¿a dónde va el amor?

Capítulo 5

5

“Todos los seres humanos tenemos esa peculiar habilidad

para autodestruirnos”.

 

Por fin habían terminado las quimioterapias de Fernando y yo estaba feliz por eso. Había vencido una enfermedad que todos consideraban invencible y ese hermoso chico de dieciocho años la había vencido.

Me alisté y antes de salir de casa me puse una boina roja, recordando llevar la que esta vez iba a regalarle. Mi padre me llevo al hospital y entré a su habitación sin antes olvidar poner una enorme sonrisa en mi rostro. Ya estaba acostado, esperando quizá a que llegaran los médicos. Su cuerpo estaba cubierto por una delgada bata blanca que parecía hecha de plástico. Me acosté a su lado y le tomé la mano, ya demostraba abiertamente mi cariño hacia él y eso parecía no incomodarlo. Hasta lo veía más feliz cuando lo hacía. Saqué la boina que llevaba para él y antes de colocársela dejé un beso en su frente.

-Ya es la última –le dije.

-Sí –susurró-. Y aún sigo teniendo miedo.

Pasó saliva y carraspeó. Parecía que estaba a punto de llorar.

-Odio tener miedo.

-No es malo tenerlo. El miedo llega a hacernos fuertes después de tiempo.

-Supongo que tienes razón… pero no quiero que me inyecten otra vez esa cosa… me quema por dentro –la voz se le quebró e hicieron falta unos segundos para que pudiera hablar de nuevo-. Es horrible.

-Tienes que ser fuerte, esta ya es la última, aguanta ¿si?

No quería que llorara… si lo veía llorar en ese momento me pondría a llorar con él. Ya tenía suficiente con verlo en ese estado, me prometí a mí mismo no llorar frente a él, ser fuerte por los dos en estos momentos que más lo necesitaba. Y eso iba a hacer.

Los doctores entraron y me apartaron de su lado. Conectaron aquella pequeña manguera que tanto odiaba a su brazo y salieron de la habitación. Su madre había entrado y salido con ellos. Platicamos un rato de cualquier cosa, temas sin sentido hasta que él se quedó dormido. Era mejor así, probablemente de esa manera no le dolía tanto.

Quería recibirlo de la mejor manera cuando despertara, teníamos que festejar que el tratamiento había culminado con éxito. Bajé corriendo las escaleras cuando el maldito ascensor no respondía. Caminé por varias calles y compré unos chocolates. Y había entrado al hospital cuando recordé que siempre después de las quimioterapias cualquier cosa lo hacía vomitar. Molesto por haber olvidado un detalle tan importante, tiré los chocolates a la basura y regresé a la tienda de regalos. ¿Qué le podía comprar? Cosas comestibles definitivamente no. Pensando que era buena idea le compré un ramo de rosas y pedí que me lo arreglaran con papel celofán de colores diferentes. Apresurado al darme cuenta que casi había pasado una hora subí corriendo las escaleras como un desquiciado, y con el papel crujiendo a cada zancada hasta que llegué a su habitación.

Su madre lloraba afuera, desconsolada, como una niña pequeña a la que nadie hacia caso. Asustado, no hice la pregunta que se había formulado en mi cabeza: ¿Qué le pasó a Fer? Giré la perilla de la puerta y al entrar lance las flores al suelo. Varios doctores estaban alrededor de la camilla intentando reanimar el cuerpo inerte de mi amigo. Después de eso no estoy muy seguro de lo que pasó; empecé a gritar, a llorar, quise acercarme a la camilla donde estaba Fernando y creo que golpeé a los doctores cuando  trataron de impedírmelo.

Recuerdo que tomé las manos de ese hermoso chico que ahora estaba sin vida sobre esa camilla, y recuerdo el gran odio que nació en mí al sentir sus manos frías entre las mías. Odiaba la vida y sus injusticias.

Lloré y grité en esa habitación, y alejé a cualquiera que intentara apartarme de mi amigo. Entre varios doctores y enfermeras me sujetaron y me sedaron… desperté varias horas después en otra habitación. Cuando desperté mis padres estaban conmigo y me impidieron ir a la habitación donde tenían a Fernando.

-Se lo han llevado, hijo –dijo mi padre y sentí la necesidad de golpearlo cuando me dijo eso.

-No pueden llevárselo –protesté entre sonoros sollozos.

-Él ya no está con nosotros –esta vez era mi madre quien hablaba. Ella también estaba llorando.

-¡Cállate!  No digas eso…. No vuelvas a decir eso.

Me bajé de la cama y corrí hacia la puerta. Cuando iba a abrirla, mi padre me tomó por los hombros impidiéndome salir; giré y lo golpeé varias veces en el pecho pero no me soltó. Me di por vencido y me dejé caer al suelo, llorando como nunca lo había hecho.



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Editado: 04.04.2019

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