A destiempo

Capítulo 25: Bajo la piel (+18)

El sol comenzaba a esconderse tras los edificios de Madrid cuando Miguel aparcó la moto junto a la salida del instituto. Vida ya estaba allí, con el uniforme arrugado por un día largo y la mochila colgada al hombro, esperándolo con una mezcla de nervios y emoción.

—¿Lista? —preguntó Miguel mientras se quitaba el casco, mostrando esa sonrisa cálida que Vida ya conocía.
—Sí —respondió ella, subiendo despacio detrás de él, abrazándolo con suavidad, aferrándose al calor que transmitía su cuerpo.

El motor rugió suavemente y pronto dejaron atrás el bullicio de la ciudad para subir por una carretera serpenteante que los llevó a un mirador desde donde la ciudad se extendía como un mosaico de luces que comenzaban a encenderse.

Miguel aparcó con cuidado y desenrolló una manta que llevaba enrollada. La extendió sobre la hierba y se sentaron juntos, con las piernas entrelazadas, en silencio por un momento, contemplando el paisaje.

—¿Sabes? —empezó Miguel con la voz baja, cargada de algo que Vida no había escuchado antes— Cuando murió mi padre, sentí que todo se desmoronaba. Era como si se hubiera llevado el suelo bajo mis pies. No sabía cómo seguir, ni cómo encontrar sentido a nada.

Vida apretó su mano suavemente, invitándolo a seguir.

—Él era un hombre duro, de esos que no muestran mucho lo que sienten. Pero a su manera, me enseñó lo que significa la fortaleza. —Miguel suspiró, mirando las luces de la ciudad—. Pero después de que se fue, sentí que esa fortaleza se me escapaba. Me quedé perdido, sin rumbo... con miedo. Miedo a caer y no poder levantarme.

Vida apoyó su cabeza en su hombro, sintiendo la vulnerabilidad de Miguel y queriendo protegerlo con cada fibra de su ser.

—Pero también aprendí algo importante —continuó él—. Que no estamos solos, aunque a veces lo parezca. Que hay personas que están dispuestas a quedarse, a acompañarte, incluso cuando las cosas se ponen feas. Y tú… tú eres una de esas personas para mí.

Su voz se quebró un poco y sus ojos buscaron los de Vida, encontrándolos llenos de ternura.

Los labios se encontraron primero con suavidad, con la delicadeza de quien da un paso nuevo y espera que el otro esté listo para seguirlo. Vida sintió cómo el calor crecía en su pecho, cómo cada roce despertaba un fuego lento que se extendía por todo su cuerpo.

Sin apartarse, se acomodó a horcajadas sobre Miguel, sintiendo el latido acelerado de su corazón contra el suyo. La falda del uniforme apenas la protegía, dejando expuesta la piel tibia de sus muslos. Miguel la abrazó con fuerza, su cuerpo reaccionando con la firmeza de un deseo contenido.

Sus manos comenzaron a deslizarse con lentitud, explorando cada curva, cada centímetro de la piel que hasta ese momento nadie había tocado con tanta intención. Una mano recorrió su espalda baja, subiendo hasta posarse en la cintura con un tacto seguro y tierno.

Miguel inspiró profundo, notando lo húmeda que estaba, esa mezcla de nervios y deseo que la hacía aún más frágil y potente a la vez. Vida jadeó suave al sentir sus dedos deslizarse con delicadeza entre las bragas, una caricia que la desarmaba por completo.

Un debate intenso se encendió en su interior: el miedo a lo desconocido, la inseguridad de estar dando un paso irreversible, y al mismo tiempo la confianza en Miguel, en esa voz que la calmaba y esa piel que la sostenía.

Con voz temblorosa y el pecho agitado, Vida rompió el silencio.
—Miguel… soy virgen.

Él retiró la mano con delicadeza, sin apartar la mirada de la suya.
—No hay prisa —le dijo con una sonrisa suave—. Te esperaré todo el tiempo que necesites.

Volvieron a fundirse en un beso, cargado de promesas y de un respeto profundo, como un pacto silencioso para cuidarse, para descubrirse sin apuros ni presiones.

Después del beso, quedaron abrazados bajo la manta, sus respiraciones aún agitadas, los cuerpos cálidos en ese pequeño refugio a cielo abierto. Vida apoyó la cabeza en el pecho de Miguel, sintiendo el latido firme y constante, mientras el silencio se llenaba poco a poco de palabras.

—No sabía que esto podía sentirse así —murmuró ella, con voz tenue, casi un suspiro—. No solo el deseo, sino esta sensación de estar segura, de que nada malo puede pasar cuando estoy contigo.
Él la estrechó contra sí, como si con ese abrazo quisiera protegerla de todo.
—Estoy enamorado de ti, Vida —dijo con voz profunda, casi en un susurro—. Y no sé bien cómo explicarlo. A veces siento que este amor viene de antes, como si siempre hubiese estado ahí, esperando que aparecieras para darle sentido a todo lo que siento.

Vida lo miró, con los ojos brillantes por la emoción.
—¿De verdad? —preguntó con un hilo de voz.

—Sí —confirmó él, apretando suavemente sus manos—. No encuentro explicación para todo lo que me haces sentir, ni para cómo has cambiado mi mundo. Es como si mi corazón supiera que eras tú mucho antes de que mis pensamientos pudieran entenderlo.

Ella sintió un nudo en la garganta, y sin poder contenerse, se abrazó a él con fuerza, dejando que las lágrimas brotaran libres.
—Yo también te quiero, Miguel. Más de lo que puedo decir.

El silencio se volvió cómplice, y en esa tarde que parecía detenerse solo para ellos, ambos supieron que habían cruzado un umbral, un vínculo que ya nada podría romper.

El regreso a casa fue un viaje silencioso, pero lleno de una electricidad palpable que los envolvía a ambos. La moto rugió suave mientras descendían por las calles ya iluminadas, Madrid despertando en la noche con un brillo propio.

Al llegar, Miguel aparcó la moto en el garaje con cuidado, y Vida bajó despacio, sintiendo aún el calor que la envolvía desde aquel mirador.

Iba a alejarse, pero algo en ella se rebeló contra la distancia. Sin pensarlo, tiró de Miguel hacia ella, sus manos enredándose en su cuello con urgencia contenida.

Sus labios chocaron con una intensidad que dejó escapar toda la pasión contenida de la tarde, un beso profundo, hambriento, como si quisieran borrarse la espera de años.




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