A destiempo

Capítulo 77: Secreto compartido (+18).

La semana había sido larga. Vida se sentía cansada, con mareos cada tanto, pero también llena de una energía distinta. El secreto que compartía con Miguel era como un fuego encendido en el pecho.

Una mañana salió temprano, mascarilla en el rostro y alcohol en gel en la cartera. Caminó hacia la clínica para el primer control. La ciudad estaba rara: colectivos a medio llenar, calles silenciosas, todo impregnado del miedo a un virus que seguía golpeando fuerte.

Miguel le había escrito antes de que ella saliera:
“Cariño, acuérdate de ponerme en la videollamada cuando entres. No quiero perderme nada. Ni un segundo.”

Vida sonrió leyendo el mensaje mientras esperaba su turno en la sala, con distancia marcada entre asientos.

Cuando por fin la llamaron, entró al consultorio y lo primero que hizo fue abrir la videollamada. Miguel apareció en la pantalla, despeinado, con auriculares puestos y esa sonrisa de nervios que lo delataba.

—Joder, estoy que me muerdo las uñas aquí —dijo en cuanto la vio—. A ver, poné bien el móvil, que quiero verlo todo.

La doctora saludó amable y le indicó a Vida que se recostara. El gel frío sobre su vientre la hizo estremecerse. Ella acomodó el celular de modo que Miguel pudiera ver.

El silencio llenó la habitación hasta que, de pronto, un sonido inconfundible llenó el aire: el latido rápido y firme del corazón de su bebé.

Vida se llevó una mano a la boca, conteniendo un sollozo.

Miguel, desde la pantalla, abrió los ojos de par en par.
—Hostia, Vida… ¿lo estás escuchando? ¡Es nuestro hijo! ¡Es bebito, joder!

La doctora sonrió detrás de la mascarilla. Mostró la mancha en la pantalla, el pequeño ser que ya latía dentro de Vida.

Ella no pudo contener las lágrimas.
—Sí, mi amor… ahí está… latiendo fuerte…

La doctora sonrió, acostumbrada a esas emociones.
—Todo marcha perfecto, Vida. El embarazo está muy bien.

Miguel se pasó las manos por el pelo, riendo y llorando al mismo tiempo.
—Guapa, estoy aquí solo, en el maldito piso de Nueva York, y parece que me voy a volver loco de la emoción. ¡Lo estoy oyendo de verdad!

Vida estiró los dedos hacia la pantalla, como queriendo tocarlo.
—Quisiera que estuvieras acá, Miguel… me falta tu mano.

Él bajó la voz, temblorosa.
—Ya casi, Vida. Estoy hablando con mi jefe para mudarme a Buenos Aires. El trabajo lo puedo hacer desde allí. No me pienso perder ni un segundo más.

La consulta terminó, pero ellos siguieron conectados. Vida caminó de regreso a casa con los auriculares puestos, compartiéndole a Miguel cada detalle, cada sensación.

—No puedo esperar a que estés acá —dijo ella—. Quiero que sientas esto conmigo.

—Y yo, joder, yo lo que quiero es abrazarte ya. Me da igual las mascarillas, las restricciones o la distancia. Voy a llegar, Vida. Te lo prometo.

El día había sido intenso, cargado de emociones. Esa noche, apenas Vida se puso el pijama,

Miguel la llamó. Él estaba en su apartamento en Nueva York, cansado después del trabajo, pero con una ansiedad que se le notaba en cada gesto.

—No he dejado de pensar en lo que hemos visto hoy, Vida —confesó, tumbado en su cama con el celular en la mano—. No sabes lo orgulloso que estoy de ti, de lo que llevas dentro.

Ella sonrió con ternura. Pero pronto, el tono de la charla fue cambiando. Como pasaba muchas noches, después de las confesiones y las promesas, la distancia los empujaba hacia un lugar inevitable: el deseo.

Vida acomodó el celular en la mesita de noche y se recostó sobre las almohadas.
—Quiero verte, Miguel… —susurró, con la voz cargada de intención.

Él se quitó la camiseta despacio y dejó ver su torso.
—Mírame, amor. Estoy loco por ti. No sabes las ganas que tengo de tocarte la barriga, de besarte entera.

Ella se bajó lentamente los tirantes del camisón hasta dejar expuestos sus pechos. Los acarició con suavidad, consciente de que Miguel la observaba con los ojos encendidos desde la pantalla.
—Quiero que me mires mientras me toco —le dijo, bajando la voz—. Quiero que imagines que son tus manos, que estás aquí conmigo.

Miguel se mordió el labio y se bajó el pantalón del pijama. Su erección saltó a la vista y él la rodeó con la mano, mostrándosela con descaro.
—Míralo, Vida. Está duro solo de verte. Está para ti.

Ella gimió bajito, metiendo la mano dentro de las braguitas.
—Me encantaría tenerte en la boca ahora… chuparte hasta sentirte temblar, tragarte entero, Miguel.

Él gruñó un poco, acelerando el movimiento de su mano.
—No me digas esas cosas, joder… que me vuelves loco. Me encantaría corrérmela en tu boca, ver cómo me miras con esos ojitos mientras te lleno.

Vida apretó más la presión de sus dedos, hundiéndose en su humedad. Separó las piernas y movió la cámara para que él pudiera verla bien.
—¿Lo ves? Estoy empapada. Y es solo por ti.

Miguel jadeaba, la respiración rota.
—Me encantaría follarte ahora mismo, Vida. Ponerte a cuatro patas y darte hasta que grites mi nombre.

Ella gimió alto, entrando en un ritmo frenético con los dedos. Su otra mano amasaba sus pechos con desesperación.
—Sí, Miguel, hablame así. Haceme tuya, aunque sea a través de una puta pantalla.

Él apretó los dientes, sin dejar de masturbarse con fuerza.
—Te la metería entera, sin parar, hasta que me suplicaras que no más. Y después volvería a empezar. Porque eres mía, Vida. Mía para siempre.

El calor se acumuló en el vientre de ella hasta que explotó en un orgasmo brutal. Su cuerpo se arqueó sobre la cama, un grito ahogado escapándole de la garganta. En la pantalla, Miguel la siguió casi al mismo tiempo, derramándose en su propia mano con un gemido ronco, jadeando como si realmente estuviera dentro de ella.

Quedaron exhaustos, respirando fuerte, mirándose con ojos húmedos de placer y de amor.

Vida, todavía temblando, acarició la pantalla del celular.
—Te necesito conmigo, Miguel. No quiero más pantallas. Quiero tenerte acá, quiero sentirte cada día.




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