A destiempo

Capítulo 29: Promesas al amanecer.

Miguel sabía que lo que sentía era más que atracción: era amor, profundo y real. Y al mismo tiempo sabía que había límites que no podía cruzar todavía. La diferencia de edad, las normas, la necesidad de protegerla… todo eso lo atormentaba, porque no quería hacerle daño, pero tampoco quería alejarse. Cada palabra que iba a decir estaba cargada de sinceridad y de un deseo intenso de cuidar lo que tenían, de mantener viva la conexión que los unía mientras esperaba el momento correcto para que nada se interpusiera entre ellos.

No he venido a seguir discutiendo… —susurró Miguel, apoyando suavemente su mano sobre la de Vida—.

Vida lo miró, con los ojos vidriosos, conteniendo una mezcla de incredulidad, ternura y miedo. Su corazón latía con fuerza, y cada segundo de silencio parecía amplificar la cercanía que llenaba toda la habitación. Recordó la fiesta, la noria, la risa compartida y la tensión con Valeria; todo se mezclaba, y ahora Miguel estaba allí, tan cerca y tan real que sentía que cualquier palabra equivocada podía romperlo todo.

—Miguel… —susurró en un hilo de voz, temblando un poco—. No entiendo…

—Lo sé —interrumpió él, con la voz suave pero intensa—. Lo que pasó esta noche, todo lo de la fiesta, me dolió verte tan cerca de Javier. Y no porque piense mal de ti, sino porque… —tomó aire, buscando las palabras correctas—. Porque me importas demasiado. Te quiero, Vida. Te quiero más de lo que puedo soportar a veces.

Vida tragó saliva, sintiendo que un nudo se formaba en su garganta. Su mirada se suavizó, y un temblor en sus manos le decía que había más que miedo; había amor, y mucho. Te quiero también… pensó, pero sabía que no podía decirlo en voz alta, no aún.

—Y… ¿entonces? —preguntó, apenas un susurro—. ¿Qué hacemos ahora?

—Creo que lo mejor… —empezó, con dificultad, como si cada palabra le costara—. Creo que lo mejor es que dejemos las cosas como están. Tomarnos un tiempo. Esperar a que cumplas la mayoría de edad… y entonces, cuando seas libre para decidir, podremos estar juntos sin limitaciones.

Vida sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La idea de esperar le dolía, pero al mismo tiempo había una seguridad en sus palabras que no podía ignorar. Dos meses… dos meses que van a parecer siglos…

—¿La edad? —murmuró, con lágrimas empezando a rodar por sus mejillas—. Miguel… la edad es solo un número. Esa mayoría de edad… es solo una construcción. Dos meses más no van a cambiar nada de lo que siento por ti ni de lo que siento que tú sientes por mí.

Miguel cerró los ojos un instante, luchando consigo mismo. Sabía que tenía razón, que la química, el deseo y el amor que sentían no podían medirse con calendarios, pero había límites que debía respetar. Si la apresuro, puedo arruinarlo todo, pensó.

—Te lo pido, Vida —dijo finalmente—. Espérame. Te voy a estar esperando. Siempre. Quiero que estés segura, que podamos vivir lo que sentimos cuando llegue el momento correcto.

Vida bajó la mirada, tragando con dificultad, y luego dejó que su cabeza descansara sobre su hombro. El calor de su cuerpo era un refugio, pero también un recordatorio cruel de todo lo que deseaba y no podía tener del todo.
Cada segundo junto a él valía más que cualquier norma absurda… más que cualquier calendario.

—Está bien… —susurró, con la voz apenas audible mientras apoyaba la mejilla contra su pecho—. Te esperaré… aunque me duela.

Miguel la abrazó con fuerza, como si quisiera retenerla para siempre en ese instante. Sus labios rozaron su cabello, su frente, su mejilla… besos lentos, casi reverentes, que parecían querer grabar en su memoria cada rincón de ella.

—Gracias… —murmuró, con la voz quebrada—. Gracias por confiar en mí.

Vida cerró los ojos, sintiendo cómo su respiración se acompasaba con la de él, dejando que el silencio los envolviera como una manta invisible. El latido de Miguel resonaba en su oído, constante, fuerte, como si pudiera sostenerla solo con eso.

—Prométeme algo… —dijo él, separándose lo justo para mirarla de frente—. Prométeme que no te vas a rendir. Que la espera no nos va a romper.

Ella lo miró, y en sus ojos brillaban lágrimas y determinación.
—Lo prometo… —susurró—. Nada nos va a romper. Ni la espera, ni la distancia, ni nadie.

Pero un pensamiento la atravesó como un relámpago.
—Miguel… después de mi cumpleaños… voy a tener que volver a Argentina para terminar el colegio. —Su voz se quebró—. ¿Qué va a pasar en ese momento?

Él se quedó en silencio un segundo más de lo normal. Bajó la mirada, como si las palabras se le quedaran atascadas en la garganta. Por dentro, el miedo a ese día lo estaba desgarrando, pero no podía dejar que ella lo viera. Volvió a alzar la vista y le acarició la mejilla con el dorso de la mano, forzando una media sonrisa.

—No pienses en eso ahora —dijo con suavidad—. No te adelantes. Tenemos estos meses, Vida… y lo demás… lo demás lo resolveremos cuando llegue el momento.

Ella asintió, aunque el nudo en su garganta no desapareció. Y aun así, había algo en la seguridad de sus palabras que la sostuvo, como si él pudiera realmente prometer que todo saldría bien.

Miguel la abrazó una vez más, apretándola contra su pecho como si con eso pudiera protegerla del tiempo.
—Duerme bien… y recuerda que estoy aquí. Siempre.

Vida lo siguió con la mirada mientras él salía del cuarto, sus pasos perdiéndose en el pasillo. Cuando la puerta se cerró, el silencio se llenó de su ausencia. Se dejó caer sobre la cama, abrazando la almohada como si fuera él, dejando que las lágrimas cayeran sin resistencia.

Cada gesto, cada palabra, cada mirada de Miguel le revolvía el alma. Pensó en la noche en la noria, en su mano protegiéndola, en la forma en que él la buscaba incluso cuando no debía. Dos meses… dos meses de espera, de ansiedad y de deseo contenido.

Pero él me va a esperar… y yo voy a esperar, pensó, aferrándose a esa certeza como si fuera un salvavidas.




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