A destiempo

Capítulo 51: El roce del recuerdo.

El avión aterrizó suavemente en Barajas y Vida sintió cómo se le aceleraba el corazón. Madrid tenía ese olor característico a tierra seca, a ciudad que ha visto crecer a generaciones enteras, y a recuerdos que de repente parecían tan cercanos como si no hubieran pasado siete años. Mientras esperaba a que abrieran la puerta del avión, no pudo evitar recordar los días en que recorría la ciudad de la mano de Miguel, riendo sin pensar en nada más que en el presente. Aquellos paseos, aquellos cafés improvisados, aquella complicidad silenciosa que no necesitaba palabras… todo parecía volver con la misma fuerza de entonces.

Tomó un taxi con las manos ligeramente temblorosas. Cada calle, cada edificio que reconocía de memoria, le traía una mezcla de nostalgia y emoción. Su corazón latía con fuerza mientras repasaba mentalmente los momentos compartidos con Miguel: las conversaciones nocturnas, la primera vez que la tomó de la mano, los silencios cómodos mientras paseaban por los parques, y cómo Madrid había sido testigo de su amor, aunque joven e inmaduro.

Cuando llegó al punto de encuentro, vio a Clara esperándola frente a la entrada del metro. Su amiga la reconoció al instante y corrió a abrazarla.

—¡Vida! —exclamó Clara, con una sonrisa que iluminaba toda la calle—. ¡Por fin estás aquí!

Vida se dejó envolver por aquel abrazo, sintiendo que por un instante el tiempo se había detenido.

—¡Clara! —respondió, con una risa entrecortada y los ojos brillantes—. No sabes cuánto te he extrañado.

—Yo también… —dijo Clara, separándose un poco para mirarla a los ojos—. Madrid sin ti no era lo mismo.

Mientras caminaban hacia el coche, Vida no pudo evitar perderse en los recuerdos. Cada paso por las calles empedradas le traía flashes de Miguel: cómo la había llevado a su café favorito en Malasaña, cómo habían compartido risas y secretos en la Plaza Mayor, cómo cada rincón de la ciudad parecía tener un significado para ellos. La nostalgia la golpeó suavemente, acompañada de un sabor dulce-amargo: alegría por estar con Clara de nuevo, y un hilo de melancolía al pensar en lo que había sido su historia con Miguel.

—¿Te acuerdas de aquel café en Malasaña donde casi nos sentamos en la terraza y nos llovió encima? —preguntó Clara, rompiendo el silencio y sonriendo con complicidad—.

—¡Cómo olvidarlo! —respondió Vida, riendo—. Me resfrié esa noche, pero valió totalmente la pena.

—Madrid tiene esa magia, ¿verdad? —dijo Clara, mirándola mientras cruzaban la calle—. Siempre sabe recordarte cosas importantes.

Vida asintió, con una mezcla de sonrisa y suspiro. Cada recuerdo con Miguel parecía latir en su memoria, y aunque ya no estaba a su lado, Madrid le devolvía su presencia de manera sutil y constante. Era como si la ciudad guardara su historia juntos en cada esquina, en cada parque, en cada café.

Al llegar al departamento de Clara, la emoción aumentó. El lugar estaba tal y como Vida lo recordaba: acogedor, lleno de detalles que mostraban la personalidad de su amiga. Se sentó en el sofá mientras Clara iba a preparar un café, y por un momento se permitió cerrar los ojos y respirar profundo, dejando que la sensación de volver a casa la envolviera.

—Tómate tu tiempo —dijo Clara, regresando con dos tazas humeantes—. Quiero escuchar todo sobre tu viaje, sobre Buenos Aires, y sobre… todo lo que quieras contarme.

Vida sonrió y tomó la taza entre sus manos.

—Madrid siempre me recuerda a Miguel —dijo suavemente, casi para sí misma—. Cada calle, cada plaza, cada café…

Clara se sentó junto a ella, sin interrumpirla, permitiéndole sumergirse en sus recuerdos.

—Lo sé —dijo finalmente—. No es fácil volver y no sentirlo. Pero ahora estás aquí, y eso es lo importante. Disfrutemos de estos días juntas.

Vida asintió, dejando que la ciudad y la compañía de Clara la anclaran al presente, mientras en su mente las imágenes de su historia con Miguel seguían danzando, recordándole lo que había sido y lo que todavía podía latir en su corazón.

Apenas cruzaron la puerta, los abuelos Paco y María se lanzaron a abrazar a Vida con una mezcla de sorpresa y alegría contenida.

—¡Vida! —exclamó María, con la voz temblorosa de emoción—. ¡Pero mira quién está aquí!
—¡Mi niña! —dijo Paco, apretándola con fuerza—. ¡Hace tanto que te esperaba!

Vida sintió cómo se le llenaba el corazón. Los años y la distancia parecían haberse borrado en un instante. La calidez del abrazo, el olor de la casa y la familiaridad de los objetos le recordaron que, aunque su vida ahora estaba en Buenos Aires, había rincones en el mundo que siempre serían su hogar.

—Los extrañé tanto —dijo, con una sonrisa que se le escapaba entre lágrimas contenidas.

María la llevó de la mano a la cocina, donde pronto el mate burbujeante y los bizcochos caseros se convirtieron en el centro de la reunión. Paco se sentó frente a ellas con una sonrisa traviesa, mientras Vida y Clara se acomodaban junto a la mesa.

—¿Y cómo estáis, chicos? —preguntó Vida, observando a los abuelos—. ¿Qué tal han pasado estos años?

—Bien, bien —respondió Paco, mientras revolvía su mate—. Pero se siente raro sin verte cerca… ¡Madrid estaba muy silencioso sin ti!

—Sí, demasiado silencioso —añadió María, tomando la mano de Vida—. Siempre hay historias que contar y risas que compartir, y ahora… ¡por fin vuelven!

Pasaron la mañana charlando, recordando anécdotas de Vida, jugando con fotografías antiguas y riendo por historias que ya casi habían olvidado. Paco relataba con detalle cada pequeño acontecimiento de la ciudad, mientras María le corregía con ternura, y Vida escuchaba fascinada, sintiéndose de nuevo jovencita entre aquellos que siempre la habían amado sin condiciones.
El primer día terminó con una caminata por el barrio, mientras el sol de la tarde iluminaba los edificios antiguos y las plazas llenas de historia. Vida respiraba profundo, sintiendo que Madrid la acogía, recordándole su pasado y ofreciéndole un presente tranquilo y seguro.




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