La tarde en Buenos Aires era tibia, con el sol filtrándose entre las cortinas de la habitación de Vida. El bullicio de la ciudad se colaba desde la ventana, pero dentro de su cuarto todo era silencio, un silencio que ella había buscado para poder abrir la carta que Clara le había entregado horas antes.
Vida se sentó en la cama, el sobre en las manos temblorosas. Lo había mirado un par de veces antes, pero no había tenido el valor de abrirlo. No quería que nadie la viera. Necesitaba estar sola, necesitarse a sí misma para enfrentar lo que contenía. Con un suspiro profundo, rompió el sello y desplegó las hojas cuidadosamente.
La letra de Miguel se desplegaba ante sus ojos, cada palabra escrita con el pulso tembloroso y la sinceridad que él nunca había sabido poner en voz alta.
*"Vida,
Si estás leyendo esto, significa que por fin has tenido un momento para ti, lejos del ruido, para escuchar lo que nunca supe cómo decirte en persona. Hay tantas cosas que no te conté, tantos secretos, tantos miedos que guardé para mí, que ahora siento que debo abrirte el corazón por completo..."*
Vida dejó escapar un sollozo ahogado. Su pecho se oprimía con cada frase, y los recuerdos de los últimos días en Madrid se mezclaban con las palabras escritas de Miguel. Sintió cómo su enojo y su orgullo empezaban a tambalear ante la vulnerabilidad de él.
"Hace años, mi mundo se rompió de una manera que no puedo describir. Mi padre… se suicidó. Nos dejó a mi madre, a mis abuelos y a mí en medio de un caos que parecía imposible de soportar: deudas, silencios, desesperación. Tenía apenas fuerzas para intentar sostener a Clara, que era pequeña y necesitaba estabilidad, cariño, certezas que yo mismo no podía darme. Yo tenía que ser fuerte por todos, mientras mi corazón se deshacía en pedazos que nadie podía recoger..."
Vida abrazó la carta contra su pecho, sintiendo un nudo de dolor mezclado con compasión. Nunca había imaginado la profundidad de la oscuridad que él había vivido, la carga que llevaba sobre sus hombros desde tan joven. Sus lágrimas comenzaron a deslizarse silenciosas por sus mejillas.
"En medio de esa oscuridad, Valeria apareció. Con sus defectos y sus virtudes, con su amor y su intensidad, me sostuvo. Me ayudó a salir de la desesperación, me recordó que podía volver a respirar. Pero nuestra relación también fue intensa y caótica, a veces tóxica, a veces inestable. Así que cuando ella estuvo al borde de rendirse y no querer vivir, no pude abandonarla. Ella me sostuvo cuando más lo necesitaba. Y por eso, cuando me llamó, cuando me dijo que no quería vivir, no pude abandonarla. No podía dejarla sola en ese momento crítico. Sabía lo que era perderse en la desesperación y no podía permitir que alguien más lo hiciera a mi lado."
Vida respiró con dificultad. Cada palabra era un martillo que golpeaba su corazón. Recordó aquel instante en que él no estaba en el aeropuerto, la desesperación, el vacío. Ahora entendía que había algo más allá de su enojo: miedo, culpa, amor y responsabilidad se habían entrelazado en cada decisión de Miguel.
"Y luego llegaste tú, Vida. Llegaste con tu luz, tu alegría, tus palabras y tus gestos que llenaban mis días de esperanza. Pero no supe estar a la altura. Te fallé cuando más me necesitabas, y el silencio, la distancia, y mi propio miedo te hicieron daño. Nunca quise que te sintieras traicionada ni sola. Nunca quise llamarte una cría..."
Vida cerró los ojos, sintiendo cómo su enojo se deshacía lentamente. Su respiración era irregular, temblorosa. Cada confesión, cada palabra escrita con sinceridad, penetraba su corazón como un bálsamo mezclado con dolor.
"Te pido perdón, Vida. No sé si alguna vez podrás perdonarme, y tal vez yo mismo nunca lo haga. Pero necesito que sepas que todo lo que sentí y siento por ti es real. Que mi silencio no fue indiferencia, sino miedo y culpa acumulados durante años. Que mi amor por ti no ha cambiado ni un segundo, y que cada día lejos de ti es un tormento que siento en cada latido..."
Mientras Vida leía, la distancia que los separaba parecía acortarse por un instante. Imaginaba a Miguel en Madrid, solo, desesperado, esperando una señal de ella. Cada palabra era un puente hacia su dolor compartido, hacia la angustia que él había contenido durante tanto tiempo.
"Espero que algún día puedas leer esto y sentir que, aunque todo fue confuso y doloroso, mi corazón siempre te perteneció. Siempre. Que sepas también que Clara, mi hermana, que depende de mí y de mis decisiones, siempre fue parte de lo que tuve que sostener, y que mi responsabilidad hacia ella me ha enseñado a cuidar, a proteger, aunque a veces haya fallado con quienes amo..."
Vida apoyó la frente contra la carta, dejando que las lágrimas rodaran libremente. Todo cobraba sentido ahora: la distancia, los silencios, los mensajes que ella había ignorado, el dolor que había sentido. Miguel no había querido herirla; había intentado sobrevivir entre su amor por ella y su deber y lealtad hacia Valeria.
En Madrid, Miguel caminaba por su habitación con la desesperación marcada en el rostro. Su teléfono vibraba constantemente con notificaciones de Vida, mensajes sin respuesta. Se hundía en su propia angustia, recordando cada palabra que le había gritado durante su última videollamada, cada gesto de distancia que había percibido.
—Vida… —susurraba al aire, como si pudiera atravesar el océano—. Vida, por favor… contéstame.
La culpa lo devoraba. Cada día sin noticias de ella era un recordatorio de sus errores, del momento en que la había reducido a una palabra que ahora lo perseguía como un fantasma: “cría”. Cada intento fallido de comunicarse aumentaba la sensación de vacío en su pecho.
Mientras tanto, Vida guardaba la carta en su mesita, necesitaba procesarla a solas. No quería responder aún. Se sentó en la cama, abrazando una almohada, dejando que su respiración se calmará lentamente. Su corazón seguía latiendo con fuerza, lleno de emociones encontradas: amor, comprensión, enojo, tristeza y esperanza.
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Editado: 22.08.2025