A destiempo

Capítulo 82: Deseo intacto. (+18)

El departamento estaba en silencio, solo roto por el leve murmullo de la ciudad afuera. Valentino dormía plácidamente en su cuna, su respiración suave llenando la habitación con tranquilidad.

Miguel se acercó por detrás a Vida que estaba preparando el mate en la cocina. La abrazó por la cintura, apoyando la cabeza en su hombro.

—Vaya, mamá… se te ve increíble —susurró, lamiendo suavemente su cuello— Me vuelves loco.

Vida se rió, girándose para besarlo con suavidad, sintiendo cómo el deseo comenzaba a despertar nuevamente.

—Creo que tenemos unos minutos… —susurró Miguel, con la sonrisa traviesa que aún podía encenderla de inmediato.

Vida lo observó, sintiendo cómo el calor subía por su cuerpo. La rutina, los meses de cuidado y cansancio, habían encendido también un deseo que parecía multiplicarse con cada mirada de Miguel.

Se encontraron en el dormitorio. Sin prisa, conociéndose de memoria, Miguel la abrazó por la cintura, sintiendo la curva de su cuerpo, ahora más dulce y maternal. Vida disfrutando cada roce, cada gemido contenido, cada caricia que los hacía olvidar por un instante la vida cotidiana.

—Estás preciosa… más aún desde que eres madre —murmuró contra su cuello, lamiéndolo con lentitud, saboreando su piel como si fuera un manjar.

Miguel no perdía tiempo: sus manos apretaban sus pechos, sus labios lamían y mordisqueaban los puntos sensibles, haciendo que Vida gimiera suavemente.

Vida lo empujó suavemente hacia la cama hasta hacerlo recostarse. Se montó sobre él con decisión, cabalgando su cintura despacio, dejando que sus pezones rozaran su pecho desnudo. Miguel gruñó, excitado, mientras sus manos subían a sus pechos, apretándolos con fuerza, amasando cada curva, atrapando un pezón entre sus labios para chuparlo con ansia.

Ella dejó escapar un gemido que tuvo que morderse los labios para contener.
—Miguel… no sabes cuánto te necesito.

Él la miró con los ojos encendidos.
—Dime cómo quieres que te tenga. —Su voz ronca la hizo estremecer.

Vida bajó la mano y tomó su miembro duro y palpitante. Lo acarició despacio, disfrutando de cada jadeo de Miguel, antes de guiarlo hasta su entrada húmeda y sensible. Con un suspiro profundo lo deslizó dentro de ella, centímetro a centímetro, hasta llenarse por completo.

—Dios… —murmuró, arqueando la espalda mientras lo sentía encajar perfectamente en su interior.

Comenzó a cabalgarlo lentamente, marcando un ritmo sensual, ondulando sus caderas con movimientos que lo hacían enloquecer. Sus pechos rebotaban frente a su rostro, y Miguel los atrapaba con la boca, lamiendo, mordisqueando, chupando con avidez.

—Estás tan apretada… tan mojada… —jadeó él, clavando las manos en sus caderas para empujarla con más fuerza contra él.

Vida aumentó la velocidad, montándolo con urgencia, sintiendo cómo la fricción la hacía perder el control. Los gemidos se hicieron más intensos, aunque intentaba ahogarlos por miedo a despertar a Valentino. Miguel la miraba fascinado, excitado hasta el límite, viendo cómo ella lo cabalgaba con el rostro enrojecido y los labios entreabiertos.

—Más, Vida… no pares… —gruñó él, levantando las caderas para embestirla con fuerza.

Los movimientos se hicieron más intensos, más urgentes, como si cada segundo robado fuera un pequeño triunfo sobre la rutina y la responsabilidad de ser padres. Cada caricia, cada roce, los acercaba más, recordándoles que el deseo no desaparecía con el cansancio ni con las responsabilidades.

—Miguel… —jadeó Vida, arqueando la espalda y apretando sus manos contra su pecho—. No puedo más…

Ella gritó su nombre, hundiéndose más en su miembro, sintiendo cómo el placer la atravesaba con cada movimiento. El calor en su vientre se volvió insoportable, imparable.

—Me corro… —jadeó con voz rota, apretando sus uñas en su pecho.

Miguel la sujetó con fuerza, mirándola directo a los ojos.
—Juntos, cariño… jodidamente juntos.

Él respondió con un gemido profundo, incrementando la velocidad y la intensidad. El orgasmo los alcanzó al mismo tiempo. Vida se arqueó con un grito ahogado, convulsionando de placer mientras sentía a Miguel correrse dentro de ella con un gemido profundo y desgarrador. Sus cuerpos temblaron al unísono, fusionados en una explosión húmeda y ardiente que los dejó sin aliento.

Se derrumbó sobre su pecho, aún temblando, con la respiración entrecortada y el corazón desbocado. Miguel la envolvió con sus brazos, besándole la frente mientras aún sentía el pulso intenso entre sus piernas.

La habitación quedó en calma, impregnada del olor de la piel sudada y del eco de sus jadeos. Afuera, la luz de la tarde entraba tímida por la ventana, recordándoles que el mundo seguía. Pero ahí, en ese instante robado, entre pañales y susurros, habían vuelto a ser simplemente ellos: dos amantes devorándose, dos cómplices que aún podían incendiarse con solo una mirada.

—Creo que podemos con todo —murmuró Miguel, acariciándole la espalda.

Vida sonrió, exhausta pero feliz.
—Si seguimos así… claro que sí.

En la cuna, Valentino continuaba su siesta, ajeno al deseo salvaje que acababa de prenderse en la otra habitación.

La vida en Buenos Aires se había vuelto una rutina de pañales, biberones y noches cortadas por el llanto de Valentino. Pero entre esas grietas de la maternidad y la paternidad primeriza, Vida y Miguel encontraron un territorio secreto, solo suyo: el del deseo inagotable, que parecía encenderse aún más con cada día de convivencia.

Una madrugada cálida de verano. La ciudad se oía lejana, con autos aislados y el murmullo del viento. Vida salió al balcón con un camisón corto y sin ropa interior. Miguel, detrás, la rodeó con sus brazos.

—¿Te atreves? —murmuró contra su oído, empujándola suavemente hacia la baranda.

El corazón de Vida se aceleró. Estaban en un piso alto, pero aún así… podían ser vistos. La adrenalina la excitaba. Miguel apartó el camisón y la penetró desde atrás, sujetándola fuerte de la cintura.




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