La penumbra del pasillo parecía contenerlos a ellos dos, como un refugio que nadie más podía traspasar. Miguel se quedó a un paso de la puerta del cuarto de Vida, sus ojos buscando los de ella con una mezcla de ternura y una intensidad que le removía el alma.
—No sé cómo decirlo sin que suene a cliché —comenzó, con una sonrisa que intentaba disimular lo mucho que le temblaba la voz—, pero… te quiero, Vida. De una forma que nunca había sentido.
Vida sintió que el corazón se le aceleraba y que sus mejillas se teñían de rojo. Levantó la vista y encontró en los ojos de Miguel una sinceridad que la hizo sentirse segura.
—Yo también te quiero, Miguel. Más de lo que creía posible.
Miguel dio un paso más y, con suavidad, tomó la mano de Vida entre las suyas, apretándola con ternura.
—Esto que tenemos… —dijo en un susurro— es lo más real y valioso que he tenido. Y te prometo que voy a defenderlo con todo lo que soy. No voy a permitir que nadie ni nada nos haga daño.
Vida sintió una ola de calma y fuerza al escucharlo. Su mirada se humedeció y apoyó la otra mano sobre la suya.
—Me haces sentir protegida, Miguel. Y eso es lo que necesito ahora.
Él acarició su mejilla con el pulgar, recorriendo su piel con un gesto lleno de cariño.
—Voy a estar siempre aquí, para lo que necesites, para cuando dudes o tengas miedo. Eres mi prioridad, Vida.
Ella sonrió, sintiendo que su mundo se ordenaba solo con esas palabras.
—Quiero que esto sea nuestro refugio, sin importar lo que venga.
Miguel apoyó su frente contra la de ella, cerrando los ojos un instante.
—Lo será. Y mientras esté contigo, no habrá tormenta que no podamos superar.
Se quedaron así, un momento suspendido en el tiempo, hasta que Vida abrió la puerta y entró, sin dejar de mirar atrás.
—Buenas noches, Miguel —dijo, con la voz suave y llena de emoción.
—Buenas noches, Vida —respondió él, con una sonrisa amplia y sincera—. Gracias por elegirme.
La puerta se cerró con suavidad, pero la promesa de su compromiso permanecía, fuerte e inquebrantable, un lazo invisible que los unía para siempre.
Vida cerró la puerta tras de sí con cuidado, dejando que el suave clic resonara como un eco familiar. Se quedó un instante en silencio, apoyada contra la madera, con el corazón todavía latiendo acelerado y la piel ardiendo por el calor del encuentro.
Caminó lentamente hasta la cama, dejando caer el uniforme con cuidado sobre la silla, y se dejó caer entre las sábanas. La oscuridad de la habitación la envolvía, pero en su mente, todo estaba iluminado por la imagen de Miguel: sus manos, sus caricias, su mirada tan intensa y llena de cariño.
Recordó cada detalle: cómo la había tomado de la mano y la había guiado hacia su erección, cómo su respiración se había acelerado al sentirla acariciarlo con esa mezcla de timidez y deseo que la hacía aún más irresistible. El tacto de sus dedos explorando su piel, deslizándose bajo la falda, despertando sensaciones nuevas, profundas.
Y luego, ese momento eléctrico en el garaje, cuando sus dedos la recorrieron con una mezcla perfecta de ternura y urgencia, llevándola a un clímax que la hizo temblar y perderse por completo.
Pero no era solo el recuerdo físico lo que la hacía latir tan fuerte, sino también las palabras de Miguel. Aquella confesión inesperada que le había atravesado el alma.
—Te quiero, Vida.
Las palabras resonaban en su cabeza una y otra vez, suaves pero firmes, llenas de promesas y verdad. No era solo un deseo pasajero ni un capricho, sino algo mucho más profundo, algo que la hacía sentirse vista, valorada, amada.
Se llevó una mano al pecho, sintiendo el latido que aún vibraba como un tambor dentro de ella. La emoción la sacudió en oleadas, mezclando nervios, miedo y una esperanza nueva, fresca, que no había sentido antes.
Sabía que nada sería fácil. Que había sombras en el pasado de Miguel, que la diferencia de edad y las dudas podían ser barreras. Pero también sabía que ese “te quiero” era el primer ladrillo de algo sólido, un refugio que ambos podían construir juntos.
Se dejó caer hacia atrás, mirando el techo mientras una sonrisa tímida se dibujaba en sus labios. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que no estaba sola.
Miguel la quería.
Y con ese pensamiento, la oscuridad de la habitación se volvió cálida, acogedora, llena de posibilidades.
La luz de la mañana entraba con suavidad por la ventana de la cocina, dibujando sombras cálidas sobre la mesa de madera gastada. El aroma a yerba mate y café recién hecho llenaba el aire, mientras Vida, Miguel y el abuelo Paco compartían ese ritual cotidiano que ya se había vuelto un refugio para los tres.
Paco los observaba con una sonrisa apacible, atento a cada gesto, a cada roce sutil entre Vida y Miguel. Notaba cómo Vida acariciaba con la punta de los dedos la mano de Miguel cuando él no miraba, y cómo Miguel desviaba la mirada con una mezcla de timidez y cariño.
El silencio era cómodo, lleno de palabras no dichas, hasta que Paco carraspeó suavemente y rompió la quietud con una voz grave, pero cargada de ternura:
—Sabéis, no hace falta que andéis con tanto cuidado delante de mí. Soy más perspicaz de lo que aparento —dijo, con una sonrisa traviesa—. Veo lo que hay entre vosotros y os lo digo claro: no tenéis que ocultarlo.
Vida y Miguel se miraron, sorprendidos, sus mejillas sonrojadas por la revelación. Vida bajó la mirada, mordiendo suavemente el labio, mientras Miguel soltaba una sonrisa, como si se sintiera liberado.
—Cuando yo tenía vuestra edad —continuó Paco, con nostalgia en la voz—, también sentí algo parecido. La mezcla de miedo y emoción, de ganas y dudas. Y os aseguro que no es fácil encontrar a alguien con quien realmente querer arriesgarse.
Paco dio un sorbo de mate, y sus ojos se posaron con cariño sobre ellos dos.
—Pero cuando lo encontréis, hay que cuidarlo como el tesoro que es. Y eso significa ser valientes y sinceros, no esconderse detrás de miedos ni máscaras.
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Editado: 22.08.2025