A destiempo

Capítulo 39: Adiós Madrid.

El día amaneció claro y brillante, pero ninguna luz podía disipar la tormenta que Vida sentía en su interior. Su corazón latía con un peso insoportable: hoy abandonaba España, hoy se despedía de todo lo que había aprendido a amar en seis meses, y sobre todo, dejaba atrás a Miguel, aunque lo sentía en cada pensamiento, en cada suspiro, en cada latido.

La casa estaba llena de maletas, de abrazos y de risas nerviosas. Los abuelos Paco y María, la madre de Miguel, Clara, Javier, Franco e Inés, todos habían llegado para acompañarla al aeropuerto. Cada gesto, cada mirada, estaba impregnada de afecto y nostalgia, como si todos intentaran suavizar la despedida, aunque Vida sabía que sería imposible.

—Vida… —dijo Paco, tomando sus manos—. Gracias por aparecer en nuestras vidas. Por tu cariño, por enseñarnos cosas nuevas y devolvernos alegría. Eres más que familia.

María la abrazó fuerte, rodeándola como si quisiera protegerla del dolor que sabía que vendría:

—Nunca lo olvides. Has traído amor y calidez a esta casa.

Vida sonrió entre lágrimas, dejando que el calor de sus palabras la envolviera. Respiró hondo y miró a todos:

—Gracias a todos… por aceptarme, por cuidarme, por abrirme las puertas de sus vidas. Gracias.

Clara la rodeó con un abrazo y una sonrisa triste:

—Te voy a extrañar un montón, Vida. Prometeme que me esperarás en Buenos Aires.

Javier y Franco intercambiaron miradas cómplices, mientras Inés le daba un último beso en la frente. Cada gesto, cada abrazo, era un recordatorio del tiempo compartido, de las conexiones profundas que Vida había tejido en seis meses.

La ansiedad crecía, y con ella, la duda: Miguel no estaba. Vida lo había buscado desde temprano, y su ausencia le hacía sentir un vacío imposible de llenar.

—¿Dónde está Miguel? —preguntó con voz temblorosa.

Clara intentó tranquilizarla:

—Seguro llega tarde por algo… te verá en el aeropuerto, ya verás.

Pero la incertidumbre no desapareció. Cada kilómetro recorrido hacia la terminal aumentaba su nerviosismo. El coche estaba lleno de maletas, abrazos y susurros, pero nada llenaba el vacío que Miguel había dejado.

—Clara… por favor… mantenme informada. No entiendo qué pasa con él —susurró Vida, con la voz quebrada.

—Tranquila, Vida… todo se aclarará —respondió Clara, apretando su mano.

Al llegar a la terminal, Vida buscó entre la multitud, esperando ver su sonrisa, sentir su abrazo antes de subir al avión. Pero no estaba. Intentó llamarlo. El teléfono sonó una vez, dos, tres… y luego el buzón de voz. Cada intento fallido hacía que su pecho se apretara y que la visión se le nublara.

Clara trató de calmarla mientras Vida se aferraba a su equipaje, las lágrimas desbordando sus ojos:

—No entiendo nada… —murmuró—. No sé qué pasó…

El aeropuerto estaba lleno de murmullos, maletas rodando, anuncios de vuelos, y la sensación de que el tiempo pasaba demasiado rápido y, al mismo tiempo, demasiado lento. Vida caminaba entre la multitud, aferrándose a la mano de Clara, con el corazón latiendo a un ritmo que parecía romperle el pecho. Cada paso la acercaba a la puerta de embarque, y con cada segundo que avanzaba, la ausencia de Miguel se hacía más insoportable.

—Tranquila, Vida —susurró Clara, apretando su brazo—. Miguel seguro que llega. Solo se retrasó un poco, ya verás.

Finalmente llegaron a la puerta de embarque. La multitud de pasajeros y los anuncios de vuelos parecían desvanecerse ante la presencia de Vida, que solo sentía el vacío de no ver a Miguel allí, donde más lo necesitaba. Buscó entre la gente, esperando verle la sonrisa, esperando ese abrazo que tanto había imaginado, y no estaba.

Con manos temblorosas, volvió a llamar. El teléfono sonó y volvió a ir al buzón de voz. Intentó de nuevo, varias veces, con la esperanza de escuchar su voz, de recibir un mensaje que calmara su miedo, y nada. La desesperación se apoderó de ella.

—Clara… —susurró, con la voz quebrada—. Por favor, decime que sabes algo. No entiendo qué pasó con él.

Clara, tratando de mantener la calma, escribió un mensaje rápido:

"Él respondió. Dice que está bien y que pronto te contará todo."

Vida lo leyó una y otra vez. Y miro a Clara sin entender nada. “Pronto me contará todo”. Esas palabras eran un hilo demasiado delgado para sostener su corazón roto. Sin explicación, sin consuelo, solo la promesa de un misterio que no entendía.

Se acercó a despedirse de todos: abrazó a los abuelos, a la madre de Miguel, a Clara, a Javier, Franco e Inés. Cada abrazo era un tirón de su alma, cada beso un recordatorio de que el adiós sería brutal.

El anuncio de embarque resonó en la terminal. Era hora de subir al avión. Cada paso hacia la puerta de embarque era un latido más de angustia. Vida miró hacia atrás por última vez, buscando entre la multitud, buscando a Miguel, con la esperanza de verle aparecer en cualquier instante, y solo vio rostros ajenos, caminando rápido, indiferentes.

Subió al avión con el corazón completamente roto. Cada asiento, cada ventanilla, cada luz del avión parecía recordarle su ausencia. Se acomodó junto a la ventanilla, abrazando su equipaje como si pudiera sostener su corazón en ese abrazo. La distancia entre ella y Miguel crecía con cada segundo, con cada metro que el avión avanzaba hacia el cielo, y con cada nube que los separaba.

El recuerdo de Miguel la atravesaba por dentro. Recordó sus manos sobre las suyas, su mirada intensa, los paseos, los besos robados, los abrazos cargados de ternura y deseo. Cada instante compartido se transformaba en un hilo de nostalgia y dolor que la mantenía despierta, alerta, y al mismo tiempo destrozada.

Se abrazó a sí misma, apretando los brazos contra el torso, intentando sostener algo tangible de él. Las lágrimas caían silenciosas, mezclándose con los recuerdos y con la promesa de un mensaje que aún no podía interpretar. No había consuelo, no había explicación, solo la soledad del asiento de un avión y la certeza de que su corazón estaba a miles de kilómetros de donde necesitaba estar.




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