A destiempo

Capítulo 80: Creciendo. (+18)

Era una mañana soleada en Buenos Aires y Vida y Miguel caminaban juntos hacia el consultorio, tomados de la mano. La ansiedad y la emoción se mezclaban en el aire; esta ecografía era especial: descubrirían el sexo del bebé.

—No puedo creer que por fin estemos aquí —dijo Miguel, apretando suavemente la mano de Vida mientras se inclinaba hacia ella y le daba un beso en la mejilla—. Esto es real… y es nuestro.

Vida sonrió, apoyando su otra mano sobre el vientre, sintiendo los primeros movimientos del bebé.
—Sí… y no puedo esperar a verlo, a tocarlo… —murmuró, emocionada.

La doctora comenzó la ecografía, moviendo el gel y ajustando la pantalla. Miguel se inclinó para mirar mejor, sus ojos brillando de anticipación.

—Bueno, vamos a ver cómo está todo —dijo la doctora—. Y… creo que tenemos algo muy especial para confirmar.

Vida contuvo la respiración mientras la doctora señalaba con cuidado.
—¡Es un niño! Todo está perfecto.

Vida y Miguel se miraron, incrédulos y felices. Miguel tomó la mano de Vida y la apretó con fuerza.
—¡Un niño! ¡Nuestro pequeño Valentino! —exclamó, con una sonrisa que no podía ocultar—. Muero de ganas de abrazarlo.

Vida rió entre lágrimas de felicidad, apoyando la cabeza contra el hombro de Miguel.
—Sí… Valentino. Es nuestro… nuestra pequeña gran aventura.

Miguel pasó un brazo alrededor de su cintura, acariciando suavemente el vientre.
—Y tu… Vida. Verte así, embarazada, fuerte y hermosa… me vuelve loco. Valentino va a tener la suerte de tener una madre así.

—Y yo… la suerte de tenerte a vos —susurró ella, sonriendo y apoyando su mano sobre la de él, sobre su vientre—. Cada patadita me recuerda que estamos construyendo algo enorme juntos.

Desde que Miguel llegó a Buenos Aires, la rutina de Vida y él se transformó por completo. Cada día juntos era un delicado equilibrio entre la emoción de la convivencia, la pasión acumulada de meses de distancia y la ternura de ver crecer a Valentino en el vientre de Vida.

Las mañanas comenzaban con Miguel preparando café mientras Vida terminaba de alistarse para sus reuniones laborales virtuales. Él la miraba con adoración, fascinado por cómo su cuerpo cambiaba con cada semana de embarazo.

—¿Sabés que cada curva nueva me vuelve loco? —le dijo un día mientras le acariciaba suavemente la espalda—. No puedes imaginar cuánto me gusta verte así, Vida.

Ella sonrió tímida, acariciándose el vientre.
—A veces me siento insegura… todo cambia tan rápido.

—No, Vida… eres increíble —insistió Miguel, acercándose y besando su cuello con ternura—. Cada cambio, cada señal de Valentino… me pone más.

Un fin de semana decidieron ir a visitar a su familia. Los padres de Vida estaban radiantes, emocionados de ver a Miguel y de conocer cómo se estaba formando la vida de su nieto. Desde Madrid, los abuelos de Miguel sostenian la ecografía que les habían enviado, llenos de lágrimas de alegría.

—¡Qué ilusión más grande! —exclamó su abuela, con la voz temblorosa de emoción—. Este pequeño Valentino nos tiene a todos locos de amor.

—Y nosotros vamos a hacer todo para que sea feliz.—dijo Miguel, tomando la mano de Vida.

Las charlas se llenaban de planes: cómo organizar la habitación del bebé, qué tradiciones familiares enseñarles, qué comidas preparar… y también de bromas y risas, mientras Vida y Miguel se miraban con complicidad, recordando la intensidad de sus primeras noches juntos.

La convivencia, aunque intensa, también tenía momentos de calma: desayunos compartidos, caminatas por Buenos Aires, tardes de películas y largas conversaciones sobre cómo serían como padres. Cada gesto, cada caricia y cada palabra construían un hogar lleno de amor, deseo y expectativa.

Y mientras la panza de Vida crecía, también crecía su vínculo. Miguel no solo admiraba la belleza de su cuerpo, sino que la cuidaba con ternura infinita, recordándole a cada instante que ella y Valentino eran lo más importante para él.

Vida estaba ya muy avanzada en su embarazo, y cada curva de su cuerpo se había vuelto un imán para Miguel. Las hormonas la mantenían al borde de la locura; necesitaba sentirlo, tocarlo, fundirse con él.

Vida estaba recostada en el sillón, las piernas ligeramente abiertas y su vientre redondeado palpándose instintivamente. El calor del verano porteño se mezclaba con la temperatura que subía dentro de ella cada vez que Miguel la miraba. Él estaba en la cocina, desnudo hasta la cintura, limpiando unas copas, y Vida no podía apartar los ojos de su cuerpo. Cada músculo, cada gesto, la hacía desearlo con una urgencia que iba más allá del cansancio o de las hormonas: era hambre pura.

—Miguel… —susurró, arrastrando la voz como un gemido contenido.

Él se giró, y en cuanto la vio recostada, con las manos jugando sobre sus pechos y el vientre, el deseo lo atravesó de inmediato.

—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó, acercándose despacio, como si quisiera que cada segundo se sintiera.

Vida se incorporó un poco, apoyándose en él, dejando que sus dedos recorrieran la piel de su espalda.

—No puedo… no puedo dejar de pensar en vos —confesó, con la voz cargada de necesidad—. Te quiero dentro… ahora.

Él se acercó y la tomó entre sus brazos, acercándola a la cama. Vida no dudó: se subió sobre él, montándolo lentamente, dejando que cada centímetro de su cuerpo se sintiera contra el suyo. Mientras cabalgaba, su mano bajó entre ellos, acariciando su miembro con firmeza y suavidad a la vez, recorriéndolo con dedos expertos. Miguel dejó escapar un gemido bajo, sus manos aferrándose a sus caderas, subiendo luego hasta sus pechos, frotándolos y llevándose uno a la boca, lamiéndolo suavemente mientras ella arqueaba la espalda, sus manos enredadas en su cabello.

—Así… así me vuelves loca —jadeó Vida, moviéndose sobre él con lentitud, sintiendo cada contacto, cada roce.

Miguel gruñó, su respiración agitada, mientras la sujetaba con fuerza, alternando besos entre su cuello y sus pechos. Cada movimiento de Vida lo encendía más, y ella gemía, dejando que su cuerpo marcara el ritmo, cabalgando su deseo con confianza. Luego, guiada por la excitación, dejó que su miembro se deslizara dentro de ella lentamente, sintiendo cada centímetro de él llenándola, mezclando placer con la dulzura de la conexión que habían creado.




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