¿a dónde va el amor?

Capítulo 1

1

 

“Los amigos se cuentan dos veces:

En las buenas para saber cuántos son,

Y en las malas para saber cuántos quedan”.

 

 

-Creo que no me siento bien –comenté.

 

-No tienes buen aspecto, Fer –me respondió Ana-. Creo que deberías ir con el profesor para que te lleve a la enfermería.

 

-No, ya casi terminan las clases…

 

-Faltan más de cincuenta minutos y tu aspecto es deplorable.

 

-¿Gracias? Eso no es lo que quería escuchar.

 

-Lo digo en serio. Estás muy pálido, ¿estás mareado?

 

-No, sólo me siento muy cansado. En cualquier momento podría quedarme dormido –agregué intentando que pareciera una broma pero no lo era. Si cerraba los ojos por más de cinco segundos me quedaba dormido.

 

Finalmente Ana me convenció y me llevaron a la enfermería. Entre Eduardo y Luis, dos de mis amigos, me “arrastraban” a través del patio. Ellos eran mis dos mejores amigos, siempre pasábamos juntos los recreos y cuando había la necesidad de trabajar en equipo los elegía a ellos sin pensarlo.

 

-Si camináramos un poco más despacio no habría necesidad de esto –dije mirando sus manos que me apretaban los brazos para que pudiera seguirlos.

 

-Entre más rápido llegues será mejor –respondió Luis.

 

Me dejaron en la enfermería y regresaron a clases. Me senté en una pequeña camilla cubierta con una pulcra sabana blanca. La enfermera, una mujer regordeta y muy amable, rápidamente me diagnostico fiebre por una supuesta infección. No tenía la menor idea de cómo supo todo eso si sólo había puesto su mano sobre mi frente. Llamó a mi madre y ella llegó rápidamente a la preparatoria con un claro semblante de preocupación.

 

-¿Se enferma muy seguido? –le preguntó a mi madre.

 

-Últimamente sí –respondió pensando en no sé que cosa.

 

-Creo que lo mejor sería que lo llevara al médico. No me gusta el tono que está adquiriendo su piel…

 

-Hoy mismo iremos al médico –interrumpió mi madre mirándome a mí.

 

-Pero, mamá –me quejé-. No quiero.

 

-Hoy iremos al médico y no quiero más quejas.

 

Ya más tarde, después de comer, mi madre me llevó al médico. Odiaba los hospitales, el olor a muerte me parecía realmente me desagradable. Mi madre decía que el olor del hospital no era el olor de la muerte, que era un aire puro y lleno de químicos especiales para mantenerlo perfectamente limpio. No le creía. Pero había algo que odiaba más el olor a muerte y era la muerte en sí.  Odiaba su crueldad, el sufrimiento que causaba en cada uno de los pacientes que allí estaban internados. Todos  luchaban con ferocidad sin embargo la mayoría perdía la batalla.

 

Al entrar al hospital tomé una bocanada de  aire y mis sentidos se nublaron. Mi estomago se contrajo con tal brusquedad que creí que escaparía de mi cuerpo a través de mi boca, pero no lo hizo. Lo que pasó fue algo que no me esperaba y nunca me había pasado en todas las veces que entré a un hospital. Vomité. Me sentí muy avergonzado por eso, pero varias enfermeras limpiaron en cuestión de segundos el desastre que yo había hecho. Mi madre aún más preocupada me llevó hasta el consultorio del médico.

 

-Necesitaré hacerle unos estudios… -fue lo único que entendí. Me sentía realmente cansado, me costaba mantenerme concentrado y no me esforcé por hacerlo. El doctor me llevó a otra habitación y con una enorme aguja pico mi antebrazo y extrajo una pequeña cantidad de sangre. Tomó algunas medidas: peso, estatura, talla, masa corporal y todo lo anotaba en una pequeña hoja de papel.



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Editado: 04.04.2019

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