A destiempo

Capítulo 65: Confesiones entre caricias.

Comenzaban otro día de confinamiento. La ciudad afuera seguía conviviendo con el virus, pero dentro de ese pequeño refugio, la vida tenía su propio ritmo.

Vida estaba frente a su computadora, tomando notas y respondiendo mensajes, mientras Miguel organizaba sus proyectos y llamadas. Se intercambiaban miradas, caricias rápidas, besos robados entre teclado y teclado, y alguna risa compartida que hacía que todo el trabajo pareciera más ligero.

—Oye… —dijo Miguel un momento, apoyando la frente contra la de ella mientras revisaban un documento juntos—. ¿Ese Lautaro de nuevo?
Vida suspiró, divertida por la mezcla de seriedad y celos en su voz.

—Sí, me escribió para ver como estaba… pero nada serio, Miguel. Te lo juro —respondió, acariciándole la mejilla—.

Él gruñó, juguetón pero con una sombra de celos en los ojos, y le tomó la mano:

—Lo sé… pero no puedo evitarlo —dijo, apretando suavemente sus dedos—. Me mata la idea de que otro...

Ella sonrió, inclinándose hacia él para darle un beso suave que se convirtió rápidamente en uno más largo, cargado de intimidad.

— Mmmm, está bien… soy tuya, y lo sabes, no hay lugar para nadie más —susurró, acariciando su cabello—. Pero me encanta ver tu lado celoso, Miguel.

El resto del día transcurrió entre risas, llamadas a la familia y pequeñas competiciones por quién hacía el mejor café o quién encontraba el mejor ángulo en la cámara. Pero al caer la tarde, las tensiones y los celos se transformaban en pasión. Cuando la luz se atenuaba, sus cuerpos se buscaban sin demora, abrazándose, besándose y perdiéndose nuevamente en la urgencia de sus manos y labios.

— No importa cuánto tiempo pase, siempre quiero más —dijo Miguel, la voz ronca mientras recorría con la mano la espalda de Vida.
—Y yo igual… —murmuró, rozando sus labios contra los de él—. Pero me gusta cómo me recuerdas que soy tuya, siempre.

Se recostaron juntos sobre la cama, cuerpos entrelazados, respiraciones todavía agitadas por la intensidad de su último encuentro. La luz de la tarde entraba por la ventana, cálida y suave, acariciando la piel de ambos. Miguel acariciaba lentamente la espalda de Vida, sus dedos dibujando círculos sobre su piel mientras ella se acomodaba sobre su pecho.

—Miguel… —susurró Vida, con la voz dulce y rasposa por el sexo reciente—. Quiero que me cuentes algo… sobre Nueva York… sobre tus años ahí.

Él arqueó una ceja, divertido y curioso por la pregunta que venía de sus labios aún brillantes de deseo.

—¿Nueva York? —dijo con un pequeño gruñido, mientras sus manos bajaban por su cintura—. Nueva York fue una locura. Los primeros años todo era trabajo, bares, cafés… y sí, chicas. Algunas fueron solo encuentros divertidos, otras… no tanto.

Vida sonrió traviesa, apoyando la cabeza en su hombro y jugando con los dedos de Miguel:

—Con cuántas mujeres estuviste… —dijo despacio, susurrando las palabras entre caricias—. No te preocupes… no estoy celosa… solo quiero saber.

Miguel soltó un suspiro, rascándose ligeramente la nuca, mientras la miraba con una sonrisa entre divertida y traviesa.

—Pues… no fueron pocas, no te voy a mentir —dijo, rozando su nariz contra la de ella, con un brillo pícaro en los ojos—. Nueva York… es grande, y yo era joven y tonto. Pero ninguna se compara contigo, Vida… ninguna.

Ella arqueó una ceja, una sonrisa juguetona en los labios mientras lo acariciaba suavemente, notando cómo su orgullo y su deseo se mezclaban:

—¿De verdad ninguna…? —preguntó con voz melosa, como si quisiera provocarlo un poco—. Ni siquiera una que recuerdes mucho…

Miguel se inclinó sobre ella, besando suavemente sus labios, dejando un suspiro entrecortado escaparse:

—Ni una —gruñó con fuerza, sus manos apretando suavemente su cintura—. Porque ahora… todo esto, tú, somos nosotros… y nadie más importa.

Vida se rió, juguetona y satisfecha, rozando sus labios contra los de él mientras se acomodaba sobre su pecho:

—Me gusta cómo hablas… —susurró, acariciando su pecho—. Suena tan… vos!

Miguel la abrazó con fuerza, dejando que sus dedos recorrieran su espalda, mientras un calor intenso recorría su cuerpo.

— Créeme, Vida… después de todo eso, de esas noches, fiestas y escapadas improvisadas… ninguna mujer me hizo sentir lo que siento contigo. Te estaba esperando, Vida —susurró—. Todo lo demás… fue solo preparación. Todo lo que viví, cada error, cada risa, cada abrazo que no fue suficiente… me llevó a ti.Solo tú me haces querer quedarme, querer más, siempre más.

Vida dejó escapar un suspiro, apoyando la cabeza contra su hombro, mientras sus manos se enredaban en su cabello y sus cuerpos se entrelazaban aún más. Entre caricias y besos suaves, compartieron historias, risas y recuerdos, transformando aquel momento post-sexo en un espacio de intimidad, confianza y deseo, donde cada palabra y cada roce reforzaban la complicidad que los unía.

Miguel se giró hacia ella, todavía con el pecho agitado por la intensidad del encuentro. Le recorrió la espalda con la yema de los dedos, como si necesitara grabar cada curva en su memoria.

—Disculpa que vuelva a insistir con Lautaro —dijo al fin, con la voz baja, como si temiera arruinar la calma—. Pero no puedo creer que solo sean amigos.

Vida lo sostuvo con la mirada unos segundos, como si midiera hasta dónde contarle. Luego suspiró, acomodándose la sábana sobre el pecho desnudo.

—No somos solo amigos —admitió, sin rodeos—. Tenemos… una relación particular.

Miguel arqueó una ceja, el gesto cargado de tensión.

—¿Particular? —repitió, saboreando la palabra como si no terminara de gustarle.

Vida bajó la vista, pero no huyó de la sinceridad.

—Sí. Nos buscamos cuando lo necesitamos. Solo es sexo, nada más. No hay amor, ni promesas, ni ataduras. Nunca las hubo.

El silencio que siguió fue espeso. Miguel se pasó una mano por el pelo, incrédulo, como si necesitara procesar lo que acababa de escuchar.




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