A destiempo

Capítulo 53: Caos silencioso.

Al salir del Retiro, Vida notó algo extraño en la ciudad. No era solo la multitud que llenaba las veredas, sino el aire mismo, cargado de prisa. Personas con varias bolsas en las manos, empujando carritos hasta el borde, otras que hablaban por teléfono con gestos nerviosos, casi desesperados. Hasta el tráfico parecía más caótico de lo habitual, con bocinas insistentes y conductores impacientes.

Ella lo atribuyó al fin de semana, a las compras típicas de un viernes por la tarde. Pero a medida que caminaba hacia el departamento de Clara, la sensación se volvía más pesada, como si todos supieran algo que ella ignoraba.

Subió las escaleras del metro y vio a un grupo de personas discutiendo en la entrada de un supermercado. Los estantes visibles a través de los ventanales parecían desiertos, y la gente cargaba con paquetes de papel higiénico, botellas de agua y comida enlatada. Vida frunció el ceño, desconcertada.

Su celular vibró en el bolsillo. Vio el nombre de su madre y atendió.
—¡Mamá! Justo estaba pensando en llamarte.

—¿Vida? —la voz sonaba agitada, distinta, como con una alarma contenida—. ¿Estás bien, hija?

—Sí, claro, ¿por qué? Estoy volviendo del Retiro.

—¿No viste las noticias?

—No, acabo de salir, ¿qué pasa? —preguntó Vida, deteniéndose en la esquina.

Hubo un silencio breve, y luego la voz de su madre bajó un tono, como si decirlo en voz alta lo volviera más real.
—Un virus, Vida… hablan de un virus nuevo, mortal. Está por todos lados en las noticias. Lo llaman… Covid.

Vida parpadeó, sin comprender.
—¿Un virus? ¿Cómo que mortal?

—Dicen que empezó en Asia, pero que ya hay casos en Europa. Y que puede expandirse rápido. Están hablando de cerrar fronteras, de confinar a la gente en sus casas.

Vida miró alrededor. De pronto, el apuro de la multitud cobró sentido. Una mujer con mascarilla pasó corriendo a su lado, un hombre discutía con la cajera de una farmacia porque no quedaban barbijos. Todo parecía encajar de manera inquietante.

—Mamá, yo… no entiendo —murmuró Vida—. ¿Confinamiento? ¿Qué significa eso?

—Que no vas a poder salir de casa, hija. Que se van a cerrar aeropuertos, escuelas, todo. Tienen miedo de que el virus se expanda sin control.

Vida sintió que el estómago se le cerraba.
—Pero… ¿qué tan grave es?

La voz de su madre se quebró un poco.
—Dicen que hay miles de muertos. Que no hay vacuna, ni cura aún. Solo aislamiento. Vida, cuídate, por favor. Quédate en el departamento, no andes por la calle.

El ruido de la ciudad siguió a su alrededor: pasos rápidos, voces tensas, un aire que de pronto ya no era liviano, sino espeso de miedo. Vida apretó el celular contra la oreja, como si la voz de su madre fuera el único ancla posible.

—Está bien, mamá… voy a cuidarme. Te llamo cuando llegue al departamento.

Colgó, todavía sin comprender del todo. Caminó más rápido, esquivando a la gente cargada de bolsas. En las pantallas de un local de electrónica, los noticieros repetían la misma palabra, una y otra vez: Covid-19.

La imagen mostraba hospitales saturados, médicos con trajes blancos como astronautas, titulares que hablaban de emergencia sanitaria mundial.

Vida sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Madrid, que hacía apenas unas horas la había recibido como una ciudad abierta y palpitante, se le antojaba ahora extraña, amenazante. Como si las calles estuvieran llenas de un enemigo invisible.

El eco de la voz de su madre seguía en su mente: quédate en casa.

Vida entró al edificio con el corazón acelerado. Saludó distraída al portero, que también parecía más nervioso de lo normal, con un pequeño televisor encendido detrás suyo mostrando titulares rojos. Subió rápido las escaleras, sacó las llaves del bolso y apenas cerró la puerta detrás de ella, buscó su móvil otra vez.

Marcó a Clara.

—¿Vida? —la voz de su amiga sonó al instante, con un tono urgente—. Justo iba a llamarte. ¿Dónde andas?

—Acabo de llegar al piso… Clara, ¿qué está pasando? Mamá me llamó histérica, dice que hay un virus, que todo el mundo está comprando como loco, que van a cerrar las fronteras. ¿Es verdad?

Clara suspiró fuerte.
—Pues sí, tía. Aquí en Italia está todo igual o peor. Luca y yo acabamos de salir del súper y ha sido una locura: gente llevándose carros enteros, peleándose por el papel higiénico… una auténtica barbaridad.

Vida se dejó caer en el sofá, todavía con el abrigo puesto. Miró por la ventana: en la calle también se veía el mismo movimiento frenético.
—Yo venía del Retiro y pensé que era un viernes normal… pero de golpe todos corriendo con bolsas, con mascarillas… —se le quebró un poco la voz—. Y después mamá diciendo lo del confinamiento. Clara, ¿de verdad van a encerrarnos en casa?

—Eso dicen, que es la única manera de frenar los contagios. Aquí ya han puesto controles, restricciones, los hospitales están hasta arriba… Vida, esto va en serio.

El silencio se estiró unos segundos. Vida se levantó y caminó hasta la cocina, abrió un armario y lo encontró casi vacío. Una risa nerviosa se le escapó.
—Genial. Yo con dos paquetes de galletitas y medio litro de agua.

—Anda, no te agobies —Clara intentó sonar firme—. Mañana a primera hora te vas al súper y compras lo básico: arroz, pasta, latas… yo te hago una lista y te la paso por WhatsApp, ¿vale?

Vida apoyó la frente en la puerta de la nevera.
—No lo puedo creer. Tenía tantos planes para este viaje… y ahora todo esto.

—Ya, tía, ya… —Clara bajó la voz—. Pero lo importante es que estés tranquila y segura. Además, vamos a estar conectadas todo el rato, que para eso tenemos internet.

Vida respiró hondo.
—¿Y los abuelos? Quiero ir a verlos, Clara.

—Ni se te ocurra, ¿eh? Es lo peor que podrías hacer ahora. Ellos son mayores, los más vulnerables. Hazles una videollamada y listo. Paco y María lo van a entender, seguro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.