¿a dónde van las mariposas?

CAPÍTULO 1

  C A P Í T U L O 1 

  Marzo 2017, pasado
                 
      Nueva Orleans, Estados Unidos

                Adam Hawkins

     La lluvia en declive creaba un ambiente tranquilo, solo el sonido de la gotas al colisionar con el suelo, los colores grisáceos del cielo despejado hacían que la mañana fuese tenebrosa. Podía sentir el aroma de la lluvia cada vez que trataba de inhalar aire. Decidí acercarme más. Desde la ventana observaba el agua correr y suspiraba en decepción.

     La biblioteca se ubicaba en la cima de una escalinata, con muchas casas vecinas. Al estar en altura el impulso del viento frecuentaba con ímpetu las ventanas del lugar.

    —¿Qué haces ahí Adam? —mis oídos captaron la voz poco perceptible de mi padre.

   —Viendo la lluvia, supongo —dije, en un hilo de voz.

   —Eres igual a tu madre —despidió aire con tristeza —, a ella le encantaba la lluvia.

   —Al menos me da gusto parecerme a ella y no ti —me burlé de él y vi el mohín de imperfección que dibujo su rostro.

   —Intentaré ignorar eso —rió junto a mi.

    Registré mis bolsillos, sabía que por algún lado había guardado los malditos cigarros, no los encontraba, mis ojos rápidamente recurrieron a observar la mesa y justo allí los había dejado, tenía memoria a corto plazo, uno de mis grandes defectos. Caminé vacilante para tomarlos y los llevé conmigo nuevamente hasta la ventana junto a mi padre. Encendí uno de ellos, los pegué a mis labios y volví a concentrarme en la lluvia que poco a poco iba cesando.

   —¿Por qué te molestas en hacerlo? —inquirió con la mirada perdida y sin tomarse el trabajo de mirarme.

    —¿Por qué te molestas en preguntar? —contesté con un tono satírico.

    —Tu madre odiaba que yo lo hiciera —hizo una pausa —, y no le gustaría verte hacerlo.

   —Ella no está —respondí sin mostrar ningún tipo de afecto. 
   
   —En que te has convertido hijo.

   No respondí a su afirmación, estaba de más una respuesta ya que no era una pregunta. Desprendí el cigarro de mi boca y procedí a desechar el humo que había aspirado. Con la mirada visité las calles desiertas de la ciudad y nada más quedaban las pequeñas lloviznas finales .

    —Voy a salir un rato a disfrutar del aire libre —en el momento que eso salió de mis labios percibí las pequeñas patas de mi gato rasgando mi pantalón. Lo agarré rápido antes de que acabara con toda la tela y lo levanté a la altura de mis ojos.

   —¿Quieres ir conmigo pequeño?

     Me quedé mirando su hermoso pelaje negro, los ojos verdes eran un hermoso detalle. Pasó las pequeñas patas por todo su rostro, rascándose con las diminutas garras. Lo dejé libre y eligió seguirme.

    —Si vas a salir voltea el rótulo, abriré la biblioteca ya que la lluvia terminó —comentó mi padre desde una estantería.

      —Vamos Oliver —miré hacía abajo y noté que seguía mis pasos.

   Olivier era mi gato, le puse ese nombre cuando era muy pequeño, la mayor parte del día se la pasaba de casa en casa, en una ocasión una familia cerca de la playa lo adoptó y yo tuve que arreglar dicho problema. Los gatos son espíritus libres, decía mi abuela.

     Salí de la biblioteca y observando las calles despobladas presencié que un señor caminaba hacia un edificio, en lo que sus pisadas avanzaban el paraguas se resbaló de sus manos, quien tuvo que buscarlo como loco. Reí mucho ante tal escena ridícula y luego seguí mi camino. No tenía una parada determinada, solo iría hasta donde mis pies pudiesen llegar, no precisamente, pero de manera metafórica, sí.

     Me di cuenta tarde, había caminado mucho pero lo hice estando distraído. Exhibí al aire libre un cigarro más, a duras penas lo prendí puesto a que la brisa con desmedida intensidad intentaba apagarlo. Mis pasos largos me habían llevado al cementerio, y no me percaté antes. Estando allí, automáticamente visité la tumba de mi madre, me acomodé en la hierba arrinconado mi cuerpo junto a la sepultura.

    —Hola mamá —reí y negué varias veces con la mirada en los zapatos 
—. ¡Maldita sea! —mascullé arrojando el cigarro muy lejos —, otra vez estoy aquí como un idiota hablándole a la nada.

     El silencio predominaba en todo aquel campo repleto de lápidas, regresé la mirada al epitafio de mi madre donde estaba tallado en el mármol su nombre "Emmy Lawson Ardchert" y la fecha de natalicio junto a su muerte. Recorrió por todo mi cuerpo un escalofrío, se me puso la piel de gallina, solo pasaba eso las veces que venía al cementerio, ese monstruoso sitio colmado de tristeza. 

   —Cuanto te extraño mamá 
—susurré deslizando las manos por la triste tumba que no era consciente de su trabajo, encerrar para siempre un alma rota y albergar ilusiones perdidas.

     Sobé mi cabeza y con ímpetu levanté mi figura rumbo a la biblioteca, me había dado un poco de hambre y era deprimente hablar con la soledad cuando sabes que ni ella te va a escuchar.

     —No te traje flores, no imaginé llegar aquí —dije en un severo susurro.

     Estaba consciente de que nadie me estaba escuchando, como siempre, por tales razones me importaba un carajo el mundo a mi alrededor. Solo se trataba de mi y la maldita soledad que no me abandonaba. Expulsé un suspiró melancólico y girando sobre mi propio eje salí de allí. Siempre pensé que guardar luto era ridículo hasta que me tocó hacerlo y dolió demasiado. Después de mamá, todo se volvió una completa basura, un mundo de mierda que no tenía absolutamente nada que ofrecer, solo dolor y más dolor.

   La campanilla de la puerta sonó, era la compañera de mi padre, le avisaba cuando alguien se colaba por equivocación. Esa vez fui yo. Mi padre apresuradamente corrió a la entrada con sus dos pequeños ojos abiertos como platos, y comencé a reír a carcajadas. Con una mano en el estómago me burlaba de él y de  su rostro en espanto al escuchar sonar la campana.




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