A destiempo

Capítulo 63: Amanecer en la piel (+18).

El sol apenas asomaba por la ventana del cuarto de invitados donde Miguel se estaba quedando. La habitación olía a sudor, a sexo y a piel compartida. La cama crujía bajo el peso de sus cuerpos entrelazados, todavía pegajosos de deseo, agotados y satisfechos.

Vida despertó primero, con la mejilla apoyada en el pecho desnudo de Miguel. Su respiración pausada le acariciaba el cabello, y ella sonrió con suavidad, como si aún no pudiera creer que era real.

Lo miró dormir unos segundos: la mandíbula relajada, el cabello revuelto, las marcas de sus uñas todavía visibles en la piel de su espalda. Esa imagen se le quedó grabada, como un secreto que nadie más debía conocer.

Miguel abrió los ojos lentamente, encontrándola ya despierta. La miró en silencio, y una sonrisa cansada pero sincera apareció en sus labios.

—Buenos días, Vida… —murmuró con voz ronca, acariciándole la espalda desnuda con la yema de los dedos.

Ella alzó la cabeza y lo besó despacio, nada que ver con la urgencia de la noche anterior: fue un beso lento, lleno de calma, como una caricia.

—Buenos días —respondió, con un susurro apenas audible.

Durante unos minutos no dijeron nada más. Solo se miraron, acariciándose sin apuro, dejando que el amanecer envolviera ese silencio cómodo, ese instante suspendido en el tiempo.

Miguel pasó la mano por su cintura, bajando con suavidad hasta la curva de su cadera, y la acercó un poco más a él.

—Podría acostumbrarme a esto —dijo, con un brillo nuevo en la mirada, diferente, más tierno que la lujuria desbordada de antes.

Vida sonrió, apoyando la frente contra la suya. Su voz salió baja, temblorosa pero honesta:

—Yo también.

Por un instante parecieron conformes con la calma del amanecer, pero entonces Miguel deslizó la mano por su costado hasta rozar su muslo húmedo, y Vida respondió arqueándose hacia él con un gemido bajo. La chispa de la noche anterior se encendió de nuevo.

—¿Todavía tienes ganas de mí? —preguntó ella, mordiendo suavemente su hombro.

—Joder… sí —susurró él, con la voz rota, temblando de deseo—. Siempre tengo ganas de ti.

Con un movimiento firme, Miguel se tumbó sobre ella, cubriéndola por completo, hundiendo su cuerpo caliente contra el suyo. Introdujo lentamente su erección dentro de ella, arrancándole un gemido desgarrado mientras se acomodaba en su interior. Vida arqueó la espalda, apretando los brazos alrededor de su cuello, moviéndose contra él con urgencia.

—Joder, Miguel… —jadeaba, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada.

Él comenzó a moverse dentro de ella con lentitud primero, saboreando cada gemido, cada sacudida de su cuerpo, hasta que la impaciencia lo dominó y aumentó el ritmo. La cama crujía bajo ellos, sus cuerpos chocando, piel contra piel, mientras Vida gritaba su nombre sin control, entregada a cada embestida.

—Dios… estás tan jodidamente apretada —gruñó él, enterrando los dedos en su cadera—. Me vuelves loco.

Después de un rato de movimientos intensos, Miguel la hizo girar, colocándola boca abajo sobre la cama. Su respiración se volvió más pesada, el corazón latiéndole con fuerza, mientras volvía a introducirse en ella, esta vez desde atrás. Vida gimió de nuevo, arqueando el cuerpo, mordiendo la almohada.

Pero Miguel no se conformó: deslizó su mano hasta su clítoris y comenzó a acariciarlo en círculos con firmeza mientras la penetraba, cada roce haciendo que sus gemidos se intensificaran. Vida temblaba bajo él, perdida entre la intensidad de la penetración y la estimulación directa de su punto más sensible.

—Mierda… joder, Vida… así… tan perfecta… —gruñó Miguel, moviéndose sin pausa, sintiendo cada estremecimiento de su cuerpo bajo el suyo.

Ella se movía al unísono con él, jadeando y gimiendo su nombre sin descanso, perdida en la intensidad del momento. Sus cuerpos se fusionaban en un ritmo salvaje, alternando entre gemidos, susurros y jadeos, hasta que ambos alcanzaron el clímax casi al mismo tiempo, temblando y gritando, exhaustos y satisfechos, con la piel pegada y los cuerpos entrelazados.

Miguel se quedó sobre ella un momento, respirando con dificultad, besándola suavemente el cuello mientras la abrazaba, ambos demasiado agotados para moverse… pero la sensación de hambre y deseo aún no los había abandonado.

Vida lo miró entrecerrando los ojos, mordiendo el labio con un gemido bajo, y él respondió con una sonrisa traviesa.

—Todavía no… —susurró Miguel, deslizándole la mano por la cadera, insinuando que la pasión no había terminado—. Todavía quiero más.

Vida arqueó la espalda, pegándose a él, con el cuerpo palpitando de nuevo:

— Yo también… —susurró con voz temblorosa, ansiosa—. Todavía no me he saciado.

Ese guiño de deseo encendió otra vez la habitación. Se besaron con hambre, manos recorriéndose sin descanso, y se prepararon para otra ronda salvaje de lujuria.

Miguel la miró con una sonrisa traviesa, sus dedos recorriendo su espalda y bajando lentamente hasta acariciar su cadera.

—Todavía ardes para mí… —gruñó, con la voz ronca y cargada de lujuria.

Vida gimió apenas, arqueando el cuerpo hacia él, las piernas temblando de anticipación.

Sin perder tiempo, Miguel la hizo girar, sentándola sobre la cama y bajándole suavemente la cadera. Sus labios descendieron sobre su clítoris, lamiéndolo con precisión y firmeza, mientras sus dedos se introducían apenas en ella, jugando con cada estremecimiento que provocaba.

Vida dejó escapar un gemido largo y húmedo, aferrándose a las sábanas mientras arqueaba la espalda, incapaz de controlar el placer que Miguel le arrancaba.

—Dios… Miguel… así… —jadeaba entrecortada, el cuerpo temblando—. No… puedo…

Él solo gruñía, lamiéndola y succionándola con hambre, alternando entre el clítoris y sus dedos dentro de ella, provocando que sus gemidos se hicieran más altos, más desesperados. Cada movimiento era calculado para llevarla al límite, y Vida no podía resistirse, dejando que su cuerpo se entregara completamente a él.




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