A destiempo

Capítulo 69: Decisiones.

Vida parpadeó contra la luz tenue del amanecer, todavía atrapada en el calor de la noche anterior. Su cuerpo dolía en los lugares donde Miguel la había marcado, pero no de manera dolorosa: cada recuerdo era un fuego que aún la recorría.

Él estaba a su lado, los brazos alrededor de su cintura, sosteniéndola como si temiera que desapareciera. La respiración de Miguel era profunda, todavía entrecortada, y su mirada, oscura y decidida, la recorría de arriba abajo como reclamando lo que ya no podía negar.

—Buenos días… —murmuró ella con voz ronca, intentando recobrar algo de dignidad mientras apartaba un mechón de cabello pegado a la frente.
Miguel sonrió, un gesto que era mitad ternura, mitad amenaza.
—Buenos días, Vida… —dijo, y sus dedos trazaron líneas lentas sobre su cintura, un recordatorio silencioso de lo que la noche pasada había desatado.

Ella tragó saliva, intentando recomponerse, pero un escalofrío recorrió su espalda. No solo estaba Miguel… había algo más.

—Miguel… —susurró, con la voz temblorosa—… ¿y Valeria?

Él tensó los músculos un segundo, y sus dedos se detuvieron en la cintura de Vida. La habitación, llena de luz tenue del amanecer, parecía más pequeña, más cargada.

—¿Valeria? —repitió él, con un hilo de voz áspero—. ¿Sigues pensando en ella?

Vida bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos.
—No puedo evitarlo… —admitió, casi en un murmullo—. Siempre está entre nosotros.

Miguel la atrajo más cerca, sus labios rozando su oído.
—Déjame decirte algo, Vida —murmuró, con la voz grave y peligrosa—. Ella no tiene nada que hacer aquí. Lo que tenemos… es nuestro. Y no pienso dejar que nadie nos lo arruine.

Ella sintió un escalofrío distinto, mezcla de miedo y excitación. La certeza en la voz de Miguel era un fuego que recorría cada fibra de su cuerpo.
—Pero… ¿y si no podemos ignorarla? —susurró, apenas audiblemente.

—Mírame —susurró, inclinando el rostro hacia el de ella—. Nadie puede separarnos. Ni Valeria, ni nadie más. Solo tú y yo.

Por la tarde, Vida se recostó en el sofá, aún con el calor de Miguel en su piel, pero con la cabeza llena de pensamientos que no podía callar. Sabía que Miguel se había ido a correr y hacer ejercicios, dejándole un poco de silencio y espacio para pensar… y para hablar.

Agarró el móvil, marcó y esperó a que Clara contestara la videollamada. Cuando la cara de su amiga apareció en la pantalla, Vida sintió un alivio inmediato. Clara estaba en Italia, confinada con la familia de su novio Luca, y aunque la distancia física era enorme, el lazo entre ellas se mantenía intacto.

—¡Vida! —exclamó Clara, con una sonrisa que no podía ocultar su curiosidad—. Te veo pensativa… ¿Cómo estás llevando todo este confinamiento junto a mi hermanito? Luca y su familia están enloqueciendo conmigo.

Clara siempre sabía cómo escucharla sin juzgarla, cómo sostenerla cuando todo parecía demasiado.

Vida soltó una risa tensa y se acomodó mejor en el sofá.
—Demasiado bien… —dijo—. A veces es un alivio tener un poco de compañía, pero también me hace extrañar la normalidad. Extrañar a mi familia, a vos… todo.

Clara asintió, entendiendo perfectamente.
—No sabes cuanto te entiendo, amiga. Aquí estamos encerrados con Luca y su familia, intentando no matarnos entre nosotros —bromeó, aunque sus ojos reflejaban la misma fatiga que Vida sentía—. Pero bueno, así es la vida ahora. El confinamiento es… agotador, pero al menos tenemos esto —gesticuló hacia la cámara, mostrando la pantalla compartida, el vínculo—.

Vida respiró hondo, sintiendo que podía confiarle todo.
—Clara… necesito contarte algo —dijo, la voz temblando un poco—. Es sobre Miguel… y sobre Valeria.

La sonrisa de Clara se desvaneció, reemplazada por preocupación.
—¿Qué pasa?

Vida comenzó a relatarle todo lo que había pasado con Miguel, la mezcla de rabia y deseo, el beso, y cómo había sentido que, por primera vez, todo era real y tangible.

—Pero… —continuó, bajando la voz—, tengo miedo. Ahora que voy a volver a Argentina, siento que Valeria podría volver a meterse en medio, y no sé si voy a poder soportarlo… —sus ojos se llenaron de lágrimas que rápidamente parpadeó para contener—. No quiero perderlo, Clara. No así.

Clara suspiró, comprensiva, mientras ajustaba la cámara para que su novio Luca no escuchara demasiado.
—Vida… lo que estás sintiendo es normal —dijo con firmeza—. Valeria es complicada, y la distancia hace que todo parezca más grande, más difícil. Pero también sabés lo que Miguel siente por ti. Él está contigo, te ama como nunca ha amado a nadie. Yo doy fe de cuanto sufrio hace siete años. Nadie debería separarlos.

Vida asintió, aunque la ansiedad seguía latiendo fuerte en su pecho.
—Lo sé… pero no puedo evitar sentir que la sombra de Valeria siempre está ahí. Me atormenta solo pensar que pueda volver a arruinarlo todo.
Clara tomó un momento antes de hablar de nuevo, con suavidad pero firmeza:
—Ahora más que nunca, tienes que aferrarte a lo que es real, a lo que sienten el uno por el otro. Y si ella intenta meterse… van a poder enfrentarlo juntos. No estás sola en esto. Aunque estemos en diferentes países y bajo este confinamiento, estoy contigo.

Vida sonrió débilmente, agradecida por las palabras de su amiga. La videollamada le había dado fuerza, aunque el miedo seguía latiendo en su pecho. Sabía que su regreso a Argentina iba a traer cambios… y que Valeria probablemente iba a intentar volver. Pero también sabía que tenía a Miguel, y que, por ahora, ese era su ancla en medio de la tormenta.

Miguel volvió de correr y hacer ejercicios, con el sudor aún pegado a la piel y la respiración un poco agitada. Al abrir la puerta del departamento, lo primero que vio fue a Vida esperándolo, apoyada en el marco de la entrada, con los ojos fijos en él.

—Hola —dijo él, con esa sonrisa que siempre lograba derretirla.
Antes de que pudiera decir algo más, Miguel la tomó de la cintura y la besó en los labios, un beso breve pero cargado de afecto y deseo. Vida respondió con suavidad, disfrutando del calor de su cuerpo, pero sabía que no podía quedarse solo en ese instante.




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