de pensar mucho, Vida se levantó y fue a la habitación de Clara. La encontró aún con el pelo revuelto, sentada en el borde de la cama, mirando el móvil.
—¿Puedo molestarte un rato? —preguntó Vida, cerrando la puerta tras de sí.
Clara la miró, sorprendida pero sonriente.
—Claro, ¿qué pasa?
Vida se sentó al lado de ella, sin atreverse a mirarla a los ojos.
—Quería preguntarte algo sobre la fiesta… y sobre Valeria.
—Sé que quieres saber qué pasó entre Miguel y Valeria —empezó Clara, con voz calmada—. No es fácil de explicar, y tampoco quiero que te asustes.
Vida asintió, tragando un nudo en la garganta.
—Lo que hubo entre ellos fue… complicado. Muy complicado.
Clara se tomó un momento antes de continuar, como si buscara las palabras exactas.
—Valeria y Miguel se conocen desde siempre. Desde chicos tuvieron una relación intensa, pero también muy tóxica. Siempre fue un ir y venir de pasión, peleas, reconciliaciones y más peleas.
Vida frunció el ceño, intrigada.
—¿Tóxica cómo? —preguntó en un murmullo.
—Con los años, las cosas empeoraron —explicó Clara—. Valeria cayó en las adicciones, y Miguel trató de estar ahí para ella, de rescatarla. Pero en ese intento también terminó arrastrado, perdiéndose a sí mismo. Hubo violencia, heridas emocionales… incluso físicas. Fue una etapa muy oscura para los dos.
Vida tragó saliva, con un nudo en el estómago.
—¿Y entonces?
—Cuando papá murió —continuó Clara, bajando la voz—, Valeria reapareció. Y esta vez fue diferente. Ella fue quien lo sostuvo en ese momento, quien evitó que Miguel se hundiera en la depresión o que buscara refugio en las drogas. Al principio parecía que todo iba a ser distinto, que por fin podían sanarse mutuamente… pero ya sabes cómo son ellos. Lo que empieza bien, termina volviéndose tóxico otra vez. Siempre es el mismo círculo vicioso.
Vida se quedó en silencio, sintiendo un frío extraño recorrerle el cuerpo.
Vida tragó saliva. Esa revelación le pesaba más que la distancia de edad, más que sus dudas.
—¿Y tú crees que Miguel puede salir de eso? —preguntó con un hilo de esperanza.
Clara le sonrió con tristeza.
—Quiere salir, y lucha por hacerlo. Pero estas cosas no se arreglan de la noche a la mañana. Por eso protege a todos, especialmente a ti. No quiere que te lastimes.
Vida cerró los ojos un instante y respiró profundo.
—Gracias por confiarme esto, Clara. No quiero ser un problema para él, ni para ustedes. Solo quiero entender.
Clara la abrazó con suavidad.
—Eso es lo más importante, Vida. Que entiendas. Pero también que tengas cuidado. Porque no todo se resuelve con palabras, y algunos fantasmas son difíciles de dejar atrás.
Vida sintió que, por primera vez, ese secreto terrible tenía un rostro, un nombre, y no era solo un misterio lejano.
Y aunque el camino que tenía por delante parecía oscuro y difícil, estaba decidida a no retroceder.
El sol ya empezaba a bajar, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados, cuando Vida se instaló en la reposera del patio. En una mano sostenía un libro abierto, en la otra un mate humeante. El murmullo suave de la tarde la envolvía, pero su mente estaba lejos de la calma que el paisaje ofrecía.
Las palabras de Clara resonaban con fuerza dentro de ella. La historia de Miguel y Valeria, las adicciones, la violencia, la lucha y el dolor... Era mucho para digerir, para una chica que apenas empezaba a entender la complejidad del mundo adulto.
Vida cerró el libro y apoyó la cabeza contra el respaldo de la reposera, mirando el cielo cambiante.
—¿Cómo puede alguien amar y al mismo tiempo sufrir tanto? —se preguntó en voz baja.
El mate se enfrió entre sus manos, y por un instante la inseguridad y el miedo se hicieron presentes: la diferencia de edad con Miguel, las sombras del pasado, y la distancia que parecía crecer entre ellos.
Fue entonces cuando sintió una sombra cerca. Miguel apareció junto a ella, descalzo, con la camisa desabotonada y el cabello algo revuelto por el viento.
Sin decir palabra, se sentó al lado de Vida. Ella volvió la cabeza lentamente, encontrándose con sus ojos cálidos y serios.
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Editado: 22.08.2025