El avión aterrizó con un leve retraso en Buenos Aires, y Vida sintió un nudo en el estómago mientras observaba la ciudad desde la ventanilla. La pandemia había endurecido las reglas: calles desiertas, controles estrictos y un silencio que contrastaba con el bullicio que recordaba. Cada paso requería precaución: mascarilla, distanciamiento, gel antibacterial. Era como si la ciudad hubiera cambiado de golpe, y ella no estaba completamente lista para enfrentarlo.
Tras recoger el equipaje, se dirigió al control sanitario. Allí le entregaron el protocolo de cuarentena obligatoria: 14 días estrictos en un domicilio particular, sin poder salir ni recibir visitas. La idea de quedarse sola le resultaba angustiante, así que decidió que lo mejor seríair a su departamento. Allí podía sentirse protegida, aunque a la vez sabía que no sería suficiente para mitigar el vacío que Miguel le dejaba a kilómetros de distancia.
Al abrir la puerta de la casa, un aire familiar la envolvió. El aroma, los muebles, los recuerdos de sus días sin restricciones ni cuarentenas… todo parecía darle la bienvenida. Sus padres habían preparado su departamento con cuidado, pensando en cada detalle para que la cuarentena fuera más llevadera. Vida respiró hondo, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad: estaba en casa, pero la distancia y la incertidumbre seguían presentes.
Sacó el celular y escribió un mensaje a Miguel, con las manos temblorosas de emoción:
"Llegué bien, todo en orden. Te extraño…"
No tardó en sonar el teléfono; Miguel la llamaba en automático. Su corazón dio un vuelco.
—Vida… —su voz sonaba más suave que de costumbre, cargada de emoción—. ¿Estás bien? ¿Todo bien en Buenos Aires?
—Sí… llegué hace un rato —respondió ella, intentando que su voz no temblara—. Todo está controlado, pero… es raro. Hay muchas restricciones.
—Lo imagino —dijo él, con preocupación—. Pero lo importante es que llegaste. Estoy feliz de escucharte, de que estés bien.
Vida apoyó la cabeza contra la pared, cerrando los ojos para sentirlo más cerca, aunque solo fuera a través del teléfono.
—Te extrañé tanto… Miguel. No sabes cuánto —susurró, con la voz cargada de emoción—. Estos 14 días van a ser eternos.
—Yo también te extraño —replicó él, con un suspiro—. Pero vamos a aprovechar cada mensaje, cada llamada. No hay distancia que pueda con lo que sentimos. Te prometo que aunque estemos separados por océanos, cada palabra y cada mirada digital va a mantenernos cerca.
Vida sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La distancia no podía apagar lo que sentían.
—Bueno… —dijo finalmente, con una risa mezclada con nostalgia—. Ahora empieza mi “encierro” de 14 días. No puedo salir.
—Sí, pasaran rápido —dijo Miguel, con sinceridad—. Pero imagina después de la cuarentena… aunque estemos lejos, vamos a mantenernos así, juntos en todo lo que podamos. Cada abrazo que no podemos dar ahora se multiplicará en mensajes, llamadas y recuerdos.
—Lo sé… y me hace sentir que vale la pena —susurró Vida, sintiendo cómo la emoción le llenaba el pecho—. Aunque ahora sea solo por teléfono, escucharte, mirarte aunque sea por cámara… es como si estuvieras aquí.
—Siempre lo estaré, Vida —dijo Miguel, con una emoción contenida—. Aunque no pueda abrazarte físicamente, mi corazón está contigo. Y cada día que pase será un día más cerca de sentirnos de nuevo, aunque sea solo en pensamiento y palabras.
Los días siguientes se transformaron en una rutina de cuarentena estricta. Vida se levantaba temprano, desayunaba, caminaba un poco por el jardín, y luego pasaba largas horas frente a la computadora. Las llamadas y videollamadas con Miguel se convirtieron en el hilo que mantenía vivo su mundo. Cada conversación era intensa: hablaban de todo, desde recuerdos compartidos hasta planes imposibles de realizar por la distancia, y sin embargo, cada palabra estaba cargada de deseo y pasión contenida.
—A veces me imagino cómo sería tocarte —dijo Miguel en una videollamada—. Sentir tu piel, tus manos, tus labios…
Vida se mordió el labio, intentando contener un suspiro. —Yo también… —susurró—. Cada vez que hablamos, siento que estás aquí, pero a la vez me duele no poder tenerte cerca.
—Lo sé —contestó él, con los ojos brillantes—. Esta distancia es cruel, pero quiero que sepas que cada día que pasa, cada segundo que hablamos, me recuerda que no te voy a perder de nuevo. Ni la distancia, ni la cuarentena, ni España ni Argentina podrán separarnos.
Vida sintió un temblor recorrerle el cuerpo, mezclando ternura y deseo. Aunque no podían tocarse, cada llamada y cada mensaje mantenía la llama viva.
—Miguel… —dijo ella, apoyando la frente contra la cámara de su computadora—. Te amo tanto que duele no poder abrazarte.
—Y yo a ti, Vida… más de lo que puedo explicar —respondió él, con voz entrecortada—. Cada vez que cierro los ojos, te imagino aquí, conmigo, y eso me da fuerzas para seguir, aunque estemos separados.
Pasaron los días, y aunque la rutina de cuarentena era estricta, la conexión entre ellos se profundizaba. Miguel no dejaba de enviarle mensajes durante el día, pequeñas notas de amor, fotos, y recordatorios de que a pesar de todo, estaban juntos. Vida respondía con igual intensidad, compartiendo su día, sus miedos, sus deseos, y la frustración de no poder estar físicamente a su lado.
Una noche, mientras se preparaba para dormir, recibió un mensaje de Miguel:
"Sueña conmigo, Vida. Yo voy a hacer lo mismo. Aunque estemos separados, nuestros sueños se encontrarán."
Vida sonrió entre lágrimas, sintiendo la fuerza de sus palabras. Respondió de inmediato:
"Siempre, Miguel… siempre."
Antes de cerrar el teléfono, él la llamó. La videollamada se abrió y sus rostros aparecieron uno frente al otro, iluminados por la luz tenue de sus habitaciones.
—Te prometo algo —dijo Miguel, mirándola fijamente a los ojos—. Cuando pase esta cuarentena, vamos a mantenernos así, juntos, aunque sea en la distancia. Y cada día, cada hora, va a estar lleno de nosotros, de nuestro amor.
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Editado: 22.08.2025