A destiempo

Capítulo 56: Después de tanto tiempo.

Vida entró al salón con una taza de té humeante, encontrando a Miguel ya acomodado en el sofá, mirando distraído su móvil.

—Mira —dijo Vida, sentándose a su lado—, estoy usando la habitación extra de Clara, así que tú puedes dormir en su cuarto. Hay sábanas limpias y todo listo.

Miguel levantó la vista, sonriendo con esa mezcla de cansancio y alegría que siempre la hacía derretirse. —Perfecto —dijo—. Solo quiero que estemos cómodos. No quiero que pienses que… que me he colado en tu vida sin aviso.

—No, nada de eso —replicó Vida—. Me gusta que estés aquí. Me hace sentir… acompañada, de alguna manera.

Miguel sonrió, inclinándose hacia ella y apoyando un codo en el respaldo del sofá. —Me alegra oír eso. Porque no quiero que esto sea incómodo. Quiero que te sientas bien, tranquila…

Vida apoyó la taza de té en la mesa y lo miró de frente. —Entonces hagamos un trato —dijo—. Nada de incomodidades. Nos comunicamos, nos adaptamos, y… disfrutamos de estar juntos, aunque sea un tiempo limitado.

—Trato hecho —respondió él, extendiendo su mano para chocar suavemente la de ella—. Siempre fuimos un buen equipo.

Vida suspiró, apoyando la cabeza por un momento en su hombro. —Es raro, ¿no? Después de tanto tiempo… y sin embargo, aquí estamos, como si nunca nos hubiéramos separado.

—No es raro —replicó él—. Es lo que pasa cuando algo es fuerte. Nosotros siempre fuimos fuerte juntos.

El móvil de Vida comenzó a sonar, y su corazón dio un pequeño salto. Al ver quién llamaba, se puso nerviosa y se enderezó un poco.

—Tengo que atender —le dijo a Miguel, intentando sonar casual—.

Miguel asintió, aunque no pudo evitar fruncir ligeramente el ceño. Su mirada la siguió mientras ella se alejaba, con pasos que ahora parecían más torpes de lo habitual.

Vida cerró la puerta del cuarto detrás de sí y apoyó la espalda contra ella, respirando hondo antes de contestar.

—Hola… —dijo, tratando de sonar tranquila.

—¡Vida! —la voz de Leandro sonaba seria, preocupada—. ¿Estás bien? He visto las noticias… ¿cómo estás? ¿Todo bien contigo?

Mientras hablaba, Vida empezó a caminar lentamente por el cuarto, tratando de concentrarse en la conversación, aunque su mente no dejaba de volver a Miguel, que seguía en el salón.

Un pequeño escalofrío recorrió su espalda. No era solo curiosidad lo que leía en sus ojos, era… algo más intenso, algo que la dejaba sin aire por un instante. Trató de sonreír mientras respondía a Leandro, pero no pudo evitar que sus palabras sonaran un poco distraídas.

—Sí… estoy bien —dijo, ajustando la voz—. Solo un poco nerviosa con todo lo que está pasando.

—Ya me imagino —dijo él, con tono serio—. No sabes cuánto me preocupa todo esto… por vos tan lejos, sola. Por favor, cuídate mucho. Te extraño con locura.

—Lo haré —murmuró—. Gracias, Leandro. Es bueno saber que te preocupas… vos también cuídate mucho.

Al colgar, dejó escapar un suspiro largo y se recostó contra la puerta, sintiendo cómo su corazón aún latía con fuerza.

Miguel, por su parte, respiró hondo, intentando no dejarse llevar por los celos o la incomodidad. Pero cada pequeño gesto de Vida le recordaba lo intensa que había sido su conexión desde siempre, y cómo, incluso después de tantos años y distancias, nada parecía haber cambiado.

Vida finalmente volvió hacia él, dejando que sus ojos se encontraran. No hicieron falta palabras; la mirada lo decía todo. Miguel suavizó su expresión y, en un gesto sutil, le dedicó una pequeña sonrisa, dejando que la tensión se transformara en un entendimiento silencioso.

—Todo bien, ¿no? —preguntó Miguel, con voz baja, apenas un murmullo.

Vida asintió, caminando hacia el sofá y sentándose junto a él, todavía con el pulso acelerado. —Sí… todo bien —dijo—. Solo estaba atendiendo a Leandro, un amigo. Está preocupado por todo esto, por el virus y la situación.

—Lo entiendo —contestó Miguel estirándose, el vuelo había sido largo, y el cansancio le pesaba en cada músculo. —Madre mía… —murmuró, pasando una mano por la frente—. Necesito una ducha y dormir un poco —su voz sonaba ronca por el cansancio.

Vida lo observaba, notando cómo su postura, la forma en que apoyaba los hombros y el leve encorvamiento por la fatiga, lo hacía parecer vulnerable. Aun así, había algo en él que la dejaba sin aliento: el porte, la altura, la fuerza contenida en cada gesto.

—Claro —dijo ella, acercándose con una sonrisa tranquila—. El baño está libre, adelante. Después de eso, puedo prepararte algo de comer si quieres.

—Gracias —respondió Miguel, esbozando una sonrisa cansada pero sincera—. Solo… necesito quitarme de encima este vuelo primero.

Mientras él se dirigía al baño, Vida notó cómo su corazón se aceleraba ligeramente, una mezcla de nervios y emoción que no había sentido en años. Fue hasta la cocina, tratando de ordenar un poco para que cuando él saliera todo estuviera listo.

El sonido del agua corriendo le recordaba la rutina más simple de la vida, y al mismo tiempo, lo extraordinario de que Miguel estuviera allí.

Cuando finalmente Miguel salió del baño, con el cabello aún húmedo y la camiseta algo arrugada, Vida sintió un impulso de sonreír. —Te ves… cansado —dijo, intentando mantener la naturalidad—. El vuelo debió ser pesado.

—Sí —respondió él, apoyando la espalda contra la pared y dejando escapar un suspiro largo—. Pero ya estoy aquí. Eso es lo que importa.

Vida asintió, mientras colocaba un plato con algo sencillo para cenar. —Bueno, come algo, después puedes descansar un poco. No es gran cosa, pero… —sonrió—. te servirá para recobrar fuerzas.

Miguel le agradeció con un gesto de la cabeza, y por un instante, ambos compartieron un silencio cómodo, lleno de una presencia que hablaba más que cualquier palabra. Vida notó cómo cada movimiento de Miguel parecía calculado por el cansancio, pero también cargado de una tensión contenida, un hilo de ansiedad que delataba lo que sentía por estar finalmente cerca de ella.




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