Vida entró en su departamento agotada, con la bolsa del trabajo colgando del hombro y el abrigo medio desabrochado. Tiró las llaves sobre la mesa, se dejó caer en el sofá y encendió el portátil. Como cada tarde, lo primero que hizo fue abrir la videollamada con Clara. La sonrisa de su amiga apareció instantáneamente al otro lado de la pantalla.
—¡Vida! —exclamó Clara, levantando la mano—. ¿Cómo va mi chica favorita hoy?
—Agotada, como siempre —respondió Vida, dejando escapar un suspiro—. He corrido de un lado a otro con contratos, reuniones, llamadas interminables… nada comparado con tu ejército de niños.
—Ja, ja —rió Clara—. Hoy tuvimos un “accidente de pintura” en la clase de arte. Tres niños cubiertos de acuarela y yo intentando salvar al resto del grupo. Creo que mi escritorio ahora es un arcoíris permanente.
Vida sonrió, divertida.
—Me lo imagino. Tener treinta niños pequeños debe ser una locura constante. Pero oye, al menos no te estás aburriendo.
—Nunca, Vida —replicó Clara—. Cada día es una aventura, y no sabes lo que se siente cuando un niño te dice “te quiero” sin que nadie lo obligue. Eso compensa todas las manchas de pintura y los gritos.
—Eso suena… intenso y bonito a la vez —dijo Vida, acomodándose mejor en el sofá—. Yo hoy corrí detrás de clientes que no sabían lo que querían y documentos que parecían multiplicarse solos.
—Me encanta cómo logras mantener la calma —dijo Clara—. Yo a veces pienso que si estuvieras aquí, te convertirías en la heroína silenciosa de la oficina.
Vida rió suavemente.
—Hablando de héroes, quería contarte algo —dijo, inclinándose hacia la pantalla—. Voy a tener que viajar a Madrid en un mes. Un cliente importante quiere cerrar un trato en persona, y… bueno, me toca a mí.
—¡¿A Madrid?! —Clara abrió los ojos sorprendida y emocionada—. ¡Eso es increíble! ¿Cuánto tiempo estarás?
—El tiempo que nos lleve ponernos de acuerdo, nada exagerado espero! —dijo Vida—. Pero claro, quería aprovechar para verte y también para ir a ver a tus abuelos.
—¡Ay, van a ponerse tan felices de verte! —exclamó Clara—. Solo que justo el mes que viene me voy con Luca a Italia, es solo un fin de semana, nada más. Después estaré de vuelta y podremos pasar tiempo juntas sin interrupciones.
Vida asintió, sonriendo.
—Entonces puedo contar con tu departamento, ¿verdad? Tu sofá es mucho más cómodo que el mío.
—Obvio —rió Clara—. Es todo tuyo. Y podemos planear cosas: cafés, paseos, incluso visitar algunos lugares que siempre quisimos conocer.
—Eso me encanta —dijo Vida—. Y me muero por ver a tus abuelos. Quiero escuchar todas sus historias, que me cuenten cosas que solo ellos saben.
—Van a estar encantados —aseguró Clara—. Seguro que prepararán sus galletas y ese té que tanto te gusta. Y claro, yo quiero estar ahí para verte.
—Lo sé, y eso me da fuerzas —dijo Vida, con un brillo en los ojos—. Aunque a veces siento que el tiempo pasa demasiado rápido y no me da para todo.
—El tiempo siempre corre —replicó Clara—. Pero nosotras aprendimos a usarlo bien. Y nosotras lo usaremos bien, ¿no?
—Sí —dijo Vida, con una sonrisa—. Siempre bien.
—Por cierto —dijo Clara, inclinándose hacia la cámara—, quiero que me cuentes cómo va todo con Leandro. ¿Siguen saliendo?
Vida suspiró, un poco sonrojada.
—Sí, salimos de vez en cuando. Pero nada serio, Clara. Solo disfrutamos de nuestra compañía sin dramas ni ataduras. Es cómodo, y no me siento presionada.
—Eso suena perfecto —dijo Clara—. Me alegro de que tengas eso, de que puedas disfrutar de alguien sin complicaciones. A veces necesitamos un espacio así para poder respirar.
—Exacto —afirmó Vida—. Es como un respiro en medio de todo el trabajo y las responsabilidades.
—Hablando de trabajo —intervino Clara—, ¿cómo te fue hoy con ese cliente difícil del que me hablaste ayer?
—Uf… complicado —dijo Vida—. Quería cambiar cosas de última hora, y tuve que revisar contratos, redactar adendas, asegurarme de que todo estuviera en orden. Me sentí como un equilibrista sobre una cuerda floja.
—Uf, qué estrés —dijo Clara—. Pero sé que lo resolviste. Siempre me impresiona cómo manejas la presión.
—Gracias, Clara —dijo Vida—. Tenerte al otro lado de la pantalla me ayuda más de lo que imaginas. Saber que puedo contarte mi día sin miedo a ser juzgada es un lujo.
—Y tú eres mi cable a tierra —respondió Clara—. Aunque esté rodeada de niños y caos, nuestras charlas me recuerdan quién soy y me hacen sonreír.
—Es cierto —dijo Vida—. Incluso los viajes que hacemos juntas me dan un respiro, un mundo donde solo nosotras existimos, sin compromisos ni responsabilidades.
—Exactamente —afirmó Clara—. Y vamos a seguir creando recuerdos, ya sea en Nueva York, en Europa, en Tailandia, o donde nos lleve la vida. Ahora juntas de nuevo en Madrid!
—Sí —replicó Vida, sonriendo ampliamente—. No puedo esperar a estar en Madrid, abrazar a tus abuelos y luego pasar tiempo solo nosotras, como siempre. Y conocer personalmente a Luca al fin.
—Yo tampoco —dijo Clara—. Todo saldrá bien. Vas a disfrutar cada segundo.
—Por cierto —dijo Vida, mientras se recostaba—, ¿cómo estás tú con Luca? ¿Va todo bien?
—Sí, todo tranquilo —respondió Clara—. Es divertido y relajado, pero no nos adelantamos. Solo un fin de semana juntos, luego volveremos a nuestras rutinas y a nuestras aventuras.
—Me alegro —dijo Vida—. Me gusta saber que estás bien.
—Gracias, Vida —replicó Clara—. Siempre nos cuidamos, ¿verdad?
—Sí —afirmó Vida, con un brillo en los ojos—. Siempre.
Se quedaron unos minutos más hablando de cosas cotidianas: de una cafetería nueva que había abierto cerca de la oficina de Vida, de un museo que Clara quería visitar con sus alumnos, de un libro que ambas estaban leyendo y compartiendo. Entre risas, anécdotas y planes de futuro, el tiempo pasó volando.
—¡Mira el reloj! —dijo Clara riendo—. Ya casi es hora de cenar. Tengo que preparar la merienda para los niños de mañana.
#3192 en Novela romántica
#1054 en Chick lit
distancia, hermanodemimejoramiga, diferencia de edad drama y romance
Editado: 22.08.2025