A destiempo

Capítulo 28: Al borde del abismo.

La cabina se mecía suavemente mientras la noria alcanzaba su punto más alto. Desde allí, el pueblo parecía un mar de luces diminutas. La música del escenario llegaba apagada, mezclada con el murmullo distante de las conversaciones y risas.

Miguel no apartaba la mirada de Vida. Tenía la sensación de que, si pestañeaba, se perdería la forma exacta en la que la luz reflejaba en sus ojos.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? —preguntó de repente.

Vida arqueó una ceja, sonriendo apenas.
—¿Solo una cosa?

Él rió, pero su mirada seguía seria.
—Que no necesitas impresionar a nadie… y aún así, me dejas sin aire. No buscas llamar la atención, pero cuando entras en un sitio… todo cambia.

Ella intentó bromear para romper la tensión.
—Eso suena a que me ves con demasiados buenos ojos.

—No —negó, con un gesto lento—. Te veo tal y como eres. Y… no sé cómo explicarlo, pero desde que llegaste, esta casa… mi vida… todo ha vuelto a tener color.

Vida tragó saliva, sintiendo que el pecho se le apretaba.
—Miguel…

—Espera, déjame acabar —dijo él, con una intensidad que la hizo quedarse quieta—. Antes de ti, yo estaba… apagado. Vivía en piloto automático. Hasta el abuelo parecía distinto. Y ahora… le escucho reír, le veo disfrutar. Todos lo hacemos. No es solo que me hayas devuelto las ganas a mí… es que le has devuelto la alegría a todos.

Ella parpadeó rápido, intentando que las lágrimas no se escaparan.
—No sabía que…

—No tenías por qué saberlo —susurró, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano—. Pero quiero que sepas una cosa: no pienso soltarte. Ni dejar que nada ni nadie se meta en lo que tenemos.

La noria empezó a descender lentamente, pero ellos permanecieron inmóviles, pegados el uno al otro.

—Entonces no me sueltes —respondió ella, apenas audible.

Miguel sonrió, inclinándose para besarla de nuevo, un beso lento, lleno de promesas silenciosas. Cuando la cabina tocó tierra, seguían unidos, como si el resto del mundo no existiera.

La noria se detuvo y la cabina se abrió. Miguel y Vida bajaron todavía tomados de la mano, con esa complicidad silenciosa que se habían robado durante todo el paseo. Ella lo miraba con una sonrisa pequeña, como si aún estuvieran allá arriba.

Pero al dar unos pasos, se toparon de frente con Valeria, Luis y Mario. Miguel soltó la mano de Vida casi de golpe, como un gesto automático. Ella lo notó, y aunque intentó disimular, la sensación de vacío en la mano fue inmediata.

—¡Miguel! —exclamó Valeria, sonriendo de oreja a oreja mientras se colgaba de su cuello para besarlo en ambas mejillas. El contacto duró más de lo normal.
—Hola, Valeria —respondió él, cordial pero con un tono seco.

—¿Qué tal, primo? —saludó Luis, dándole un apretón de manos.
—Todo bien, ¿y tú? —contestó Miguel.
—Aquí, de fiesta. —Luis le guiñó un ojo y luego miró a Vida con curiosidad—.

— No me vas a presentar a tu amiga?— Dijo Mario.

—Ah… —Miguel hizo una breve pausa—, ella es Vida, la amiga de Clara… viene de Argentina.

—Mucho gusto —dijo Vida, sonriendo con educación.

—Es tan maja —intervino Valeria, aunque sin siquiera mirarla del todo. La escaneó de arriba abajo y añadió—: Yo, a tu edad, no me hubiera atrevido a hacer un viaje así sola. Los críos de ahora sois mucho más aventureros.

Vida sonrió apenas, controlando el impulso de responder con ironía.
—Supongo que es cuestión de animarse.

—Oh… perdona por lo de cría —dijo Valeria, esbozando una sonrisa falsa que no escondía del todo la condescendencia.

—Bueno… justo íbamos a buscar a Clara y a los demás —dijo Miguel, como queriendo cerrar la conversación.

—Pues vamos todos —propuso Mario—, así nos tomamos algo por el camino.

—Sí, venga —añadió Valeria, pegándose otra vez a Miguel, enlazando su brazo con el de él como si fuera lo más natural del mundo.

Comenzaron a caminar entre la multitud. Valeria iba pegada a Miguel, hablándole al oído como si estuvieran recuperando viejos tiempos. Mario iba unos pasos por delante, y Luis, que parecía percibir la incomodidad de Vida, se quedó a su lado.

—¿Así que de Argentina? —preguntó Luis, con tono amable.
—Sí —respondió ella.
—¿Te quedas mucho por aquí?
—Unos meses… —dijo Vida, tratando de seguirle el ritmo a la charla, aunque su mente estaba más pendiente de la figura de Valeria inclinándose demasiado cerca de Miguel.
—Te va a gustar el pueblo —continuó Luis—, aunque supongo que ya tienes buen guía…

Vida forzó una sonrisa.
—Sí… algo así.

Luis pareció entender más de lo que dijo y no insistió. Siguieron caminando, esquivando gente, luces y música, mientras adelante Valeria no se despegaba de Miguel.

Vida sintió como si la noche hubiera cambiado de color. Lo que hace unos minutos había sido risa, miradas y manos entrelazadas, ahora se sentía como una escena ajena en la que ella apenas estaba de paso.

Al girar por una de las calles que llevaba a la plaza principal, entre el bullicio y el olor a comida, los vieron. Clara, Inés, Franco y Javier estaban junto a un puesto de churros, riendo y conversando.

—¡Ahí están! —dijo Clara, agitando la mano.

Valeria fue la primera en adelantarse, aún del brazo de Miguel.
—¡Clara! —la saludó con un abrazo—. Hacía siglos que no te veía.

—Vaya… qué sorpresa —respondió Clara, arqueando una ceja al notar la cercanía entre Miguel y Valeria.

—¿Qué tal todos? —preguntó Luis, dándole un apretón de manos a Franco y un abrazo rápido a Inés.

Vida, un paso detrás de Miguel, se forzó a sonreír para disimular, aunque por dentro sentía un pinchazo.

Javier, que no perdía detalle, captó su incomodidad al instante. Se movió un poco y se colocó a su lado, como si nada.
—¿Y tú? —le dijo en voz baja—. ¿Te estás divirtiendo o estás contando los minutos para irte?

Ella soltó una breve risa, más por cortesía que por ganas.
—Me estaba divirtiendo… —respondió, con una media sonrisa.




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